veinticinco: el equipo

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Lo primero que hice al ver a Madison el lunes en la escuela fue contarle que me uní al equipo de fútbol

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Lo primero que hice al ver a Madison el lunes en la escuela fue contarle que me uní al equipo de fútbol. 

—Así que dejas a las mermaids —dijo Madison.

Había estado tan emocionada por la oportunidad, que no me había detenido a pensar en eso, pero tenía que hacerlo. No podía estar en dos equipos al mismo tiempo. —Sí, ¿eso te molesta?

No podía culparla si lo estaba, ella me dio una oportunidad en el equipo de animadoras y ahora la estaba abandonando.

—Sí —admitió—, no quiero perder a mi mano derecha—suspiró—. Pero se que esto es lo que querías desde el principio.

—No me estás perdiendo, siempre estaré para ti cada vez que me necesites, lo sabes ¿verdad?

Madison sonrió. —Lo sé.

Me sentí aliviada de que Madison lo entendiera y pensé que las mermaids también lo harían. Sin embargo, cuando fui a despedirme de mis compañeras en el entrenamiento de esa tarde, noté muchas caras recelosas. Ellas no querían que me fuera y a mí me costó mucho dejarlas.

En los últimos meses se habían convertido en mis hermanas, pero por lo mismo sabía que tarde o temprano apoyarían mi decisión.

Cuando llegué al entrenamiento de fútbol, Jordan me esperaba con los brazos cruzados y el ceño fruncido.

—Llegas tarde —gruñó.

—Lo sé, estaba despidiéndome de las animadoras y... —me callé cuando noté que Jordan me miraba de arriba a abajo—. No me mires —añadí cuando fijó su mirada en mis piernas.

—¿Por qué te pusiste ese short? —dijo, meneando la cabeza—. Vas a distraerlos a todos.

—No es mi problema si no pueden controlar sus hormonas.

Jordan me ignoró y se empezó a quitar sus pantalones deportivos. Desvié la mirada, pero por el rabillo del ojo vi que tenía un short debajo.

—Ponte esto —me ordenó, entregándome sus pantalones.

—No, puedo usar la ropa que quiera.

—Yo sé, pero hazlo por mí.

Suspiré. —Solo por hoy —acepté a regañadientes—. Mañana me pondré mis shorts más cortos y ajustados.

—Me encantará ver eso.

Fruncí el ceño y me puse los pantalones de Jordan de mala gana.

—Me quedan enormes —me quejé, sosteniendo los pantalones para que no se me cayeran.

Jordan se acercó a mí y agarró los cordones del pants, los estiró hasta que el pantalón se ajustó a mi cintura e hizo un nudo.  —¿Mejor? —preguntó.

—Sí —musité.

—Genial y ahora como castigo por llegar tarde, tienes que dar diez vueltas al campo de fútbol —dijo, dándome una palmadita en la espalda.

Reparando Corazones RotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora