Rabia
Me dolían mis partes bajas, sobre todo entre las piernas. Jamás había sentido un dolor así en la vida, era algo extraño y nuevo para mí. La cara interna de mis muslos, mis ingles y mi sexo dolían. Era un dolor extraño. Lo que además me dolía era la cabeza. Era como si una jodida bola demoledora hubiera pasado por ella.
Había bebido demasiado.
Lo último que recordaba era a Melanie trayéndome el tercer vaso de cerveza. Luego de eso, mi mente estaba en blanco. El más mínimo movimiento o sonido hacía que un dolor punzante se instalara en mis sienes. Tragué en seco y me levanté con rapidez, notando que no era mi cama en la que estaba acostada.
Mal hecho, Beverly. Muy mal hecho. Ese maldito movimiento hizo que mi cabeza palpitara aún más. Miré alrededor con mis ojos entrecerrados de dolor. Parecía una habitación de hotel, todo pulcro y limpio salvo por la parte en la que mi ropa estaba tirada por toda la habitación.
Miré hacia abajo. Estaba desnuda.
Volví a mirar alrededor y, como por arte de magia, vi que había un paquete de Ibuprofenos. Como alma que lleva al diablo, corrí hacia ellos y me tragué una pastilla junto con un trago de agua de la canilla del baño. Como mi mente aún no estaba en posición para pensar, decidí darme una ducha para calmar el dolor que sentía entre las piernas.
Cuando me vestí de vuelta con la ropa de anoche y salí de la habitación, lo que hice fue ir directo a la recepcionista. Ahora que mi cabeza no dolía, podía pensar con mucha más claridad.
—Disculpe —le llamé—, ayer estaba demasiado ebria. ¿Le molestaría decirme cómo fue que llegué aquí?
Sonrió.
—Lo siento, nena, pero yo no estaba de turno cuando llegaste. —Debió de notar mi frustración, porque se apresuró a seguir—. Pero mi compañera me dijo que había venido una pareja. Dijo que ambos estaban borrachos, pero que la chica era la que más ebria estaba. El chico prácticamente la alzaba para que no se cayera mientras ella hablaba de lo maravillosa que es la vida, como una tal Tory era su mejor amiga y que las estrellas eran hermosas.
Gruñí. Indudablemente, esa chica era yo.
—Era yo. ¿No sabe cómo era al chico o algo así?
—Mi compañera no me dijo mucho sobre él, solo que parecía bastante más mayor que usted y que también parecía ebrio. —Volvió a sonreír—. Y él pagó la noche aquí, por más que mi compañera lo vio salir unos cuarenta minutos después de entrar.
Oh, mierda, esto no puede estar pasándome. Por favor, Diosito mío, dime que no perdí la virginidad estando borracha. Por favor, Dios mío, por favor.
Cerré los ojos con fuerza y recé porque eso no hubiera pasado.
—Esta es la última pregunta, lo prometo. ¿Sabe usted si el hombre yo hicimos... eh, algo... eh, ya sabe?
Crucé los dedos, procurando que me dijera que no habíamos hecho nada, por más que era muy poco probable que ella supiera si habíamos hecho algo o no. Pero aún me aferraba a la esperanza de que todo esto fuera un malentendido y que nada hubiera pasado.
La mujer sonrió con picardía.
—Ya dije que no sé mucho, pero mi compañera me dijo que tenía un buen abdomen, por lo que pudo ver cuando el bajó en cuero y se puso la camisa en lo que salía. —Se mordió el labio como una adolescente emocionada—. Y que, mientras bajaba, tenía la cremallera baja.
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Acompáñame al Infierno
RomanceLa vida de un motero nunca es fácil, ¿pero la de una motera? Mil veces peor. En un mundo donde las mafias son aún más poderosas de lo que parecen, donde la muerte, los lazos sanguíneos y la lealtad lo son todo, la vida es complicada. Y si eres la ún...