Capítulo 28

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         Rabia

Dejar mi moto en Nashville fue una de las decisiones más difíciles de toda mi vida, pero no podía llevarla a Nueva York. El plan de infiltración era relativamente fácil, pero requería renunciar de todas mis pertenencias y gran parte de mi personalidad. No podía tener moto, ya que las mujeres no solían tenerlas en los grupos, tampoco podía tener un arma ni dar señales de saber usarla, tampoco podía demostrar que podía pelear, tampoco podía imponer autoridad ni tratar de ganarme respeto. Resumiendo, no podía ser yo. Tenía que ser una mujer sumisa y dispuesta a hacer tareas domésticas.

Otra de las decisiones más difíciles de mi vida fue tener que ir hasta Nueva York en autobús. Esta idea había sido de Rush, el muy hijo de puta, pero había accedido porque tenía razón. Si tomaba un avión, quedaría registrada la tarjeta de papá o la mía, y si a los Emmet se les daba por rebuscar en mi pasado, eso podría cagar toda la operación. El autobús era tedioso pero seguro, y seguridad era lo único que necesitaba para poder llevar a cabo esta misión.

Estuve una semana yendo de bar en bar, de club en club, de fiesta en fiesta. Era fácil para mí lograr que me invitaran a los mejores eventos de Nueva York, solo tenía que ir a los lugares indicados y amigarme con las personas adecuadas. Tenía que llamar la atención más de lo que normalmente hacía, verme más importante y menos imponente. Una semana fue todo lo que necesité hasta que vi a un grupo de Emmet entrar en el club.

Eran seis, dos a los cuales conocía por los reportes criminales que había estado revisando. Patrick Diane y Eloy Marshall, mano derecha e hijo del jefe de los Emmet. Mejores amigos. Los dos dioses griegos.

Bajé mi shot de tequila rápidamente por mi garganta, dejando que me reconfortara y me diera el coraje suficiente como para meterme en esta maldita misión. Me levanté de mi taburete y caminé distraídamente hacia ellos, fingiendo no haberlos visto o encontrármelos accidentalmente. Para darle más énfasis a esto de actuar como si no los hubiera visto, fingí usar mi celular.

Lo sé, típico de mujeres, pero hasta en estas misiones tan confidenciales esta era una estrategia muy útil.

Seguí caminando con mi atención supuestamente puesta en mi celular hasta que choqué "accidentalmente" con alguien. Ese alguien resultó ser Eloy Marshall, quien se giró abruptamente hacia mí con el ceño fruncido y la mandíbula tensa en enojo.

Levanté la vista de mi celular, que acababa de caerse al suelo por el pequeño accidente, al igual que su bebida.

—¿Qué mierda... —empezó a decir, hasta que me vio.

Me agaché para tomar mi celular, dándole un buen panorama de mis tetas apretadas dentro del escote de mi corto, ajustado y provocativo vestido rojo. Cuando me levanté nuevamente y lo miré con mi mejor cara de inocente, su ceño y su mandíbula se habían suavizado, reemplazados por una sonrisa.

—Lo siento mucho, en serio —me disculpé con mi mejor tono de soy-una-chica-buena-y-sumisa. Esperaba que se lo tragara por más que estuviera en un vestido dos talles más pequeño de lo que debería—. No estaba prestando atención, lo siento. Déjame comprarte otra bebida.

Negó con la cabeza, una sonrisa genuina en sus labios deseables. Uno pensaría que al ser hijo del jefe de los Emmet, el tipo sería todo un engreído imbécil arrogante, pero no lo era.

—No, está bien, no hace falta que te disculpes. De todas maneras, estoy parado en medio del camino.

Sonreí y metí un mechón de mi cabello dorado detrás de mi oreja, dejándole mejor vista de mi clavícula y cuello largo. Uno pensaría que eso no era muy seductor, pero unas clavículas lo suficientemente marcadas y un cuello largo podía ser aún más irresistible que unas piernas largas y una cintura pequeña. De todas maneras, yo tenía ambas cosas. Por eso esta parte de mi misión me resultaría pan comido.

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