treinta y cuatro: el principio

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—Alison —me despertó una voz suavemente

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—Alison —me despertó una voz suavemente.

Sentí un dolor punzante en la cabeza. Fruncí el ceño y abrí los ojos. Jordan estaba a mi lado, observándome de cerca. Sonreí y lo abracé bajo las sábanas. Jordan me acarició el pelo y me dio un beso en la cabeza.

—Deberíamos...

—Shhh. Calla —le pedí—. Quedémonos aquí.

—Por mucho que me gustaría eso, tenemos escuela.

Gruñí y le di la espalda. ¿Por qué mencionó la palabra prohibida?

Justo cuando estaba disfrutando este momento con él.

Jordan me envolvió con sus brazos y me pegó a su torso. —No seas así —me habló al oído—. Dijimos que irías a clase.

—Lo sé, pero...

—Pero ¿qué? —insistió Jordan.

—El equipo nos vio pelear y yo prácticamente me humillé... Estoy tan avergonzada. No podré volver a verlos a la cara.

—No deberías avergonzarte, solo dijiste lo que sientes. Yo soy el que debería avergonzarse por ser un idiota.

Me di vuelta para verlo de frente. —Sí, lo eres.

Jordan puso los ojos en blanco y me apartó.

—Cámbiate, se nos va a hacer tarde.

Con un gruñido me levanté de la cama.

Hoy iba a ser un día largo, pero al menos tenía a Jordan.

—Mi cabeza me está matando —me quejé mientras caminábamos por el estacionamiento de la escuela.

—Aguarda —dijo Jordan, abriendo su mochila—. Aquí, ten esto —añadió, dándome una botella de jugo de naranja.

Antes ir a la escuela, fuimos a la tienda a comprar provisiones para que pudiera sobrevivir el día. Le agradecí con una sonrisa y tomé un sorbito de la botella.

Me detuve cuando llegamos a la entrada del edificio. No estaba segura de querer cruzar esa puerta. Jordan extendió su mano, tomo la mía y me arrastró al interior del edificio.

A estas alturas de mi vida, debería estar acostumbrado a que la gente me miré y susurré cosas. Después de todo en un pueblo pequeño no hay secretos, pero la sensación de cosquilleo en mi estómago seguía presente mientras avanzábamos por el pasillo.

—Te veré más tarde —me dijo Jordan cuando llegamos a mi clase de español.

Resignada, entré al aula y me senté en el asiento contiguo al de Madison. Ella me miró con muy mala cara.

—¿Por qué me miras así? —le pregunté, temiendo la respuesta. La última vez que me miró así fue por los estúpidos rumores de Bethany.

—Tuviste una gran noche, ¿eh? —dijo—. Especialmente cuando dijiste que no irías a la fiesta.

Reparando Corazones RotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora