tres: el escondite

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El resto de la semana transcurrió de forma similar

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El resto de la semana transcurrió de forma similar. Comía con Madison a la hora del almuerzo, entrenábamos juntas y después Jordan y Jason me llevaban a casa.

Con Madison las cosas iban bien, pasábamos mucho tiempo juntas, porque además del entrenamiento, también compartíamos dos clases. Sentía que había llegado al punto en que podía considerarla mi nueva amiga.

Jordan, por otra parte, seguía siendo un idiota, pero me estaba acostumbrando a su compañía y en cuanto a Jason, había sido capaz de pasar tiempo con él, sin que Bethany dijera algo al respecto.

Y las clases... iban bien.

—¿Hola? ¿Me estás escuchando? —la voz de Madison se adentró en mis pensamientos.

—Eh... ¿qué decías? —le pregunté. Estaba tan distraída, que olvidé a qué clase me dirigía.

—Ya me lo imaginaba —dijo Madison, y se rió—. Después del partido de esta tarde, Jason va a dar una fiesta en su casa. Toda la escuela esta invitada y te pregunté si querías ir.

Hasta el momento ya reconocía el rostro de todos los del instituto, pero aún me faltaba recordar sus nombres. Una fiesta era buena oportunidad para conocerlos.

—Vale —acepté.

—Genial, será divertido —Madison hizo una pausa y el timbre sonó—. Te veo más tarde.

Madison se fue a clase y yo me detuve en la mitad del pasillo. Mi próxima clase era inglés y el salón estaba a unos cuantos pasos, pero no estaba segura de querer entrar. Mi estómago gruñía y todavía me faltaban una clase para el almuerzo.

«Comida o clase, clase o comida», debatí internamente.

Desde luego que elegí la comida. Caminé hacia la cafetería, evitando a la multitud de estudiantes que se dirigían a clases. Entre la multitud, reconocí a la maestra de inglés. Si ella me veía, me podía olvidar de la posibilidad de saltarme su clase. Si tan solo no supiera de mi existencia. Cuanto me arrepiento de haberme quedado dormida en su clase.

Me di media vuelta y me precipité hacia el baño. Escuché unos pasos detrás de mí. Miré por encima de mi hombro y para mi mala suerte, era la maestra. Me encerré en un cubículo y guardé silencio. Esperaba que no me hubiera visto.

La maestra se detuvo frente a mi cubículo un minuto después. Por un momento pensé que me descubriría, pero entonces se alejó y se puso de pie frente al espejo.

—¿Quién es la maestra más lista, bonita y bilingüe de esta escuela? —habló la maestra—. Yo. Jessica Jones—se respondió a sí misma emocionada.

«Tiene un buen autoestima», pensé.

Esperé con impaciencia a que saliera del baño. Cuando finalmente lo hizo, una sonrisa curvó mis labios. No me descubrió, lo que significaba que podía continuar mi camino hacia la cafetería. Al llegar, me di cuenta de que las puertas de la cafetería estaban cerradas. 

Reparando Corazones RotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora