Capítulo 9

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Rabia

—¡Dímelo, mujer del infierno! —exclamó King, exasperado.

Lo miré divertida desde el otro lado de los barrotes. Llevaba aquí más de una semana y todavía no podían sacarme mucha información, lo que traía loco a King. Me habían tratado de cortar los suministros de comida para hacerme pasar hambre, pero no les estaba saliendo muy bien. Terminaron por devolverme la comida cuando comencé a ponerme insoportable, y mi periodo no hacía más que ponerme de peor humor. Sin embargo, cuando el periodo se fue, no hicieron ademán de volver a cortarme las comidas.

—Ya te lo dije diez veces, Lucas —musité, más divertida que sincera—. No vas a llegar a Teddy.

El baño, por más que fuera miserablemente pequeño, era bastante más higiénico de lo que esperaba de un Silver Sword. La cama no era tan cómoda como la mía, pero no estaba mal. Pero seguía sin tener nada para entretenerme además de mis sesiones diarias con King y Glock, por lo que no hacía más que jugar con ellos para entretenerme un poco. Los traía locos a los dos, salían de aquí todos los días con aire frustrado para volver a terminar así al día siguiente.

—Entonces vamos con otra pregunta —me sorprendió el argentino—. ¿Cómo torturaste a Collin?

Rodé los ojos.

—Ya te lo dije, no lo torturé esa vez, solo le dejé muy en claro que no lo quería cerca mío —respondí, rodando para quedar sobre mi vientre en el suelo de cemento y observarlos a los dos.

En este lapso de tiempo fui más o menos arreglándomelas para descifrar que la relación entre King y Glock era íntima. Eran mejores amigos. Se notaba por la forma en la que parecían conocerse perfectamente. Sabían cuando el otro necesitaba golpear algo o cuando necesitaba una bebida, siempre calmándose mutuamente antes de que estallaran. Eso me llevó a una conclusión: no podía matar a Rush aún.

Cuando me trajo aquí, mi odio hacia él volvió en grandes oleadas que no hacían más que volverse más fuertes a medida que pasaba mi tiempo encerrada en este lugar. No tenía idea de dónde estaba ni de qué era de mi moto o de mi familia, pero eso era un tema secundario. Otra de las razones por las que no le respondía a King era porque sabía que apenas le diera las respuestas que él quería, me mataría. Así que trataba de ganar un poco de tiempo en lo que buscaba una manera de salir de este lugar.

Los ojos marrones de King me estudiaron detalladamente.

—No, antes de que eso pasara —dijo con aire pensativo—. Cuando dejó de vendernos información de los Victorians. Se veía alterado y fuera de sí. —Se inclinó hacia adelante, interesado.

Suspiré cuando recordé. Eso, por más que fuera demasiado terca para confesarlo, no estorbaría mis planes. King solo quería saber mis métodos de tortura para aplicarlos él también. Y no soy estúpida, sé que va a aplicarlos conmigo, pero si sigo sin darle algún tipo de respuesta, terminará por perderme la paciencia y matarme.

—Gigante parece fuerte, pero es mucho más vulnerable de lo que parece. Lo admito, con catorce años me resultó muy difícil atraparlo y amarrarlo en una cama, pero no fue imposible. Lo de la tortura me costó un poco más, pero aunque sea no tenía que ponerle más esfuerzo físico porque él estaba bien amarrado. Lo hice pasar hambre por una semana hasta el punto en que su mente fuera más manipulable —expliqué con amargura—, y luego empezó la parte fea. Lo desangré lo suficiente para debilitarlo pero no para matarlo. Por un mes, vivió a base de cereal y agua de grifo. Cuanto más débil, más manipulable. Luego comencé a romper sus huesos, comenzando por los dedos y terminando por los hombros. Me aseguré de que se arrepintiera mostrándole fotos de su padre y su madre, rompiéndole un hueso por cada foto que observaba. Me aseguré de que sufriera, me aseguré de que el dolor físico fuera convertido en dolor psicológico. Le aseguré que jamás lo dejaría en paz y que se guardara la espalda. Nunca más volvió a ser el mismo.

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