VII. Mi árbol

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Salí de la cafetería sin llegar a recoger mi pedido. El encuentro había arruinado mis ganas de endulzarme la mañana. Caminé como cuatro manzanas hasta que me di cuenta de que mis pasos me llevaban al parque donde desde hace años vacío mis momentos difíciles. Cuando no puedo soportar que nadie esté cerca de mí, que nadie me compadezca ni me ofrezcan alternativas sencillas a los problemas de mi vida, me refugió en el tercer árbol entrando a mano derecha. Mi árbol. Mi rincón detrás de él. La ubicación perfecta para pasar desapercibida por el mundo y a solas con mi corazón. El único lugar del mundo donde me permitía dejarme llevar. Recordar mi vida anterior. Disfrutar de la sensación de estar sus brazos cuando nos molestaba el resto y nosotros dos nos bastábamos.

Y allí llegué, con la camiseta empapada, teñida de marrón y totalmente descuadrada. Me senté en el suelo con las piernas cruzadas y me permití respirar de verdad desde que me alejé de él, dejándolo en el local atestado de gente que nos miraba extrañados de nuestra presencia, con su sonrisa perenne en los labios. Respiré y las lágrimas empezaron a desbordarse de mis ojos acostumbrados. Encontrármelo así, de repente, sin preparación previa, sin poder haber movido mis hilos para evitarlo, había sido demasiado. Casi tres años sin verle, no habían disminuido el influjo que tenía en mi. Antes lo sospechaba, pues nunca he llegado a olvidarle. Ahora lo sabía. En el momento que había oído su voz, me había perdido. Aún no sé ni cómo había llegado a reunir la capacidad mental necesaria para articular una palabra y dar la orden a mi cerebro para mover mis extremidades de forma regular hasta la puerta. Me había descolocado de tal manera, que sentada en mi rincón, estaba al borde de una arritmia y un sudor helado aún bañaba mi espalda. Por no hablar de mi ropa interior, ya prácticamente desintegrada por la humedad que los cinco minutos de su mirada habían provocado.

Y quería quedar para "conversar"... Siendo consciente del estado en el que me encontraba por haber estado en su presencia unos 5 míseros minutos, no me creía capaz ni de volverme a acercar a él, mucho menos de "conversar". Definitivamente, esa promesa se iba a romper.

Una vez tomada la decisión, intenté recuperarme, tenía una reunión con el nuevo productor del disco y debía acudir centrada. No iba a permitir que esto afectara a mi trabajo. Nunca lo había hecho y no iba a empezar ahora. Así que inspiré y exhalé varias veces intentando dejar mi mente en blanco, repitiendo uno de los mantras que Xuan nos había enseñado en yoga y que tanto me había ayudado en los últimos tiempos. Pero el mantra esta vez no me llevó a conectar con mi yo profundo, me transportó a una cafetería, parecida a la que ahora era habitual en mi ritual matutino, una cafetería que también había sido habitual pero que dejó de serlo cuando me cambié de ciudad. Una cafetería donde más de una vez habíamos jugado a ser descubiertos.

Recordé el aroma del pan recién hecho mezclándose con mi olor favorito, acentuado por el ligero sudor que recorría su pecho y pegaba su camiseta mientras me envestía rítmicamente en el almacén entre las bandejas con la bollería preparada para ser horneada. Cuando la urgencia apresaba entre mis muslos su vigor y lo acogía con ansias, sin dulzura, conscientes de que podíamos ser descubiertos en cualquier momento y con la excitación del peligro intensificando nuestro placer hasta el infinito. Con mi falda en la cintura, y mis braguitas fuera de circulación, siempre tenía libertad en mi cuerpo, con una sola mirada conseguía que estuviera lista para lo que él quisiera. Mi cuerpo reconocía que lo que él siempre me suministraba era placer y eso era bien recibido en cualquier momento. Recordé sus manos en mis pechos agarrándolos con destreza para evitar que me moviera demasiado, sus labios colgados de mi cuello respirando sus jadeos contra mí, mi locura creciendo con cada movimiento de sus caderas impulsando nuestro placer. Y su sonrisa de niño de travieso cuando al acabar siempre me daba un besito de duende en la punta de la nariz y me bajaba la falda para que nadie disfrutara de las mejores vistas de Barcelona según él.

Perdida en élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora