XII. Mi niño perdido

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Vacié el vaso de vodka con naranja que Ambrosi me había ofrecido disimuladamente momentos antes, y forzando una sonrisa, me atreví a responder que no había sido mi lugar elegido para responder a su petición de diálogo. No sabía que iba a estar allí y yo sólo había buscado divertirme con mis amigos.

Su sonrisa se amplió, y mordiéndose el labio inferior ligeramente, me repasó produciendo oleadas de excitación que se concentraban humedeciendo mi interior. Contestó que no iba a ser impedimento para mi diversión y cometí el tremendo error de atreverme a mirarle a los ojos. La oscuridad se había instalado en ellos. Mis ensoñaciones no le habían hecho justicia. Tanto tiempo recordando, sin vivirlo en directo, había difuminado la profundidad del peligro que hacía sentir. Te atrapaba. Era hipnótico. Apresaba tus entrañas ante la espera del paso que él decidiera.

Pero esta noche yo era fuerte, me sentía poderosa con mi vestido ceñido y el alcohol que ya corría por mis venas, no iba a dejar que me arrastrara. Hoy no. De forma casi inconsciente me acerqué a él mostrándole una mentira, mostrándole que no me afectaba, y como si fuese un comentario casual de una vieja amiga con la que hace mucho que no coincides, le pregunte cómo estaba Lorena.

Su rostro cambió, la oscuridad se retiró dejando paso a una tristeza palpable. Ya no dominaba la situación, yo le dominaba a él. La palabra mágica de nuestro pasado le había devuelto a la realidad. Su mirada ya no se atrevía a buscar la mía, y su oscuridad peligrosa se transformó en un brillo aguado. Y por fin le vi a él. A mi niño perdido. Ayer cuando nos encontramos había tirado de falsa seguridad, había querido controlar la situación para evitar que le sobrepasara, igual que hoy...hasta que le había mencionado a Lorena, hasta que le había enseñado que aunque seguía muriendo por él, no olvidaba quien había roto mi vida.

Des de fuera, la imagen debía ser patética, ya que Brays, que rondaba por allí y había vivido en primera fila nuestra historia, se percató de nuestro intercambio de roles y para salvar nuestra noche, me secuestró del círculo vicioso, y me trasladó al centro de la pista obligándome a bailar con sus manos fuertes en mi cintura. Yo no quería, ni podía divertirme. Me había dejado tocada. Por fin le había visto de verdad, y aunque me destrozaba ver el dolor infringido, me alegraba sobremanera saber que no le era indiferente. Puede que hubiera pasado página, que soñara con otra y compartiera su vida, lo desconocía, pero me quedó claro que no había olvidado nuestra vida juntos. No me había olvidado. Le había desmontado en un minuto, y la fachada que acostumbraba a utilizar para protegerse, se desarmó dejándole solo con el corazón a la vista. Mi niño sensible.

Brays me gritaba que no le diera vueltas a nada, que estaba espectacular y tenía que triunfar. Me movía, me giraba, apretaba y soltaba al ritmo de la música, y yo terminé por dejarme llevar. La música siempre tenía ese efecto sobre mí. Siempre podía contar con ella para olvidarme de mí misma. Normalmente era el roce de las teclas de mi piano lo que me salvaba, pero hoy me tenía que conformar con seguir los compases alterados de la música que Javi Calvo estaba pinchando para nosotros. Cerré los ojos, y permití a mi cuerpo entregarse al bienestar del alcohol, dejé mi mente en blanco. Continué bailando con Brays, con Aitana, con Ambrosi, con Maca...con todo aquel que se me acercaba, hasta que mis pies no acostumbrados a las alturas suplicaron un descanso.

Con los zapatos en la mano, me recosté en uno de los sofás verde pistacho del reservado. El tiempo se me había pasado volando y no había sido consciente de las dos horas que había estado dándolo todo en la pista, sin tan siquiera respirar. Solo bebía. No me importaba el qué. Misteriosamente cuando mi mano sostenía un vaso vacío, volvía éste a rellenarse. No sé lo que bebí, ni cuanto. Sentía la cabeza aturdida y el pensamiento difuso. Sentada, a punto de dormirme, una sensación en el estómago me recordó mi encuentro anterior. Y le busqué. Repasé frenéticamente toda la estancia intentando descubrirle, y hasta que no llegué a uno de los rincones más alejados del reservado, no lo distinguí. Estaba también sentado, en otro sofá pistacho. Solo y con la mirada clavada en mí.

Un sudor frío recorrió mi espalda ante el escrutinio de esos ojos que tantas veces me habían hablado de amor. Ahora no distinguía bien su expresión, pero parecían heridos, perdidos. Fijos en mí.

Concentrada como estaba en él, no me percaté de que Brays se sentó a mi lado, de nuevo dispuesto a alejarme de mi perdición. Me entregó una nueva bebida, ésta de color rosa y de sabor dulzón, e intentó tirar de mí para volver a la pista. Mis pies reclamaron el sobreesfuerzo al volver a aguantar mi peso, y soltando su agarre me dejé caer en el sofá. Brays entendió que tantas noches sin salir habían mermado considerablemente mi aguante fiestero, y se recostó conmigo.

Conversaba con Brays, pero mi mente y mi cuerpo estaban centrados en el otro sofá pistacho. Aunque esta última copa, había mermado más si cabe mis capacidades, seguía sintiéndolo en la distancia. Ahora casi ni le distinguía entre la penumbra del rincón que él había elegido para observarme, pero mis entrañas le sentían. Era una conexión visceral. Tentada estuve de aprovechar la falsa seguridad del estado etílico en el que me encontraba para volver a acercarme. Me moría por tenerle cerca y poder aspirar ese olor que me embriagaba más que el alcohol que me sustentaba en ese momento. Pero el dolor de su mirada me contenía. Con su oscuridad me hubiera atrevido, me sentía poderosa y juguetona, y hubiera jugado con él. Pero no me encontraba lo suficientemente bebida como para enfrentarme a la expresión tormentosa que su mirada me relataba. Aún en la distancia, su tristeza era palpable.

Perdida en élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora