uno: la bienvenida

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Ser la chica nueva apesta.

Mientras avanzaba por los pasillos de la Escuela Secundaria La Bahía, notaba como todos detenían lo que estaban haciendo para mirarme con ojos curiosos.

Después de volver a comprobar el horario, encontré el salón de historia y ocupé un pupitre al fondo del salón. Tenía suficiente de la atención no deseada, aunque entendía su curiosidad. No todos los días una chica de la ciudad se mudaba a un pequeño pueblo como Bayview.

Los demás estudiantes aparecieron lentamente. Un chico se quedó mirándome mientras entraba al aula. Me dirigió una cálida sonrisa con unos dientes muy rectos.

Un hombre alto y robusto se presentó como el señor Mitchell y empezó a repartir el programa de estudio. No me molesté en echarle un vistazo, no me interesaba la clase.

Cuando el señor Mitchell pasó lista y dijo mi nombre, me observó por encima de sus gafas y por un momento creí que me obligaría a presentarme frente a mis compañeros, pero entonces pasó al siguiente nombre. Reconocí algunos nombres de mis clases anteriores, pero aun no lograba relacionarlos con sus caras. 

El profesor continuó con la explicación del curso e intenté prestarle atención, pero no podía dejar de pensar en el chico que me había sonreído. Fue el primer valiente en no esconderse cuando lo atrapaba mirándome.

No me pude contener y mis ojos se posaron en él. Estaba sentado en un pupitre junto a la ventana. Un rayo de sol iluminaba su agraciado rostro y hacía relucir su cabello castaño claro, que estaba cuidadosamente peinado. Tenía unos ojos azules que combinaban con el tono claro de su piel. Debajo de sus ojos, unas pecas le cubrían la nariz.

Avergonzada, aparté la vista cuando él me sorprendió mirándolo. Estaba haciendo exactamente lo que odiaba que hicieran los demás.

Cuando el timbre sonó anunciando el almuerzo, guardé el programa de estudio en lo más profundo de mi mochila, donde se quedaría hasta que terminara el curso.

—Hola —dijo una voz masculina.

Levanté la vista. Era el chico que había estado mirando. Me dirigió una sonrisa amable. No fue cualquier sonrisa, sino una genuina, labios y ojos conectados.

—Me llamo Jason —continuó—. Jason Collins. Tú eres Alison Evans, ¿verdad?

—Sí —respondí, sorprendida porque sabía mi nombre, aunque seguro que todo el mundo lo sabía.

—Yo quería darte la bienvenida a Bayview —dijo con entusiasmo.

Sonreí por primera vez en el día. —Gracias.

—¿Quieres almorzar conmigo y mis amigos?

Vacilé. No quería verme rodeada de un grupo de desconocidos, pero tenía que hacer el esfuerzo si quería hacer amigos.

—Claro —acepté y Jason pareció satisfecho con mi respuesta.

Durante el trayecto a la cafetería, Jason no dejó de hablar sobre las clases y los profesores hasta que entramos a la cafetería. Hicimos cola para comprar comida y cuando nuestras bandejas estuvieron llenas, Jason me condujo a una larga mesa en el centro de la cafetería.

Nos sentamos con varios de sus amigos. Señaló a cada uno y dijo un nombre, pero fui incapaz de recordar alguno, por lo que me limité a sonreír mientras distraídamente comencé a almorzar.

—¿Te vas a comer todo eso? —me preguntó la chica pelirroja que estaba sentada frente a mi. La observé y luego bajé la mirada a mis rebanadas de pizza y mi refresco—. Son muchas calorías —añadió.

Reparando Corazones RotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora