Capítulo 32

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Rabia

Eloy volvió a la mañana siguiente con una bandeja. Sin hablarle, tomé la bandeja y hundí mi cuchara en la avena con leche caliente, cereales y pasas de uva, carraspeó. Alcé mi vista para mirarlo, pero no le dije nada. Es más, para probarle que no le hablaría, metí la cuchara en mi boca.

Pareció decepcionado.

—El doctor vendrá a revisarte en unos minutos, por más que estoy bastante seguro de que no tienes ninguna infección.

Asentí y encendí el televisor, dando por terminada la conversación. Luego de un día de comer como se debería, sentía mi cuerpo aún más débil que antes. Mis defensas bajas estaban trabajando sin descanso para curar todas mis heridas. Mi cuerpo estaba en plena etapa de recuperación, lo que quería decir que pus salía de mis heridas en un intento de sacar los gérmenes, estaba hinchada por todos lados y mis huesos dolían por más que no estuvieran rotos. Y ni mencionemos la fiebre. Aparte de todo eso, mis defensas bajas habían llevado mi cuerpo a enfermarse. Tenía frío por más que estuviera cubierta por cuatro mantas gruesas y no podía parar de temblar.

Eloy estaba al borde de caerse de su silla por el insomnio. Como yo estaba enferma y no podía dormir, Eloy se había tenido que quedar a cuidar de mi. Había ido a comprar medicamentos, me trajo las mantas, me puso toallas mojadas con agua caliente en la frente cada media hora... Para él había sido una noche dura también simplemente porque se había ocupado de mí.

Cuando terminé mi bol de avena, cereales y leche —claramente un desayuno pesado y lleno de vitaminas para mi bienestar—, Eloy me dio algunas pastillas para el dolor y tomó mi temperatura. Luego se dejó caer en la silla junto a mí, su mirada desenfocada por el cansancio, pero reacio a dormirse para no perderme de vista.

Incluso sin quererlo, Eloy no era mal hombre. Y por más que fuera a traicionarlo, podía hacer que pensara que estaba comenzando a suavizarme.

—Eloy.

Sus ojos azules se enfocaron de golpe cuando lo nombré.

—¿Estás bien? ¿Necesitas algo? ¿Más mantas?

Estaba tan cansado, tan exhausto... Y lo único en lo que pensaba era mi salud. Yo no quería a Eloy, lejos de amarlo, pero no podía evitar simpatizar con él, sentirme mal por él.

—No, no necesito nada. —Palmeé el lugar en la cama junto a mí—. Pero tú necesitas dormir.

Se quedó boquiabierto, sin realmente saber qué decir. Claramente, no se esperaba un acto tan dulce y bondadoso de mi parte.

—Pero, Bevie...

—Acuéstate y descansa, Eloy. Has cuidado de mí toda la noche, lo necesitas.

Corrí las mantas para que él entrara. Cuando se quitó los zapatos y se acostó junto a mí, lo tapé de vuelta y dejé que descansara junto a mí.

***

Un par de horas más tarde, la puerta se abrió y dos hombres entraron. Eloy seguía dormido, pero yo estaba mirando la televisión distraídamente. Esto de estar herida me molestaba. Mi plan de recorrer el lugar, formar una estrategia de escape y averiguar una forma discreta de contactarme con papá y King eran cosas que no podía hacer desde la cama.

—Hola, Beverly —el tipo con la bandeja dijo—. Soy Cameron y vine aquí a revisarte, soy el doctor.

Eloy abrió somnolientamente los ojos ante el sonido de la voz de Cameron y se incorporó, frotándose los ojos.

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