Finale

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Retrouvaille: La emoción que se experimenta al volver a encontrarse con alguien querido después de mucho tiempo.

Tenía once años cuando se metió en una pelea por primera vez. Era una niña normal, como todas las demás. Quizá algo más pequeña de lo que cabría esperar para alguien de su edad, pero nada preocupante.

Con once años dio sus primeros derechazos y recibió sus primeros puñetazos (nada serio, solo una mejillas amoratada y un labio partido).

Reconocer su problema, sin embargo, le costó más que eso.

Su madre empezó a preocuparse por ella a la tercera llamada por parte del instituto.

—Esta vez ha empezado ella —le dijeron por teléfono—. Tiene la cara destrozadas por las anteriores peleas y se ha lastimado la muñeca hoy.

Cécile pidió ayuda, se informó todo lo que pudo acerca del posible problema de su hija y acudió con Jade a un psicólogo por el cual ella y su marido tendrían que hacer cuentas a final de mes.

Pero Jade no demostraba ningún tipo de mejoría. La niña era feliz con sus moratones, con las miradas de miedo que le lanzaban sus compañeros de clase y con la emoción que le recorría todo el cuerpo cada vez que comenzaba otra pelea más.

Cuando la expulsaron del colegio por segunda vez se dio cuenta de que debía cambiar de escenario. Los otros chicos y chicas de la escuela ya no querían ni acercarse a ella de todos modos, así que debía buscar nuevos contrincantes.

En las calles.

Cécile le propuso una alternativa: el boxeo.

—Si de verdad necesitas liberarte te pagaremos las clases que necesites —le aseguró su madre con lágrimas en los ojos—. Pero por favor, no vuelvas a pelearte con desconocidos en la calle.

El boxeo le fue bien durante algún tiempo, pero no lo suficiente.

Con quince años se dedicaba a boxear y a pelear fuera del gimnasio de forma simultánea. Era lo suficiente lista para evitar que la pillaran (ya por aquel entonces sus profesores se habían percatado de que Jade podría tener un coeficiente intelectual más elevado que la mayoría de sus compañeros) y mantuvo aquella farsa por dos años más.

Hasta que llegó aquel fatídico día de otoño.

Jade sentía que le ardían las manos a pesar del frío y el viento. Sentía la urgencia de comenzar una batalla. Con quién fuera. Dónde fuera. Pero lo necesitaba en ese instante.

Anduvo más deprisa hasta el lugar en el que ella solía pasar el rato después de sus sesiones en el gimnasio, y donde siempre había alguien dispuesto a arreglar una pelea en cuestión de minutos.

Jade sentía tal urgencia que echó a correr, sin pararse a mirar por dónde iba o con quién chocaba.

—Eh, mira por dónde vas —exclamó una chica, que debía ser algo mayor que Jade, a sus espalda—. Te vas a llevar a media calle por delante.

Jade se giró hacia la chica. A pesar del tono molesto en su voz, parecía no querer problemas. Lo dejaría pasar y se largaría de allí, quizá maldiciéndola en voz baja, pero sin llegar a nada serio.

Al menos habría sido así si Jade no se hubiese lanzado sobre ella como un animal.

La chica le pidió perdón y le rogó que la dejara irse. Le prometió que no iría a la policía si la dejaba marcharse a casa. Pero no le devolvió ningún golpe. Y la pasividad de aquella desconocida no consiguió calmar la necesidad de Jade. No había disfrutado en absoluto de aquello, a pesar de que ella había tenido el control del principio al final.

Cuando un adulto la empujó con fuerza para alejarla de la otra chiquilla, que lloraba sin parar, lo entendió.

"Hay una razón por la que no soy una simple matona. Si no me devuelven los golpes, no hay ningún placer en la pelea."

Jade pensó en ese justo instante de epifanía y terror cuando descubrió el rostro de Yoongi en la multitud. No sé acordó de todas las veces que había recaído antes de conseguir ser la persona sana que era en la actualidad, ni rememoró a las personas que habían dificultado su camino. Solo pensó en como había huido de aquella situación y, llorando, le había asegurado a su madre que necesitaba ayuda y que haría todo lo posible para estar bien.

—Mamá... Me voy a matar. Si sigo así... algún día alguien me va a matar.



Yoongi encontró los ojos azules de Jade, que estaba sentada en una pequeña plaza, tomándose un capuchino. La observó durante varios minutos, en los que ella le mantuvo la mirada con la suya, y después sonrió.

Esa sonrisa le golpeó en el estómago porque nunca antes había visto tanta pureza en el rostro del contrario.

Estaba al tanto de que Yoongi había solicitado ayuda a su tía después de todo, como ella misma había hecho algunos años atrás. Sin embargo, no había pensado que eso pudiera ser suficiente.

Yoongi era de ideas muy finas y tenía un mal genio que alejaba a los demás de él, convirtiéndolo casi en un ermitaño.

Y era egoísta, cualidad que había terminado de convencerla de que estaba mejor sin él, aunque eso, de forma paradójica, la convirtiera a ella en una egoísta también.

A pesar de todo eso, aquella sonrisa le dijo que había estado equivocada todo ese tiempo y que quizá, solo quizá, las cosas podían ir a mejor.

Al final, Jade alzó su mano en forma de saludo y le sonrió de vuelta.

Nota de la autora: Este es originalmente el último capítulo de esta historia. Aún no sé si continuaré con la historia de alguno de los personajes secundarios (Jungkook, Yoongi...), así que todo queda en el aire. Iba a comenzar una nueva historia y hacer un poco de spam aquí, pero en lugar de eso la subiré cuando esté lista (que espero sea pronto) y cuando me asegure a mí misma de que puedo acabarla y no voy a dejarla a mitad.

Nuevamente, muchas gracias. Os adoro.

eufonía » kim namjoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora