Ding Dong
—¿Preparado? —Jamîl asiente con una fiera expresión valiente, pero una atípica palidez decolora su rostro. Me acerco a él y le cojo de la cintura para pegarle a mí. —Todo va a salir bien; ya verás.
—Vale.
—¡Buenos días! —exclamo al abrir la puerta con una sonrisa tan extensa y una falsa alegría tan grande que automáticamente me recrimino a mí mismo. "Vamos, Bruno; te pasas la vida ante la cámara. Sabes cómo se hace. Cálmate y métete en el papel sin sobreactuar". La seriedad del estirado hombre trajeado en mi portal no ayuda a tranquilizarme, aunque su regordeta y baja compañera vestida de rosa parece más afable. Será una tontería, pero el traje claro con camisa verde del funcionario me hace visualizarlo como si fuera un puerro, y la mujer parece una de esas modernas magdalenas con azúcar rosado por encima; un muffin.
—Somos Joaquín Gutierrez y Marta Bañón, de Inmigración.
—Yo soy Bruno Tausch, y este es mi prometido Ahmed Jamîl. Pasen, pasen.
<< ¡Cabrones! ¡Fuera de mi casa! Os arranco los tobillos ¿eh? ¡Os dejo cojos! >> Hércules escoge ese momento para comenzar a ladrar como un energúmeno a los recién llegados, que se detienen con un pie dentro de la casa ante la amenaza del diminuto yorkshire.
—Perdonen al chucho; no le gustan las visitas. Cariño, llévalo a la galería y enciérralo un rato, por favor. —Jamîl obedece, aunque el perrete sigue berreando desde sus brazos conforme se aleja.
Ya sentados en el sofá, les ofrecemos unas pastas y un café, pero el hombre lo rechaza con un ademán.
—No gracias; estamos de servicio.
—¡Oh! Yo sí tomaré una por favor; y un té, si no es molestia. —El brillo ilusionado en los pequeños ojitos de la sonriente mujer me descoloca mientras mi eventual pareja prepara la infusión en la cocina.
Al volver con la tetera, la mujer echa no menos de tres terrones de azúcar en su taza a la vez que su compañero saca una carpeta con rayas y casillas inscritas, lápiz, borrador, sacapuntas, bolígrafo (uno gordísimo, de esos que llevan muchos colores dentro) e incluso una calculadora, colocándolo todo de forma obsesivamente ordenada en la mesita ante él.
—Por favor, relájense. Serán sólo unas pocas preguntas de rutina y todo habrá terminado. —¿Todo habrá terminado? ¿Y pide que me relaje? Su mirada escrutadora es tajante y la pierna derecha de Jamîl empieza a taconear nerviosamente. Por lo que sabemos, no son simples funcionarios que tomarán nota de lo que decimos; evaluarán cada gesto, reacción, tono de voz... Tienen tanto de psicólogos y detectives como de funcionarios.
Aun así, nos hemos preparado a conciencia durante estos días hasta su repentina llegada (dijeron que vendrían hoy por la tarde y han venido por la mañana a primera hora, aunque ya sabemos que suelen hacer eso para pillar desprevenidos), por lo que la conversación consecuente no resulta tan desastrosa como podía haber sido. Internet es una fuente de información valiosísima, y todo se ha preparado según los consejos que daban: hemos dejado abierta la puerta de mi cuarto mostrando una cama deshecha de matrimonio con nuestros pijamas entremezclados para insinuar que hemos dormido juntos (algo que Jamîl sigue sin querer hacer hasta día de hoy), dos tazas y un juego doble de platos en el lavabo sin fregar, su ropa junto a la mía colocadas visiblemente tanto en los armarios, como en las sillas e incluso en el tendedero tras haberla sacado de la lavadora... Docenas de pequeños detalles que indican que vive aquí conmigo, que compartimos la vida, una intimidad sexual y un proyecto de futuro.
—¿Y cuándo os conocisteis, encantadora pareja? —comienza la Marta muffin con el interrogatorio.
—Hace varios meses. Al menos tres, probablemente cuatro. —Eso decían los consejos; hay que ser sincero pero tampoco demasiado concreto, para no pillarnos los dedos.
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Inevitable
RomanceLa constante mediocridad de la vida de Bruno se ve agitada ante la más sorprendente petición recibida desde un completo desconocido llamado Ahmed: casarse por dinero. Bruno nunca hubiera aceptado, pero las circunstancias que le rodean le obligan a...