XXXIX. Mini punto

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Después de un nuevo ataque compartido, conseguí zafarme de sus mimos y me vestí soportando miradas de lujuria mezcladas con pucheritos porque le había comentado que prefería que no me acompañara. Le había vendido la historia de que necesitaba mi espacio para construir una relación más adulta, aunque él que me conocía hasta mis miedos, sabía que Marian estaba en la ecuación de mi decisión y no rechistó. Entendía que era mejor por el momento que ella se confiara creyendo que él se había acobardado ante el recuerdo del "incidente" y así facilitarme el trabajo y de paso darnos tiempo para urdir nuestra venganza. No lo habíamos hablado, pero después de nuestras confidencias regadas de besos y orgasmos, los dos volvíamos a ser uno, por lo que la venganza iba a ocurrir e iba a ser compartida.

Tras colocarme bien el cuello de la chaqueta, y los mechones rebeldes detrás de las orejas, me miró con purpurina y me rozó los labios en una caricia de promesas y apoyo. Me susurró lo preciosa que estaba y nos citamos en su hotel después de la reunión. Según él, esperaba que no me gustaran demasiado las braguitas que había elegido, porqué tenía intención de que acabaran rotas en alguna esquina de su habitación. Solo con estas palabras mi libido volvió a adquirir niveles de adolescente cachonda y le di una palmada considerablemente fuerte en su hombro regañándole por provocar que la prenda que él quería romper ya estuviera a punto de desbordarse. No podía ir toda mojada a enfrentarme con nuestra pesadilla...o sí...con su sonrisa de niño bueno se volvió a acercar y me dijo que la humedad que tenía entre mis piernas sería un recordatorio de lo que iba a llegar, para que no cayera en las provocaciones de Marian y no dudara ni un segundo que lo que iba a pasar en su hotel era solo para mí.

Ante tal razonamiento tuve que perdonarle su incursión en mis hormonas y dándole un beso dulce y corto, me despedí para evitar más tentaciones. Salí de la habitación y Aitana ya estaba desayunando, así que le dije adiós entre risas comentándole de pasada que mi "invitado" seguía en la cama y que lo tratara bien cuando se levantara. Ella con sonrisa pícara me informó que tenía previsto invitarle a tostadas pero que seguro que no lo trataba tan bien como yo a juzgar por mis movimientos lentos de agujetas... Le tiré un guante que encontré en mi bolsillo a la cara, y ruborizada, cerré la puerta tras de mí. Adoraba a Aitana y no solía tener secretos para ella, pero me daba una vergüenza horrible que pudiera vernos u oírnos en nuestros momentos de gloria.

Sacudiendo la cabeza para evitar que los recuerdos de la noche insaciable me retuvieran, salí al frío y empecé a pensar cómo enfrentarme a Marian. Nunca se me habían dado bien las confrontaciones, siempre era la que me escondía o evitaba pelearme renunciando muchas veces a aquello que deseaba. Pero a él no iba a renunciar. Si tenía que hacer una lucha de barro y miserias con esa zorra, iba a pillarme de frente, prevenida y con el mismo juego sucio preparado.

Ensimismada en las posibles formas de conseguir que se delatara, llegué al estudio, y con un último trago de aire, entré saludando al portero y dejando atrás mi chaqueta y mis dudas. La leona estaba en el edificio.

Marian ya estaba con el técnico compartiendo espacio vital. Por lo visto, esta mujer era insaciable, y le daba igual la edad o la profesión de la víctima. Tiraba a todo. No me hubiera parecido mal, e incluso hubiera alabado su libertad, de no saber cómo se las gastaba con sus conquistas. Yo era muy partidaria del sexo libre, pero siempre consentido y sin chantajes de por medio.

Cuando el técnico me vio, dio un respingo y separó su silla con ruedas de una sola patada. Ante el brusco movimiento Marian levantó la cabeza y con una sonrisa de depredadora se humedeció los labios y me miró. Por una fracción de segundo vi a lo que mi niño se tuvo que enfrentar y me sentí orgullosa de él por saber salir, por resistirse, por no ceder. Estaba decidida, iba a hacer el mejor pase de la canción, para que no pudiera poner ninguna pega, y en menos de una hora pudiera estar ronroneando entre las sábanas blancas del hotel.

Decidida a acabar rápido con el suplicio, y minimizar el riesgo de estar a solas con ella, la saludé de pasada para no perder las formas y delatarme ante el técnico que escondía su erección con la partitura de mi canción. Entré en la sala del piano, y nada más entrar me embargó su olor. Aún olía a nosotros y a sexo. Esperaba que nadie hubiera hecho uso de la sala porque era innegable lo que había pasado ahí dentro. A mí por supuesto no me molestaba, de hecho, el recuerdo de la entrega encima del instrumento logró que mis dedos fluyeran sin pensar y "Respirando tu ausencia" surgió de mi yo más profundo. Una sola vez. Clavada. Perfecta.

Me levanté de la banqueta, abrí las ventanas de la sala para ventilarla y evitar morirme de vergüenza cuando volviera acompañada, y salí para enfrentarme al veredicto de Marian. Se le notaba incómoda. Quería sacarme los colores, hacer que repitiera la pieza para dejar patente que no era tan perfecta como sus compañeros de alto cargo creían. Pero tuvo que contenerse. En esta ocasión fue ella quien se mordió el labio, y se limitó a cabecear indicando que había estado bien. El técnico/víctima fue mucho más expresivo y se deshizo en halagos por la maestría con la que había lidiado la pieza, cuyos acordes enrevesados la convertían en un desafío para cualquier pianista. Y eso sin contar que la alternancia de las teclas debían ser acompañadas por la emoción y el desgarro de la letra que requería tempo y melodía.

Agradeciéndole los cumplidos, me coloqué la chaqueta y guiñando un ojo les dije que les dejaba solos sino requerían más mis servicios. Marian pareció que iba a callar y dejarme ir, pero cuando ya estaba traspasando la puerta me asió del codo y girándome, me susurró que la perfección no existía y que debíamos seguir practicando para evitar despistes el día de la gala. Preparada como estaba para el asalto, mi sonrisa no dejó mis labios y acercándome más a ella, le comenté en el mismo tono casi inaudible que no se preocupara por mis "despistes". Nunca nadie había podido dudar de mi profesionalidad, y en el escenario me crecía. Controlaba la canción y estaba deseando expresarla en el gran escenario de los premios. Con un tono meloso totalmente falso le insistí en que no se preocupara y le dije que si me disculpaba mi "distracción" me estaba esperando en el hotel para "distraernos" juntos. Al parecer mi última frase no fue de su agrado y hasta su sonrisa sibilina se borró. Había sido un dardo demasiado sutil y directo para poder evitarlo. Su mueca cambió y soltándome el brazo, me advirtió que no iba a consentir que me "distrajeran" demasiado, puesto que la discográfica había apostado por mí y ella tenía que proteger la inversión. Asentí, y con la sonrisa aún más ancha, mirándole a los ojos, le insistí en que su apuesta estaba segura pero que mi "distracción" seguiría para siempre.

Mis palabras sellaron sus envistes y mi triunfo se vio materializado cuando me llegó una foto de unos pectorales musculados con un mensaje de urgencia. Sin poder evitarlo, giré el móvil para dejarlo a su vista, y le indiqué que mi "distracción" me esperaba. Sus ojos desorbitados me indicaron que era el momento de mi retirada satisfecha. Primer mini punto ganado. Sabía que había sido una estupidez enseñarle las cartas tan pronto. Ahora sabía por seguro que estábamos juntos y su guerra había ampliado horizontes. Pero no lo había podido evitar. Necesitaba que ella no dudara de quién era mi "distracción". Él no era negociable. Él no se tocaba.

El taxi de olor rancio llegó a destino, y la puerta del paraíso se abrió para mí. La sonrisa de paletitas separadas más sexy y la toalla más pequeña en su cintura me esperaban, y yo no podía sentirme más feliz. ¿Marian? ¿Quién era Marian?

Perdida en élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora