XI. Esta noche es mía

965 45 3
                                    

Y así nos plantamos en el local de moda de la capital madrileña, el "Fever", donde todos los sábados sin olvidar ninguno, los Javis recibían a todos los amigos que querían pasarlo bien. Aitana no me dijo donde íbamos, pero yo lo sabía, sábado por la noche, no había más opción para nosotras. Hacía siglos que no salía de fiesta, muchas noches Aitana había desistido de suplicarme y amenazarme, mi pijama y mi cama de sábanas blancas me retenían. Así que acababa saliendo sola y juntándose con alguno de los múltiples amigos que por defecto eran parroquianos habituales del "Fever". Pero esta noche no me había dado opción. Algo en mí había cambiado, muy sutil pero suficiente para que Aitana lo detectara como buena amiga observadora que era. Sabía que esta noche no me resistiría demasiado, y así había sido.

Mi vestido negro de un hombro descubierto enmarcaba el cinturón con diminutos cristales que Aitana me había obligado a llevar. Decía que enmarcaba mi cintura y resaltaba mi trasero objeto de su veneración desde que nos conocimos. Los zapatos y unos pendientes finísimos similares a múltiples lágrimas de cristal, completaban el total look. Hacía mucho que no me centraba en mi imagen, más allá de cuando debía acudir a un evento o a un acto de promoción, y en todas esas ocasiones Bob me asesoraba y elegía absolutamente cualquier prenda o complemento que debía llevar. Yo no me preocupaba, Bob me conocía a la perfección después de muchos años trabajando juntos y no me defraudaba nunca con la ropa que seleccionaba. Nada demasiado estridente, ni llamativo, y ante todo cómodo. Si seguía esas premisas no me ponía quisquillosa. Me era bastante indiferente si mi imagen era sexy, juvenil o elegante. Sólo quería no desentonar, ni llamar la atención y no matarme con unos tacones de más de 5 centímetros.

Esta noche era diferente, aunque tampoco había elegido yo mi atuendo, me había mirado al espejo y me había gustado. Mis ojos tenían algo de brillo y mis mejillas lucían un tono rosado muy favorecedor. No hubiera creído posible que descargar la losa de mi pasado sobre alguien, compartir mis lúgubres pensamientos, tuviera un efecto tan positivo en mí. Seguía convencida de que mi vida me había sido extirpada, y que la felicidad se quedó tres años atrás en Barcelona. Pero ahora al menos, el nudo que permanentemente atrapaba mi estomago estaba ligeramente más flojo, y respirar con más amplitud provocaba que me apeteciera divertirme. Me sentía un poco liberada y era maravilloso.

Los zapatos me daban seguridad y la manera en que me miraba la gente también. Hoy me sentía guapa y no me importaba mostrarlo. Aitana deslumbrante como siempre con sus shorts negros y su top de lentejuelas azul eléctrico, llamaba la atención por donde pasara, lo cual resultaba ideal para poder acceder sin tener que dar los consabidos codazos de rigor hasta el reservado donde los Javis aguardaban a todo aquel de su trouppe que quisiera pasarse.

La llegada al reservado fue esperpéntica, el miembro de seguridad que controlaba el acceso, tenía una lista de posibles "invitados" del sábado noche, y tenía que comprobar la veracidad de los nombres que se le daban antes de abrir la puerta al cielo de las fiestas. Aitana se disponía a identificarse como lo había hecho cientos de veces anteriormente para seguir el protocolo, cuando el señor me vio, me reconoció y empezó a balbucear y a tartamudear suplicándome que le concediera una foto. Surrealista. No me pude negar, y después de que Aitana captara nuestra imagen en el móvil que le había sido dejado para la causa, se abrió para nosotras la puerta del reservado entre millones de gracias y halagos. Increíble. Estaba acostumbrada a que me reconocieran por la calle, e incluso que me pidieran fotos y autógrafos de vez en cuando, pero este nivel de veneración hacia muchos años que no lo había experimentado.

Aún riéndonos de la experiencia, los Javis se nos abalanzaron como osos amorosos. No podían creer que Aitana hubiera conseguido arrastrarme fuera de nuestro piso un sábado por la noche y no paraban de darle las gracias. Tras la algarabía inicial donde mi vestuario no había pasado desapercibido por el sentido de la moda de mis dos amigos, Ambrosi cogió mi mano y haciéndome girar cual bailarina me llevó a un rincón fuera de los oídos que allí bailaban concentrados, y me preguntó que tal estaba. Mi primera reacción siempre era decir que bien, así evitaba que se siguiera indagando sobre mis posibles penurias, pero hoy quería ser sincera, al menos un poquito sincera y me camuflé en un simple voy haciendo...

Ambrosi me abrazó y me susurró en el oído que fuera fuerte, y que no me esperaban aquella noche. Las connotaciones de este último comentario no las entendí hasta que un calambre me recorrió de forma instantánea dejándome aturdida en cuestión de segundos. Su mirada conectó con la mía y el pavor cerró mis párpados como reacción natural al peligro. No me atrevía a mirar. No lo podía creer. Tres años sin verle y los dos últimos días nuestros caminos se habían cruzado por azar. El destino se estaba riendo de mí y yo estaba dispuesta a huir. Abrí los ojos y busqué la salida más cercana, el amigo con quién pudiera disimular antes.

Pero una vez más, él se adelantó a mis movimientos, y sin dejar de observarme, llegó a mi altura y con su sonrisa de medio lado, me acarició las mejillas con dos besos que apenas me rozaron. Sin palabras, sin saludos. Nos quedamos mirando, fijamente, mientras mis piernas se volvían gelatina y mi corazón se desbordaba. Hasta que sus labios se acercaron a mi, provocando que dejara de respirar, y su voz se coló cerca de mi lóbulo para decirme que se alegraba de que hubiera aceptado mi promesa, aunque ese no fuera el mejor lugar para conversar. Me desarmó. Intuir su voz a través de las notas hiperactivas del tema que arrasaba en la noche, activó mi cuerpo al instante.

Y aunque mi primera reacción fue huir, algo había cambiado, esta era mi noche, y yo iba con mi autoestima por las nubes. Estaba agotada de huir, de permitirle ese poder sobre mí. Era él quién rompió sus promesas de amor eterno buscando diversión en otro cuerpo que no era el mío. El recuerdo dolía. Mucho.


Perdida en élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora