Capítulo 39

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 Rabia

Supongo que es medio triste pensar que mi primer festejo de cumpleaños fue a mis veintitrés. No había sido mi idea, sino de Levi, obviamente. Le había dicho que no quería nada muy grande ni muy salvaje, y que hasta preferiría ir con la vieja confiable: no festejarlo. Pero se negaba a escuchar. Lo vi tan emocionado por hacer algo por mí que terminé cediendo, y ahora podía decir que estaba más que feliz por haberlo dejado.

Respetó todos mis deseos: simple, solo nosotros y Melissa (para él Indiana), y nada de regalos extravagantes. El día de mi cumpleaños número veintitrés, volví a casa luego de un largo día de trabajo para encontrarme la sala de estar llena de globos, una torta de chocolate con mi falso nombre escrito en ella, y comida japonesa —mi favorita— sobre la mesa. Y tal como había prometido, éramos solo nosotros tres.

—Voy a ducharme y cambiarme, amor, ya vuelvo —anuncié, corriendo hacia mi habitación.

Cuando salí, la comida estaba servida en platos. Melissa y Levi probaron ser una compañía de cumpleaños espectacular, ambos contando anécdotas de experiencias y lugares y —en caso de Levi— familia. La cena se pasó en un borrón de risas y panzas llenas.

Cuando llegó el momento de la torta, me cantaron el feliz cumpleaños por primera vez en mi vida. Jamás había sentido esa incomodidad de no saber qué hacer cuando cantaban mi cumpleaños feliz, pero fue una incomodidad que sinceramente alegró mi alma.

Fue en ese momento —en ese perfecto momento de pura felicidad—, con media torta de chocolate en nuestros estómagos, donde la vida que había dejado atrás vino a morderme el trasero.

Glock

Convencer a King de dejarme ir a Los Ángeles había sido sorprendentemente fácil. Mi problema era mi acompañante, Martin, el cual estaba seguro que King había mandado conmigo justo para espiarme. Era una lástima que mi líder hiciera decisiones tan pobres en espías, ni siquiera supondría un obstáculo deshacerme de él.

Martin era un tipo muy temperamental y muy propenso al alcohol y las drogas. Con Vincent ya teníamos un plan. Él también había venido a Los Ángeles, por su cuenta y encubierto, obviamente. Como era uno de los pocos Victorians que no estaba viviendo en el granero porque tenía su casa propia cerca, no era extraño que se ausentara en el granero por unos días. Aparte de que era uno de los pocos moteros del círculo íntimo de Ed Rage que podía desaparecer por unos días y pasar desapercibido.

El plan era muy simple: llevar a Martin a un bar, dejar que haga lo suyo, y ahí es cuando Vincent debía aparecer y armar una pelea. Solo voy a decir que fue hasta demasiado fácil. La pelea que se armó dentro del bar fue tal que apareció la policía, como esperábamos. Diez tipos que estaban demasiado borrachos para huir fueron arrestados —entre ellos Martin, que estaba ensangrentado e inconsciente—, lo cual nos permitió a Vincent y a mí darnos a la fuga sin ningún problema.

Una vez libre de los ojos de los Silvers, me sentí aliviado y hasta emocionado. No me había olvidado de la fecha que era, y había traído algo especial para Bev como ofrenda de paz. Sabía que no estaba acostumbrada a ser mimada y recibir regalos, y quería hacer eso por ella ahora que no debía esconderme de su padre.

—¿Tienes la dirección? —le pregunté a Vincent mientras nos subíamos a nuestras motos.

—Sí, sígueme. Melissa ya sabe que estamos yendo.

No fueron ni veinte minutos de viaje hasta que llegamos a una agradable casa beige con ventanas grandes y un jardín cuidado con amor. No me resultó extraño. Sabía que Beverly tenía buen gusto y que, si alguien sabía como cazar ofertas de alquileres en un lugar que valiera la pena, era ella. Vincent subió las escaleras hasta el porche y tocó dos veces.

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