Rabia
Odiaba las vendas tanto como Hitler odiaba a los judíos, o tal vez más. También odiaba que me doliera el simple hecho de respirar. Y odiaba como el infierno sentirme débil.
Les explico lo que sucedió: Apenas se me rompieron las costillas —una de ellas perforando mi pulmón derecho— comencé a tener problemas para respirar y a toser sangre. Por suerte, la costilla se mantuvo en la apertura, haciendo de tapón para que no se me inundara el pulmón de sangre y muriera ahogada. Rush me llevó tan rápidamente como pudo al hospital, sabiendo que mi herida era demasiado compleja como para que los poco experimentados médicos del grupo pudieran salvarme.
Sobreviví, obviamente. Mi viejo me vino a buscar apenas terminó la operación, cuando yo aún seguía inconsciente, y me llevó al granero, donde los médicos del grupo podían hacerse cargo de que reposara.
—Estás oxidada, Rabia —se burló Robbie cuando salí afuera—. Te rompió el culo una federal.
Lo fulminé con la mirada. Afuera hacía un día hermoso, y todos los moteros, tanto Victorians como Silvers, estaban gozando de él con sus parrilladas y barbacoas. El sol era cálido, pero la brisa era fresca. Estábamos tan en medio de la nada, perdidos en el medio del campo, que no se escuchaba nada que no fuera causado por Victorians o Silvers. Risas, golpes de platos, parrillas siseando, gritos de niños, puteadas de adultos...
—No, yo le rompí el culo a ella —repliqué—. Le rompí todos los huesos de la cara cuando la estampé contra la mesa de metal.
Todavía recordaba cómo su sangre había salpicado todo alrededor y lo mucho que disfruté ese momento. Juro que por un momento creí que esa perra federal podía ganarme, y aunque me hubiera dejado bastante hecha mierda, la había matado al fin y al cabo.
Mi viejo me tendió un plato con unas apetitosas costillas de cerdo. Las tomé sin vacilar y mordí la carne con tanta fiereza como mi dolido pulmón me permitió. La carne de mi viejo no era tan rica como la que el viejo de Tory hacía antes de morir, pero era deliciosa de todas maneras.
—No deberías levantarte de la cama.
Entrecerré mis ojos.
—No empieces. No estoy de humor.
Mi viejo se mostraba increíblemente sobreprotector conmigo, sin importarle demostrar cuánto se preocupaba por mí frente a los Silver Swords. Eso ya en sí era peligroso, porque cuando los Silvers y los Victorians volvieran a ser enemigos, ellos sabrían uno de los puntos débiles de Teddy: yo. Sin embargo, eso no era ni de lejos tan grave como sería que los Silvers se enteraran de que yo era su hija. Eso se mantendría en secreto, el secreto más valioso y peligroso de todos los Victorians. Si los Silvers se enteraban de que era su hija, su descendiente, la heredera al puesto de liderazgo por más de ser mujer, me matarían apenas la alianza terminara.
Tory y Timmy, siempre juntos, aparecieron en mi panorama. Terminé mis costillas, me limpié las manos y la boca y me encaminé hacia ellos, zigzagueando entre los grupos de gente. Vi a Miriam y a Dee Dee yendo y viniendo, atendiendo personas a lo loco, tanto a Victorians como Silvers. No muy lejos de ellas, vi a Serpiente siguiendo con la mirada cada movimiento de su mujer. Era tan simplemente dulce y tan atento que trajo una sonrisa a mi rostro.
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Acompáñame al Infierno
RomanceLa vida de un motero nunca es fácil, ¿pero la de una motera? Mil veces peor. En un mundo donde las mafias son aún más poderosas de lo que parecen, donde la muerte, los lazos sanguíneos y la lealtad lo son todo, la vida es complicada. Y si eres la ún...