XII: Ceremonia

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—Camina derecha.

—Se me sube la falda, Judas —se quejó incómoda—. ¿Por qué me obligaste a salir así?

—Ya te dije que no se te ve nada, camina derecha.

—Me tratarán de indecente si se me ve de más —le dijo avergonzada.

—¿Y con qué tipo de mujeres crees que andamos?

Dejó de caminar al escuchar aquello, ya realmente molesta. Y no le importaba como él pudiera reaccionar, pero la había ofendido.

Judas se giró al ver que ella no lo seguía, y la observó molesto.

—¿Por qué te detienes? Camina.

—Yo no soy ninguna indecente, y que eso te quede claro. Sólo he tenido un novio, quien fue mi primera vez. No soy una de esas mujeres promiscuas, con cuales haz de haberte acostado.

—¿Sólo un hombre? —preguntó curioso, incrédulo.

—¿Acaso tengo cara de haberme acostado con cuanto tipo se me cruzara?

—Conozco mujeres con cara de ángel, que se han follado a centenares de hombres. El rostro no dice nada.

—Sí, sólo fue con mi novio —le repitió mirando hacia abajo—. Fue mi primer novio, y él único hombre en mi vida.

Judas rodó los ojos, y la tomó de la muñeca, jalándola para que continuara caminando. No tenía tiempo para escuchar sobre su triste vida sexual.

Entraron en un gran salón, donde ya habían otras personas. Todas vestidas muy elegantes, y bebiendo, mientras hablaban y reían.

De fondo sonaba una melodía suave, acompañando la ceremonia.

Pero lo que más llamó la atención de Jane, fueron los cuerpos exuberantes de las mujeres. Todas eran hermosas, y de grandes curvas.

En cambio ella, no era muy alta, sus pechos eran pequeños, aunque no era plana. Pero comparado con ellas, se sentía una colegiala.

Miró hacia abajo, sintiéndose incómoda e insignificante. Judas tendría que haber llevado a Lucía, ella era una mujer muy hermosa, alta, y muy sensual.

—¿Qué te pasa? —murmuró el castaño, al verla de ese modo.

—¿Por qué me trajiste a mi?

—No hablaremos de eso aquí.

—Soy una vergüenza en comparación de las demás.

—Lo eres —le dijo sin cuidado—. Ellas al menos saben proteger la espalda de sus parejas.

Jane apretó sus labios entre si, y continuó mirando hacia abajo. Quería irse a la mierda de allí.

—Judas, que bueno volver a verte, viejo amigo —sonrió ulto tipo de piel morena, acompañado de una voluptuosa rubia—. Creí que no vendrías.

—Yo tampoco —sonrió levemente Judas—. Pero aquí estamos.

—Que tierna es —acotó la rubia sonriendo, refiriéndose a Jane—. Parece sólo una niña.

Judas pasó uno de sus brazos por la cintura de Jane, y apretó sus dedos en su abdomen, obligándola a que mirara hacia arriba.

—Sí, es muy tierna. Pero no es una niña.

—Recuerdo cuando Mike llegó aquí con su nueva pareja —rió el moreno—. ¿Cuántos años tenía? ¿Quince?

—Michelle tenía diecisiete —lo corrigió Judas—. Y mi Jane, tiene veintitrés.

La rubia miró a Jane, y la tomó del rostro, sonriendo.

—Eres una muñequita, preciosa. Bienvenida.

—Gracias —murmuró en un tono incómodo.

-o-o-o-o-

Estaba sentada en una silla, con las piernas juntas para evitar que algo de más se viera, y un platillo sobre sus muslos, con un pequeño postre.

Judas se había ido hacía más de quince minutos, con un colega, y no había vuelto.

Suspiró, mientras tomaba una cuchara, y cortaba un trozo de aquel postre, antes de llevárselo a los labios.

—Creo que eres la primera mujer que veo comer aquí.

Levantó la cabeza al escuchar aquello, y era uno de los camareros, sonriéndole.

Ella sonrió tímidamente.

—No saben de lo que se pierden entonces, porque esto está delicioso.

—Este vino es muy buen acompañante —le dijo sirviéndole en la copa.

—G-Gracias, pero yo no tomo mucho alcohol.

—No necesariamente debes tomarte la copa entera.

Jane lo observó, y sonrió. Ese muchacho tenía una sonrisa hermosa, encantadora, contagiosa. Unos ojos verdes brillosos, llenos de vida.

Y ese pequeño momento de armonía, se vio interrumpido cuando la figura de un castaño, de aspecto molesto, se acercó a ellos.

Sólo bastó una de las fieras miradas de Judas, para espantar el mozo.

Jane miró hacia abajo, y tomó otro trozo de postre.

—Nos vamos.

—Pero ni siquiera lo terminé, y está muy rico.

—No tienes cinco años, vamos.

Un resoplido molesto se escapó de los labios de la morena, y lo siguió.

Ya se estaba cansado de sus malos tratos.

Caminaron hasta el estacionamiento, un enorme predio a cielo abierto, y se subieron al auto de Judas.

En cuanto puso en marcha el auto, la observó de reojo. Tenía las mejillas levemente coloradas, y estaba apoyando su cabeza sobre su mano, con el brazo sobre la ventana.

—¿De que hablaban con ese tipo?

—Sólo me dijo que era la única comiendo el postre —le dijo en un tono cansado—. Sé de lo que puedo hablar, Judas. Y si tanto miedo tienes de que alguien pueda reconocerme, no me hubieras traído.

—No importa si saben quien eres o no, sólo saber qué estaba hablando ese tipo contigo

—Sólo intercambiamos dos o tres palabras, después de todo, apareciste tú, espantándolo.

—Ese inútil conoce muy bien las reglas.

—¿Y cuáles se suponen que son? Porque para mi, no tiene nada de malo que haya sido amable.

—Vi como lo mirabas.

—Es el primer hombre amable que conozco desde que me secuestraste.

—Tienes razón, tendría que haber traído a Lucía.

—Sí, ella sí iba a dar perfecto con el perfil de las mujeres de allí. Todas hermosas y voluptuosas.

—En primer lugar, lo decía porque ella sólo habría tenido ojos para mí. No habría estado coqueteando con un mozo de cuarta.

Lo miró desconcertada ¿Coqueteando? ¿Qué tan podrida podría tener la mente ese tipo? Sólo había sido amable, simplemente eso.

—Y en segundo lugar, yo buscaba una mujer real. Como tú. Si hubiese querido una mujer llena de cirugías y silicona, también hubiese optado por Lucía.

Jane le restó importancia, y miró por la ventana. No le importaba lo que él quisiera, o dijera.

Era un asesino narcotraficante enfermo, y eso nada lo cambiaría.

...

JudasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora