Rabia
Hice todo un esfuerzo para no girar a mirarlo con cara de sorpresa absoluta. En cambio, traté de lucir impasible y convincente, sabiendo que apenas Rosalie se fuera, lo bombardearía con preguntas. Pero decidí seguirle la corriente, pretendiendo ser la amante que me acababa de enterar que era.
—¿Qué? —Rosalie me observó con sus hermosos ojos bien abiertos, que relampaguearon con ira. Me señaló—. ¡Pero es mucho más joven que tú!
—¿Y? —respondí con una fingida sonrisa dulce y me giré hacia Rush con falsos ojos de enamorada—. Para el amor no hay edades.
Todos sus marcados músculos se tensaron, pero tengo que admitir que hizo un trabajo espléndido cuando me dedicó su mejor sonrisa de enamorado. Tuve que hacer un esfuerzo monumental para que no se me vieran mis ganas de vomitar. Me debía una enorme.
—Tiene razón. —Me rodeó con su brazo y me apegó más a su torso exquisitamente desnudo.
«Maldita sea.»
Los ojos de Rosalie echaban chispas. ¿Por qué yo no podía tener ojos como los de ella? Era injusto.
—Te niegas a ayudar a tu esposa a criar a su hijo, ¿y todo por una rubiecita joven?
Mis ojos volaron a Rush, bien abiertos en sorpresa y me levanté de un salto. ¿Su esposa? ¿Un hijo? Oh, Dios, este tipo nunca se iba por las ramas, ¿huh?
La mandíbula de Rush se apretó, los músculos tensándose debajo de su piel.
—¿Un hijo? —chillé, y luego lo exageré un poco más para contribuir a mi papel de amante—. ¿Un jodido hijo?
—No es mío. —Fulminó a Rosalie con la mirada—. Es del vecino.
—Ah.
Me relajé y me dejé caer en el sofá, tratando de lucir tan como una amante como me fuese posible. No tenía ni idea de cómo hacer eso. ¿Debía acercarme a él tanto como me fuera posible o sólo tenía que dejar que estos dos discutieran y meterme cuando me pareciera necesario? Me decidí por la segunda opción.
—Pero sigo siendo tu esposa —terció Rosalie, poniendo sus regordetas manos sobre su amplia cintura.
—Te dije que quería el divorcio y te mandé los papeles firmados.
—¡Pero yo no quiero divorciarme! —exclamó—. ¡Yo todavía te quiero!
Hice una mueca. Este tipo de confesiones de amor me resultaban tremendamente asquerosas. Y, al parecer, a Rush también, porque hizo una mueca de disgusto.
—Claro, Rose —replicó y puso sus ojos en blanco—. Me preguntó cuánto me querías mientras Walt te metía ese pendejo en la barriga.
Casi me parto el culo de la risa ahí mismo, pero Rush, conociendo mi retorcido sentido del humor, me lanzó una mirada de advertencia. Presioné los labios para que no se me escapara ninguna risa. El labio inferior de Rosalie comenzó a temblar y sus ojos se aguaron.
Ella estaba por llorar y yo estaba a punto de romper en carcajadas. Creo que esto de ser una amante no se me daba tan mal, después de todo.
—No es justo, Rush. —Su voz tembló—. Tú también te has acostado con otras mujeres.
—Pero yo no te quiero. Nuestro matrimonio me importa una mierda.
—¡Tú me querías!
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Acompáñame al Infierno
RomanceLa vida de un motero nunca es fácil, ¿pero la de una motera? Mil veces peor. En un mundo donde las mafias son aún más poderosas de lo que parecen, donde la muerte, los lazos sanguíneos y la lealtad lo son todo, la vida es complicada. Y si eres la ún...