XXXVI. ¿Hablamos?

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Con ese leve contacto todo mi ser se alteró. Mis sentidos adormecidos por el llanto y la depresión en la que me había sumido horas antes revivieron de forma automática y permanecí a la espera de su próximo movimiento. Sin ser realmente consciente de que el próximo movimiento me correspondía a mí, puesto que estaba en mi casa, y era yo quien debía guiarle a alguna estancia para poder conversar en privado. Mi mente iba a mil revoluciones, con algo tan simple como la elección de un cuarto. Nuestra casa no era especialmente grande pero teniendo en cuenta que la cocina y el comedor se comunicaban por una barra de desayuno donde Roi seguía afanado con sus botellas, y mi habitación estaba ocupada por una bella durmiente, sólo quedaba libre la habitación de Aitana, una vez descartado el cuarto de baño por razones obvias.

Sin atreverme ni a mirarle a los ojos, me encaminé a la habitación de mi amiga y me senté en la cama. Necesitaba estar apoyada para soportar el cúmulo de sentimientos, emociones e ideas que revoloteaban en mi mente. Estaba totalmente descolocada, no sabía qué hacía en mi casa y no quería hacerme ilusiones. Esperaba que no hubiera decidido desplazarse hasta mi piso simplemente para dejarme claro que no quería ningún tipo de relación conmigo. Eso lo podría haber hecho por teléfono, sin tener que gastarse el dinero del taxi. Aunque conociéndole, él no hubiera roto contacto sin dar la cara. No era tan cobarde como yo.

Noté como entraba en la habitación dubitativo. Su nerviosismo se podía saborear en el ambiente. Pero al menos no parecía demasiado enfadado. Aunque con él nunca se podía estar completamente seguro, podías creer que estaba calmado, pero en su interior estar hirviendo la lava de mil volcanes. Estaba acostumbrado a hacer esfuerzos titánicos para controlarse, para evitar la pesadilla de la ansiedad que le atenazaba, y era difícil leerle. Especialmente si él quería permanecer neutro, como ahora. Si le hubiera gustado el póker hubiera sido un excelente jugador.

Cerró la puerta tras de él y para mi sorpresa se sentó a mi lado, mirándome a los ojos. El silencio nos absorbió y nuestras pupilas dilatadas hablaban por nosotros. Esas conversaciones de la nada eran usuales antes de la época oscura, y seguían sintiéndose igual. Eran cómodas. Con él podía hablar de todo incluso sin hablar. Leí su decepción y su tristeza. Las esperaba, me las merecía. Pero también percibí comprensión y eso me descolocó. Desvié la mirada para aclararme, y al regresar a sus ojos, la purpurina había vuelto. Sus ojos irradiaban amor. Esperaba y deseaba con todas mis fuerzas que estuviera destinado a mí.

Tras nuestro breve dialogo silencioso, se decidió a hablar, clavando la mirada en sus rodillas. Le había hecho daño. Se había sentido traicionado cuando supo que no había pensado en él antes de relatar algo que no me pertenecía. Tenía razón. Yo era plenamente consciente de ello y empecé a pedirle perdón atropelladamente. Ante lo cual él tapó mis labios con su mano y me rogó paciencia. Él me había permitido hablar por teléfono, ahora era su turno. Así que con la cabeza gacha por la regañina, asentí y sellé mi lengua inquieta. Continuó serio, cabizbajo, explicándome los motivos por los que no deseaba que su historia se difundiera. Él ni siquiera se lo había explicado a sus más allegados, solamente lo sabía Marta, su amiga gemela. Ni siquiera David, el otro mosquetero, ni sus padres, sabían nada del asunto. No había querido dar bombo a una situación que le avergonzaba y le llenaba de rabia a partes iguales. En su momento no había querido que nadie tuviera lastima de él o que le mirará con asco por lo que había consentido. No hubiera permitido que nadie se inmiscuyera en su pesadilla, para cargarla como propia y lo había dejado correr. Escondiendo la basura bajo la alfombra de los recuerdos oscuros, había logrado sobreponerse y avanzar. Conseguir un nuevo proyecto discográfico y dejar el "incidente" como una anécdota. O eso creía él. La aparición de las "conejitas" y de Marian había reabierto la herida, y desenterrado la basura que creía más que eliminada de su ser. Pero había estado profundamente equivocado. Había encadenado un error tras otro, no afrontando y explicando lo que aquella mujer le hizo. Enterrando el episodio, solo había conseguido aparcarlo, pero no se había erradicado. De hecho, la herida se había vuelto más profunda al mezclarse con la sensación de cobardía que le acechaba ahora. Gracias a mis indiscreciones se había dado cuenta de que el miedo a que volviera a suceder, a sentirse víctima, le seguía atenazando. Y eso le había despertado. Le había sacudido de arriba abajo. Desde mi llamada había estado pensando. No iba a permitir que esa mujer volviera a ganar, ni con su recuerdo, ni ahora que volvía a su vida. Yo le había infundido fuerzas, conmigo en su vida se sentía poderoso. Tras sentenciar mi vida con esas palabras levantó la vista y por fin me miró. La purpurina seguía en su sitio y una sonrisa tímida afloraba en sus labios de melocotón.

Perdida en élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora