Estaba hecha un pequeño ovillo en la cama, abrazada por ese gran tipo, que la tenía protectoramente agarrada de la cintura.
Y se sentía bien estar así, sentir el calor que emanaba su cuerpo, sus fuertes brazos envolviendo el suyo, y escuchar su lenta respiración, tan pausada y tranquila.
Hacía varios minutos se había despertado, pero no había querido moverse. Él parecía tan cómodo, que no quería arruinar el momento.
Cerró los ojos, y se permitió intentar dormir también, después de todo, se sentía agotada, y no sabía tampoco que hora era.
Pero el calor había bajado, y la realidad comenzaba a golpear. Había tenido sexo con un desconocido.
Un tipo que no sólo la había secuestrado y asesinado a un hombre en su casa. Era además de asesino, un narcotraficante, un arrogante posesivo, que le importaba una mierda los demás.
¿Qué estoy haciendo? Se preguntó Jane afligida. Ella se estaba volviendo tan demente como él.
No podía estar aceptando tan fácilmente su captura, tendría que haber luchado por su vida, por su libertad. Escaparse cuanto antes de allí.
¿Pero como lo haría ahora? Tendría que aprovechar cualquier descuido de Judas para huir, o por lo menos, intentar ganar su confianza.
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—Tiempo después—
Apuntó con el arma, cerró unos de sus ojos, y respiró profundo, antes de comenzar a disparar.
Observó lo que había hecho, y sonrió plenamente, al ver que todas las balas, habían dado en el blanco.
—¡Ya ves! ¡Lo hice! —exclamó riendo.
El castaño detrás de ella, sonrió levemente. Sí, después de casi cuatro meses, había conseguido finalmente mejorar su puntería... Y muchas cosas más.
Se acercó a Judas, y pasó sus brazos por debajo de los de él, hacia su espalda, abrazándolo, y obligándolo a que él también lo hiciera.
—Felicítame.
—¿Qué haga qué? —preguntó divertido.
—Que me felicites —repitió mirando hacia arriba.
La miró a los ojos, y luego se inclinó hacia abajo, para besarla.
Jane quitó uno de sus brazos, y lo tomó del rostro, acariciando suavemente su mejilla.
—No te acostumbres —le advirtió Judas—. No será siempre así.
—A los perros cuando hacen bien un truco, le dan un premio.
—¿Y tú ahora te consideradas una perra? —inquirió travieso.
—Tuya —le siguió el juego, sonriendo antes de besarlo.
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Se colocó una peluca rubia, y se miró en el espejo, arreglándola para cubrir su cabello oscuro.
Tomó un labial rojo, y pintó sus labios, terminando así de maquillarse.
Se observó una vez en el espejo, y se veía bastante diferente. Sólo alguien que la conociera realmente, podría saber quien era.
Buscó un vestido rojo dentro de su armario, y se lo colocó. Era corto, y con un pronunciado escote.
Cuando se sentó en la cama para colocarse los zapatos, entró Judas a la habitación.
La observó, y sonrió.
—Te has esmerado bastante.
—¿Y me veo bien?