Capítulo 16

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Rabia

Meli seguía enojada conmigo, pero podía ver cómo se iba suavizando a medida que pasaban las horas. Sus músculos estaban tensos y sus ojos bien alertas al principio, pero fue relajándose a medida que pasaba el tiempo. Tuve que explicarle cuarenta veces cómo funcionaba la sociedad: tú caminabas por la acera como si fueras una persona normal y seguías tu camino, tal y como el resto.

Le costó hacer algo tan simple como eso. Miraba a los costados y a todo el mundo que pasara junto a ella como si les tuviera miedo. Lo que ella no entendía era que no todo el mundo era como nosotras, y no todo el mundo eran moteros asesinos encubiertos. Al principio le costó creerse eso, pero eventualmente terminó por relajarse y caminar como si no tuviera nada que esconder.

La llevé al cine, una experiencia completamente nueva para ella; por más que ya supiera lo que eran, nunca había estado en uno. Luego la llevé a tomar un helado, y se le vidriaron los ojos cuando le dije que podía escoger el tamaño y el sabor que quisiera. Aparentemente, las pocas veces que Lucas le había comprado helado no le había dado para escoger. Pero no importaba, gracias a eso estaba logrando que me perdonara la tardanza.

Era de noche mientras caminábamos por la ciudad de Nashville distraídamente, y para mi sorpresa, Meli estaba tranquila. Hablábamos de cosas poco importantes y yo le explicaba cada cosa que le parecía curiosa. Realmente parecía una especie de extranjera venida del siglo dieciocho.

—¿Volveremos a hacer salidas como estas? —preguntó, volteándose a mirarme con súplica.

Lamí mis labios.

—Por supuesto que sí, pero iremos avanzando de a poco, no quiero abrumarte.

Sonrió, llena de esperanza.

—¡Genial! De verdad, fue la mejor noche de toda mi vida. Nunca me habían tratado como tú me tratas, Beverly Delilah.

Rodé mis ojos.

—¡Déjalo ir ya! —me reí. Desde que se enteró de que mi segundo nombre era Delilah, no dejó de molestarme con eso—. Sé que es ridículo, por eso no lo uso, Emily Melissa Olivos.

Hizo una mueca.

—Tu padre realmente se esmeró con mi nombre. No le caigo muy bien.

—Corrección: no le caes nada bien. —¿Para qué mentirle si Mel no era ninguna tonta?—. Pero eso es porque no confía en ti aún. Sólo dale tiempo.

Asintió y miró al frente. Las personas pasaban junto a nosotras, absortos en sus cosas y en su entorno. A ningún hombre o mujer se le pasaba por alto que dos jóvenes hermosas pasaban, pero ninguno tenía particular interés por nosotras, así que podía decir que Meli no corría ningún riesgo.

Era una noche de verano tranquila y estrellada, con esa suave brisa fresca que todos agradecíamos luego de esta intensa ola de calor que arrasaba con todo antes del otoño. Las calles bien iluminadas eran coloridas por las luces de neón de los carteles y los faroles de los árboles. No estaba plagado de gente, pero tampoco estaba completamente desolado.

Era una noche perfecta y relajada, ideal para sacar a Meli un poco y mostrarle lo que se venía perdiendo.

Seguimos hablando de temas triviales mientras caminábamos sin rumbo alguno, tan despreocupada como había estado nunca. De alguna manera, terminamos en la parte más concurrida de Nashville: había altas y modernas edificaciones a nuestro alrededor, la gente que pasaba por nuestros lados estaba mejor vestida, como si recién salieran del trabajo, y el sonido de tráfico se impregnaba en el aire. No era Nueva York, por supuesto, pero podía decir que la noche en esta parte de la ciudad estaba bastante agitada.

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