Capítulo 24

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Rabia

Apagué la moto y me quedé observando la fachada del edificio abandonado. Me quedé sentada sobre mi moto apagada, como esperando que el tiempo pasara y que los Silvers esperándome se fueran. Pero yo tenía que entrar, y lo sabía. Esta no era una tarea que un padre le daba a su hija, era una tarea que un líder le daba a su seguidor. No fue mi padre el que me dio la orden, fue mi jefe.

Y yo era una Victorian leal. Esto podía ser una mierda, y bien podía decirles que mi viejo me había mandado a hacer el trabajo sucio sabiendo que yo era probablemente la última persona que King quería ver, pero tenía que hacerlo de todas maneras.

Con un suspiro, bajé de la moto y me guardé las llaves en el bolsillo de mi chaqueta de cuero marrón. Vi una nube formarse entre mis labios cuando exhalé aire. Realmente hacía frío últimamente. Miré a mi alrededor en la oscura calle para verificar que nadie me hubiera seguido y caminé dentro del húmedo y roñoso callejón. El edificio abandonado se levantaba pobremente a un costado de la pared que cerraba el camino.

Llegué a la maltrecha puerta oxidada haciendo un sonido húmedo con mis botas vaqueras. Algo que odiaba del invierno era que mis dedos se entumecieran y sentir mi cabello helado contra mis mejillas y cuello. Traté de calentarme un poco más acomodando mi cazadora, pero era inútil.

Con mis torpes y entumecidos dedos pálidos, armé un puño y toqué tres veces con firmeza sobre la superficie helada e irregular de la puerta. Juro que hasta rogué interiormente porque no me abrieran, pero eventual y desafortunadamente, lo hizo. Se abrió con un chirrido y reveló una imponente figura masculina de tres metros y medio de altura.

Me abracé a mí misma con más fuerza aún, diciéndome que sólo tenía frío y que esta reacción no tenía nada que ver con verificar que mi arma siguiera en mi cinturón. Supe al instante que vi ese rostro severo que querían intimidarme.

A la mierda con esto.

—¿Me dejarías pasar? —gruñí, exhalando una nube de vapor—. Estoy helándome.

Se hizo a un lado y me dejó pasar, su mirada fija en cada uno de mis movimientos. Imbécil.

Una ola de calor me golpeó cuando entré, y me permití respirar con normalidad y erguirme. Me di cuenta entonces que todos los hombres en esta habitación eran tres veces mi tamaño, y todos estaban observándome como si yo fuera la peor de sus amenazas.

Diablos, algo tembló dentro de mí es ese momento. Estos tipos eran gigantes. Y seguro que por eso King los había escogido.

El muy hijo de puta quería intimidarme.

A la mierda con esto, ida y vuelta.

Mi no mejor amigo estaba sentado plácidamente en un sofá maltrecho y desarropado, completamente hecho mierda. Todos los almohadones prácticamente flácidos de tanto relleno que habían perdido. Sinceramente, se veía mucho más cómodo estar parada, y eso fue lo que hice.

—¿Diez hombres del tamaño de un armario contigo? ¿En serio? —acusé—. ¿Te diste cuenta de que vine sola?

Entrecerró sus ojos.

—Contigo nunca se sabe.

Miré alrededor, el humor y el calor levantando mis ánimos.

—Me siento halagada de que me veas como una amenaza tan grande como para traer diez hombres contigo, pero deberías saber para este punto que no vine como enemiga.

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