XXXII. La leona

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Ruborizados por la vuelta a la realidad que aquel nuevo testigo había provocado, él se volvió a abrochar los cuatro botones que yo casi había roto en el énfasis del momento. Recomponiéndome también antes de girarme, percibí que Javi había estado mirando por la ventana para proporcionarnos una falsa intimidad que creía que nos debía después de la revelación que había arrojado en el aire momentos antes.

La nueva incorporación en la sala acabó de entrar y se situó al lado de Javi, saludándolo y dándole dos besos, por lo que deduje que era el "jefazo" del que me había hablado. Era una mujer. No reconocía esa voz, aunque claro, en la discográfica trabajaba mucha gente y salían directivos hasta de debajo de las patas del piano. Por lo que no me sorprendió no reconocerla en cuanto me giré y se me acercó para el saludo de rigor. Me era ligeramente familiar, pero no podía decir dónde la situaba. No le di importancia puesto que desde que era conocida muchas personas al día se me acercaban pidiendo una foto y yo para no quedar como una estúpida prepotente intentaba quedarme mínimamente con las caras, a veces un rasgo, a veces una expresión, unos labios característicos, unos ojos bonitos... esa fijación a menudo provocaba que todo el mundo me resultara conocido ya que muchas de las características que yo memorizaba se repetían en gente anónima sin conexión entre ellos.

Estaba yo perdida intentando averiguar si eran los ojos extraordinariamente azules de la mujer que tenía enfrente aquello que me atraía hacía mis recuerdos, cuando ella se movió a mi derecha dando un paso en dirección al piano. Inmediatamente, aquel que me sostenía la mano me la apretó con fuerza, demasiada fuerza, clavándome el anillo que llevaba en mi dedo anular. Me giré quejándome por el daño infligido y le vi pálido, con una mueca de estupor en la cara. No entendí el motivo de aquel rictus repentino en la boca que minutos antes devoraba la mía con fervor, ni la ausencia del color rosado que sus mejillas previamente encendidas habían lucido mientras rozaba su erección contra mi trasero acomodado en sus rodillas. No entendí su cambio instantáneo hasta que un nombre salió de sus labios en su susurro. Marian.

Y por fin comprendí. Y recordé. Sí que había visto aquella cara antes, no era una más de entre el mar de facciones que me asaltaban, la había visto antes en mi anterior discográfica, la que abandoné cuando empenzó mi descenso a los infiernos.

Aquella que se había acercado a mí como si nada, con su sonrisa ensayada en miles de reuniones y haciendo gala de una elegancia totalmente orquestada, era la bruja que había protagonizado las pesadillas del hombre que amaba y que ahora se escondía tras de mí como un niño indefenso. Zorra.

Ella, ajena al torbellino de ira que estaba empezando a brotar en mi interior, dio un paso más y se acercó a él robándole dos besos muy cerca de los labios. Mi niño perdido estaba totalmente sobrepasado por la situación, no había tenido fuerzas ni para retroceder ante el avance de la víbora vestida de Marc Jacobs. En sus ojos, la purpurina había sido sustituida por destellos de vergüenza y miedo. Vergüenza por lo que pasó, miedo por lo que pudiera pasar. Verle así me descolocaba. Gracias a la confesión de Javi sabía que él también había sucumbido a la no vida como yo, pero yo no lo había presenciado. Para mí él era el chico fuerte que me apoyaba y me hacía crecer, él que me aconsejaba y me empujaba, arropándome si me caía, el que con su sonrisa perenne iluminaba mis momentos de bajón. Verle ahora frágil y asustadizo me destrozaba el alma. Pero ahora no estaba solo. Me tenía mí, y aunque hace solo un par de días yo hubiera sido incapaz de defenderme siquiera de los comentarios repelentes del niño malcriado de la vecina, ahora él estaba a mi lado buscando mi apoyo en nuestros dedos entrelazados, él era mi fuerza. Estábamos juntos en esta historia, y yo me sentía una leona capaz de arrancarle la cabeza a cualquiera que amenazara el bienestar de mi familia. Y él era mi familia. De hecho, nunca había dejado de serlo.

Por eso, cuando Marian se volvió a inclinar quedándose a escasos centímetros de él y diciendo que le alegraba muchísimo volver a verle como en los viejos tiempos, mi parte más macarra salió a la luz, y sin pensarlo dos veces la aparté con un empujón camuflado y me puse en medio de ellos dos, colocando las manos de mi niño en mi cintura después de darle un beso en sus labios blanquecinos infundándole un valor que yo desprendía a raudales.

Con ese movimiento Marian entendió que yo conocía la historia y sonrió. Le gustaban las contrincantes fuertes y una buena pelea. Se iba a divertir. Lo que ella no sabía era que para mí ella no era rival ninguno. Hasta cualquiera de "las conejitas" podría suponer más problema que ella. Yo conocía su sucio secreto, le gustaba acosar a los jóvenes artistas que trabajaban para ella. Hasta ahora lo había podido tapar, pero si volvía a intentar ni siquiera mirar a mi niño más de dos segundos, se iba a encontrar con una mujer enamorada que estaba en la cresta de la ola y que tenía muchos y muy buenos contactos en el mundo de los medios y la música. Hasta hora nunca me había preocupado por cuidar mis redes sociales, pero quizás eso debería cambiar. La fama que a veces podía ser un estorbo, para luchar contra esta hiena iba a ser mi arma principal. Si quería pelea, la iba a encontrar. A partir de ahora le iba a pedir prestado el apodo a Miriam. La Leona había llegado para quedarse. Junto a él.

Javi que aún estaba junto a la ventana, observaba prudente el intercambio de miradas, sonrisas envenenadas y gestos que nos regalábamos. Él no conocía la historia. Ni siquiera conocía a Marian. Únicamente sabía de ella, que tenía fama de ser infalible en los negocios y que los de la discográfica la habían metido en mi proyecto puesto que a día de hoy yo era su mejor baza para fulminar a la competencia. Javi me miró interrogándome y yo negué con la cabeza. Me conocía y sabía que algo estaba mal, muy mal, para que yo reaccionara como lo había hecho. Desde pequeña siempre había sido muy pacífica, prefería pedir perdón que enfrentarme a aquellos que me habían ofendido, y eso no había cambiado en mi vida adulta. Había aprendido a capear a la prensa y a los haters, pero siempre desde la tranquilidad de la que no se involucra demasiado en nada. Ahora en cambio, notaba la cara ardiendo y toda yo era un volcán a punto de desbordar lava corrosiva si la zorra esa daba un paso equivocado.

Mi hermano, sintiendo mi crispación, curtido ya en los entresijos del mundillo, y acostumbrado a lidiar con pseudoperiodistas, decidió intervenir para refrescar el ambiente, y acompañó a Marian sutilmente a la salida de la sala del piano con la excusa de que estábamos esperándola para mostrarle los últimos arreglos del tema que había compuesto para que inaugurara mi nuevo álbum. Ella no tuvo más remedio que aceptar puesto que no podía desmontar el argumento que Javi le dio. Precisamente ese era el principal motivo de su presencia en el estudio, ayudarme a conseguir que este proyecto fuera un éxito sin precedentes. Por lo visto, la reunión con los altos cargos que había tenido la semana anterior los había dejado a todos gratamente impresionados y habían decidió ponerse de inmediato a apoyar la salida del disco con todos lo medios y plataformas disponibles. Tras haber escuchado mis temas, imágenes de billetes habían inundando sus retinas como en los dibujos animados, por lo que Marian había sido la designada para cuidar y hacer florecer su inversión. No contaban con la historia que arrastraba su empleada modelo...

Perdida en élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora