Capítulo 34

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 Rabia

Rush se fue a la media hora de que llegara sin siquiera echarme una ojeada. Él sabía que iba a verlo a su habitación, había entendido el mensaje detrás de mi estúpido guiño. Mi intención había sido ir tras él una hora más tarde como para no levantar sospechas, pero ya habían pasado dos horas y no había podido zafarme de la atención del grupo. Maldita sea.

Papá no paraba de hacerme preguntas, de abrazarme ni decirme lo mucho que me había extrañado. Le correspondía en cada sentimiento. Había extrañado su compañía, su crudeza y su constante aroma a tabaco, madera y cuero. Me di cuenta de que estaba un poco más flaco, pero aún seguía en forma.

Con casi sesenta años, mi viejo le hacía seria competencia a Johnny Depp.

—¿Estás bien? ¿Te trataron bien? ¿Alguien te vio o te lastimó cuando te fuiste? —preguntó por décima vez.

Rodé mis ojos.

—Sí, estoy bien. Sí, me trataron bien. Y no, nadie me vio ni me lastimó cuando me fui. ¿Algo más? —Me volvió a abrazar y yo suspiré—. Viejo, estoy aquí ahora. Deja de preocuparte. Te daré todos los detalles que quieras en la mañana, ahora ve a dormir. Se nota que lo necesitas.

En realidad, era una excusa para sacármelo de encima, pero sí que lo necesitaba. Tenia bolsas negras debajo de los ojos y las venas en sus ojos les daban un aspecto rojizo. Necesitaba seriamente un descanso.

Lo vi dudar.

—Viejo, en serio.

Sus ojos se suavizaron y asintió, levantándose y dando por terminada la pequeña reunión que habíamos formado. Aún así, no fui capaz de librarme de la atención por completo hasta media hora más tarde de que papá se fuera. Aún en su ausencia, la gente quería saber más sobre mí y mi experiencia. Tuve que irme hasta mi habitación —que estaba en el segundo piso—, salir por la ventana, escalar hacia abajo y darle toda la vuelta al gigantesco granero. Todo esto mientras el frío me helaba la piel. Cuando llegué a la ventana de Rush —que también era en el maldito segundo piso, pero en la punta opuesta a la mía—, trepé y me metí. Cuando me levanté a encararlo, me alzó una ceja.

—Te espero por tres horas para que termines entrando por la ventana. ¿Para qué me hiciste esperar tanto si ibas a hacer eso?

Lo fulminé con la mirada y sacudí cualquier mugre que llegara a tener en mis pantalones después de esa escalada.

—Pensé que podría desviar la atención de mí pero no pude. No te rías, no es gracioso. —Se siguió riendo y terminé sonriendo—. Estúpido.

Sus ojos grises sonreían con diversión. Era una mirada muy extraña en él. Me quedé mirándolo. Su figura enorme, musculosa y bronceada era todo lo que cualquier mujer pudiese desear en sus sueños más mojados. Su cabello castaño estaba ligeramente despeinado, tirado hacia atrás descuidadamente. Sus ojos grises —plateados incluso— eran dos piletas sin fondo de metal y plata fundida, enmarcados por largas y rizadas pestañas oscuras. Rush Hodgson era una obra de arte en forma humana. No había mujer heterosexual que pudiera resistírsele.

—Estás mirándome —comentó con una sonrisa lasciva.

—Hace mucho que no puedo hacerlo.

Me acerqué a él y dejé que sus poderosos brazos me rodearan y me pegaran a él. Todo el esfuerzo que me había tomado llegar hasta aquí había valido la pena. Todo valía la pena con tal de poder verlo.

Toqué su rostro, trazando su fuerte mandíbula con las puntas de mis dedos, y emitió un grave gruñido satisfactorio. Lentamente, entrelacé mis dedos detrás de su nuca y lo besé.

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