Rabia
No solté la pequeña caja de mi mano hasta que nos subimos a la camioneta de Vince, su moto cargada y atada en la parte de atrás. Quería llorar, quería gritar, quería abrazar a Levi, quería golpear a Rush y, encima de todo eso, quería matar a Melissa. Lo único que me detenía de hacer todas esas cosas era la indiferencia que estaba pedacito por pedacito consumiendo cada centímetro de mi cuerpo. Hay momentos de la vida en que los sentimientos son tan abrumadores que el cuerpo no puede procesarlos, y se convierten en indiferencia.
Pero esa indiferencia solo duraría horas; días, como mucho. Sentía como si me hubiesen atado a unas vías, viendo con cada momento que pasaba esos sentimientos, ese ahogo de desesperación, de falta de control sobre mi vida, viniendo hacia mí como un tren a toda velocidad, y lo único que podía hacer era mirar. Esperar a que todo explotara dentro de mi cuerpo.
Mis manos temblaban desde el momento que asimilé que había perdido total control sobre mi vida, pero sujetaban firmemente la pequeña que punzaba mi palma con sus puntas. No me había atrevido a mirar. Temía que el momento que la abriera comenzaría a llorar y no podría parar.
Recordó mi cumpleaños. Me trajo un regalo. Ningún motero jamás me había hecho un regalo.
Pero eso era lo de menos, lo sabía. Estaba tratando de camuflar con este pequeño —pero enorme— gesto todo lo que Rush había sacrificado por mí. Había traicionado a los Silvers por mí. Había trabajado con mi viejo para que no me encontraran, incluso después de que lo hubiese abandonado para buscar una nueva vida cuando le había prometido que no iba a alejarlo de vuelta.
Y yo todo este tiempo jugando a ser normal con Levi.
Me rompía el corazón. No por Levi, sino por él. Entendía el sacrificio que había hecho, entendía que lo había hecho por mí, también entendía las consecuencias de eso si salía a la luz. Rush era un tipo que lo había perdido todo. Su primera hija, Eden, su ex mujer, Rosalie, y su hermano, Rumer, que era todo lo que le quedaba hasta que lo maté. Había matado a la única persona que le quedaba en este mundo y aún así había aprendido a quererme, y había traicionado su último lazo por el que había jurado lealtad —los Silver Swords— por mí.
Rush no era un tipo de muchas palabras, le costaba expresar con palabras sus emociones, era una persona de gestos. Y había demostrado todo lo que era capaz de hacer por mí sin una vez pedir algo a cambio, sabiendo que podía costarle la vida.
El viaje fue largo. Solo Vincent me hablaba, y era solo para alguna pregunta ocasional. Melissa solo se animaba a hablarle a él, por lo que fueron horas muy silenciosas para mí. No me importaba, de todas maneras, porque tenía tantas cosas pasándome por la cabeza que apenas si podía procesar lo que pasaba a mi alrededor. Nada más quería hacerme una bolita y llorar con la cajita en mi pecho.
Rush no nos siguió, como había dicho. Se quedó en California unos días más pretendiendo estar buscándome, y la espera para verlo me estaba consumiendo la cabeza. La situación en la casa de Vincent no ayudaba. Él tenía que hacer presencia en el granero todos los días, por lo que la casa quedaba muy callada entre Melissa y yo. Sinceramente, no podía decidirme entre si había hecho bien en comunicarle a Vincent donde estábamos o no, pero no se lo podía perdonar. Había arriesgado todo para salvarle el pellejo de las manos de su hermano para que me traicionara por el primer chico que le hacía ojitos de enamorado.
Pero estar en la casa me sirvió para reflexionar, para darme cuenta que esos seis meses de libertad fueron solo una ilusión de la vida que siempre había querido pero que nunca podría tener. Me sentía estúpida. ¿Realmente había pensado que lo mío con Levi podía durar? ¿Realmente había creído que podría escapar de este mundo machista? ¿Que me lo merecía?
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Acompáñame al Infierno
RomanceLa vida de un motero nunca es fácil, ¿pero la de una motera? Mil veces peor. En un mundo donde las mafias son aún más poderosas de lo que parecen, donde la muerte, los lazos sanguíneos y la lealtad lo son todo, la vida es complicada. Y si eres la ún...