cuatro

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latibule: a hiding place; a place of safety or comfort.

En realidad no me habían abandonado del todo y eso me hizo sentir aliviada porque al menos uno de mis amigos tuvo algo de sentido común. Y ese era, por supuesto, Jungkook.

Jungkook y yo rompíamos el mito de que la amistad entre sexos opuestos era imposible. De hecho, llevábamos muchos años siendo mejores amigos y aunque adoraba a las chicas, ninguna de ellas podía compararse con él.

Alzó la mirada al escuchar que salía del club aún enrabietada y quejándome de la insistencia de Namjoon porque fuésemos a por el dichoso diario. Clavó sus ojos negros en mí y alzó una ceja, esperando a que yo le contestara a unas preguntas que no habíamos formulado pero que tanto él como yo conocíamos.

—Hey, menos mal que estás aquí —le dije, acercándome a él y dándole un abrazo rápido, como siempre que lo veía—. ¿Las chicas se han ido ya?

Namjoon cesó su marcha al darse cuenta de que yo me había parado a hablar con Jungkook y se apoyó a la baranda que había en la acera a esperar a que yo acabara, observando el suelo sin interrumpir nuestra conversación.

Al menos no iba a ser un maleducado.

—Sí, acaban de coger un taxi porque estaban cansadas —contestó mi mejor amigo lanzando una mirada discreta hacia el chico alto que me había seguido hasta allí y tenía la intención de acompañarme a donde fuera si eso significaba tener de vuelta su diario—. No quería dejarlas solas, pero no iba a irme sin saber ni dónde estabas. Te acompaño a casa.

Jungkook podía pasar tanto por el chico bueno del vecindario como por el chico malo del instituto. Era menor que yo, pero me sacaba al menos quince centímetros. El pelo negro le caía de cualquier forma sobre la frente y sus ojos oscuros contrastaban con su piel dorada.

Aquella noche llevaba una chupa de cuero y unos vaqueros rotos por las rodillas, por lo que se acercaba más al chico malo que al chico bueno que podía ser.

Me encantaba que, a pesar de ese aspecto suyo, siempre entendiera lo que yo sentía en cada momento. Era un chico muy sensible y empático, aunque la mayoría del tiempo no supiera expresarlo debidamente.

—Menudas amigas de pacotilla tengo —asumí con una mueca de disgusto, pero acabé por sonreír—. Menos mal que te tengo a ti, mocoso.

—No me llames mocoso cuando estamos en público, pequeña hobbit —se quejó él imitando mi mueca y dando por finalizada nuestra conversación—. Anda, vamos.

Fue en ese momento en el que me giré hacia Namjoon y busqué desesperadamente alguna solución al problema que tenía, que era el siguiente: El estúpido cuaderno de Namjoon estaba en mi armario, pero no en el armario de mi casa, la que compartía con mi padre, sino en la habitación que mi madre me había preparado en su nueva casa y en la que habían acabado todos aquellos objetos que no quería tener a mano.

Eso había ocurrido hacía tres semanas, cuando mi padre me insistió una y otra vez en que debía ayudar a la señora que se hacía llamar mi madre con la mudanza. Después de eso, no volvía pisar aquella casa.

Y deseaba que siguiera siendo así por algún tiempo más.

—Verás... —Solté un suspiro antes de continuar para que Jungkook se percatara de mi estado de nerviosismo—. Namjoon, ese chico de ahí... ¿Recuerdas que te hablé de él? Pues quiere que vaya a casa de Heesook a por su diario.

Namjoon al oír su nombre alzó la cabeza y nos dirigió una mirada interrogante, como si no hubiera escuchado toda nuestra ridícula conversación, aunque sí lo había hecho.

—¿Y por qué deberías hacer eso por un tío al que no conoces de nada y que encima te echó de su casa como si fueras un perro? —Jungkook soltó aquello mirando directamente a Namjoon y por un momento temí que esa acción derivara en una pelea. No obstante, Namjoon sólo apretó la mandíbula como solía hacer y se quedó estático en su sitio—. Mándalo a la mierda. La libreta ahora es tuya. Significa más para ti que para él. No se la devuelvas.

—No se la voy a devolver, Kook. —Chasqueé la lengua y me mordisqueé el labio inferior, maldiciéndome a mí misma de nuevo por encontrarme en esa situación—. Quizá si tú nos acompañas... Y la entretienes... —Alcé las cejas en su dirección para que entendiera lo que iba a decir a continuación.

Lo que no quería era tener que enfrentarme con mi madre, enfrentarme a sus preguntas y sus peticiones. Por eso necesitaba que Kook nos acompañara, porque mi madre lo adoraba y pasaría de mi presencia en cuanto lo viera a él a mi lado.

—Sabes que no me gusta fingir que alguien me cae bien cuando no es así —gruñó pero por la mueca que hizo supe que lo tenía en el bote y que accedería de un momento a otro.

—Bueno, al menos estará Jieun allí también —añadí porque sabía que la novia de mi madre sí era del agrado de mi amigo y sus deliciosos pasteles aún más—. ¿No eran los sábados los días en los que hacía galletas de mantequilla? Seguro que le queda alguna. Ya sabes que siempre hace de más.

Namjoon seguía mirándonos sin entender nada, aunque al menos su rigidez había menguado mientras yo hablaba de galletas.

—Joder, ¿por qué siempre me convences con las galletas de tu madrastra?

Sonreí y me lancé hacia él para dejar un sonoro beso en su mejilla.

—Eres el mejor. Te quiero. Te debo una.

Comenzó a quejarse como siempre que yo me comportaba así. No era muy partidario del contacto físico y, aunque la mayoría de veces intentaba respetar su espacio (excepto cuando lo saludaba con un abrazo, que era siempre, claro) hacía la vista gorda cuando yo me saltaba su regla de oro a la ligera. De hecho, casi siempre podía distinguir una sonrisilla en su cara cuando me separaba de él y eso me hacía suponer que no le disgustaba tanto después de todo.

—Ya nos podemos ir, Namjoon —lo avisé con una energía recién renovada en mi interior—. Vamos a acabar con este asunto de una vez por todas.

—Lo estoy deseando —soltó él y esperó a que Jungkook y yo comenzáramos a andar para seguirnos, pisando nuestros talones.

eufonía » kim namjoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora