Rabia
Eloy tomó mi mano en lo que entrábamos al club, sonriéndome sobre su hombro. Obviamente, le di un apretón para mostrarle que estaba bien con el gesto y le sonreí abiertamente de vuelta. Todo por el bien del acto.
No era estúpida, para nada. Sabía que tenía el corazón de Eloy en mis manos e iba a estrujarlo tanto como me fuera posible para encontrar quien estaba ayudando a los Emmet —que probablemente era el FBI— y usarlo en su contra. Por ahora, tenía que cumplir mi parte. Tenía que jugar a ser su chica perfecta. Y no, realmente no me sentía culpable por usarlo así.
—Estás preciosa hoy, Bev —me dijo sobre el sonido de la música en lo que entrábamos a la zona VIP.
Mordí mi labio y miré hacia abajo, fingiendo timidez.
—Gracias, tú también te ves bien.
Entrelazando nuestros dedos, me guió hacia el sofá opuesto al de Patrick Diane y su ligue de la noche. A diferencia de la pista, la zona VIP estaba casi vacía con tan solo unas veinte personas. Realmente no entendía cual era la intención de venir a un club para irse a una habitación espaciosa en la que la música era solo un adorno de fondo y no para bailar. El lado bueno era que las bebidas eran gratis y al haber poca gente, no había que esperar. Sin embargo, aparte de eso, faltaba la multitud, faltaban los cuerpos apretados y sudorosos bailando uno contra el otro.
Pero a Eloy no le gustaban las multitudes, así que si quería enamorarlo, tenía que complacerlo. Obviamente, en este mes que había tenido para enamorarlo, habíamos peleado unas cuantas veces, pero solo para avispar la chispa. Quería ponerlo celoso, quería entretenerlo, confundir sus sentimientos y luego satisfacerlo. Porque, después de todo, así es como las personas se enamoran, ¿no? Peleando, celando, sorprendiendo...
Y lo mejor era que no solo Eloy, hijo del líder de los Emmet, confiaba en mí, sino que también tenía a Patrick, la mano derecha de Gerard Marshall, en la palma de mi mano. Ambos eran mis puntos de infiltración.
—Eloy, Bevie, tenía miedo de que no aparecieran.
Miré a Eloy con una sonrisa pícara y pinché su hoyuelo.
—Bueno, Eloy me estuvo entreteniendo un rato. —Le guiñé un ojo a Patrick, quien se empezó a reír.
Para ellos, yo era tímida y dulce, pero de vez en cuando tiraba algún comentario pícaro, pero nada muy impactante. Como dije, esta misión requería de una personalidad tranquila y mansa, pero no aburrida.
—Tú tampoco te negaste mucho, ¿huh? —me desafió Eloy, besando mi cuello.
En nuestro tiempo juntos, descubrí que amaba darme besos en el cuello. No me disgustaba tampoco, me resultaba dulce, pero nada muy especial. Estaba cien por ciento segura de que mis sentimientos por Eloy eran inexistentes, pero parecía que estaba cubriéndolo muy bien. Hasta ahora, todos se habían tragado mi actuación.
A las doce y media, un nudo de emoción se formó en mi estómago. La adrenalina empezó a acelerar mi pulso. Ya era hora.
Me levanté del lado de Eloy suavemente.
—Voy a otro Martini, ¿quieres algo, bebé? —pregunté dulcemente.
Me sonrió, como siempre que me miraba. El tipo estaba realmente enamorado.
—Un Martini, también.
—¿Podrías traerme uno a mí también, Bevie? —preguntó Patrick.
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Acompáñame al Infierno
RomanceLa vida de un motero nunca es fácil, ¿pero la de una motera? Mil veces peor. En un mundo donde las mafias son aún más poderosas de lo que parecen, donde la muerte, los lazos sanguíneos y la lealtad lo son todo, la vida es complicada. Y si eres la ún...