Capítulo 30

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Rabia

Me desperté media hora antes que Rush, pero no me levanté ni salí de su lado. No quería irme todavía, quería saber qué se sentiría despertarse y levantarse junto a él. Además, hacía frío en la habitación, y el cuerpo de Rush y las gruesas mantas me envolvían en un capullo de calor. Quise extender mi brazo para tomar mi celular de la mesita de luz, pero eso quería decir que tendría que sacar mi brazo del abrazo de las mantas y el hombre junto a mí y exponerlo al frío. Prefería quedarme así.

Era una mañana soleada, los rayos de luz entrando a raudales por la ventana y dibujando su silueta en el piso de madera. Mientras que en la habitación lo único que se oía era la suave respiración profunda de Rush, se podía llegar a oír de fondo el movimiento de afuera. Motos siendo encendidas, risas, pasos en el piso de madera, puertas abriéndose y cerrándose, conversaciones, las chicharras chillando y los pájaros cantando afuera. Era una mañana típica en un granero habitado por miles de personas.

Era mi cielo.

Todo este tiempo que estuve en Nueva York, lo único que se oía por las mañanas era el tráfico neoyorquino, los gritos de la gente, los bocinazos, los pasos en el piso de arriba, los teléfonos sonando... Ese zumbido molesto de la ciudad que causaba mis peores migrañas, ese constante movimiento citadino. En cambio, aquí el sonido era familiar, era bienvenido. De alguna manera, era más pacífico, menos nocivo.

Otra cosa que había extrañado había sido el olor a madera, cuero, tabaco y polvo del granero, rústico y puro. El aire era más limpio, más liviano. Cerca de la hora de la comida se podía sentir el aroma a carne asada y barbacoa pendiendo en el aire, junto con pan caliente. Era placentero. En cambio, en la ciudad, por poco no tenías que ir con un pañuelo atado a la cara para evitar respirar. Predominaba el olor a humo, a agua estancada, a cloacas, a comidas entremezcladas, a basura, al exceso de perfume y aromatizadores, y a mierda de perro. El aire era pesado y nocivo, insoportable para el olfato sensible.

Mientras pensaba en esas cosas, sentí la respiración de Rush cambiar, notificándome que estaba en proceso de despertarse. Los músculos de sus brazos alrededor de mí se tensaron y aflojaron en lo que entraba en consciencia.

Gruñó un poco.

—Buenos días, solecito —ronroneé con mi voz más melosa.

Lo escuché gruñir de vuelta, y de estar de frente con él, seguro lo habría visto rodar los ojos. Sus brazos envolvieron mi cintura aún más fuerte que antes y me pegó más a él (como si fuera posible). Sentí sus labios en mi nuca en lo que me pareció el beso más dulce que alguien me hubiera dado nunca.

Me derretí tan evidentemente que su pechó se agitó en una risa suave. Una sonrisa estúpida estaba esbozada en mis labios.

—¿Qué hora es? —preguntó.

—No sé, no me fijé. Hace frío y no quiero sacar el brazo.

Se rió de vuelta y extendió su musculoso y largo brazo hacia adelante. Tomó su celular de la mesita de luz y me mostró la hora. Y a la mierda mi mañana perfecta.

11:57.

Papá iba a matarme.

Gruñí y me hundí más en la cama.

—No quiero levantarme.

—Si no lo haces, Teddy va a salir a buscarte —señaló perezosamente. Parecía como si él tampoco quisiera que me fuera.

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