XXI. Y llegó él

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Sus ojos no perdían detalle de las elegantes caricias con las que arrancaba una melodía de sobra conocida por los dos. Tras un rato divagando por diferentes canciones, había acabado tocando una pieza que creía ya olvidada. Hacía siglos que no la tocaba y siempre había sido acompañada. Era la primera vez que la interpretaba sola. Precisamente hoy.

Tras la última nota, respiré profundamente dejando caer mi cabeza hacia atrás en un acto reflejo que hacía al acabar las piezas especialmente difíciles de interpretar, por su complejidad o por la emoción vertida en ellas. En esta ocasión la dificultad era nula, pero los sentimientos que me provocaba era infinitos.

Una voz perfecta para la canción que acababa de interpretar, en un susurro se dirigió a mí. Me alarmé. No le había visto antes y no sabía cuánto tiempo habría transcurrido yo enfrascada en mi piano y él observándome con paciencia. Recuperé la compostura como pude, y me giré poniéndome de pie. Quedé enfrente de él, cerca, muy cerca, ya que cuando yo había parado la música, él se había adelantado hasta casi llegar a mí.

A escasos centímetros, su aroma me envolvió. Solamente su olor había logrado que olvidara el discurso que mentalmente había preparado y repasado varias veces a lo largo de la mañana. Quería mostrarme simpática, alegre y receptiva. No deseaba que nuestra "conversación" pendiente estuviera teñida de odio o rencor, tenía ganas de verdad de verle y hablar con él, y no quería que mi rabia contenida o mis celos anquilosados, pudieran arruinarlo.

Profundamente trastocada logré que un atisbo de sonrisa curvara mis labios, mientras en fracciones de segundo hacía un repaso general del hombre que tenía delante. Estaba increíblemente atractivo. Tenía los ojos oscuros llenos de brillantitos, su pelo también oscuro lucía un poco despeinado, lo máximo que permitía su escasa longitud, sus labios llenos y perfilados también se mostraban amables, anclando una sonrisa torcida que llegaba a sus ojos y a mi cuerpo. En todo este tiempo sin sentirlo, había ganado ese aire de misterio que convierte a los chicos en hombres, y mi cuerpo traidor lo había percibido activando todos mis sentidos.

Iba vestido informal, rollo roquero como a él le gustaba. La chaqueta de cuero marrón chocolate le enmarcaba a la perfección sus espaldas anchas y la camiseta básica de color blanco dejaba entrever unos músculos que no recordaba haberlos disfrutado. Los pantalones vaqueros también resaltaban cierta parte a la que sin querer se me fue la vista.

Tenía que reconocer que en mi ausencia debía de haber arrasado con el género femenino, se había convertido en una auténtica pieza de coleccionista, en un objeto para el deseo de cualquiera. Y no solo por su físico...si lo conocías de verdad, era imposible no sentir mariposas en el estómago por él.

Consciente de que mi mente empezaba a divagar por caminos que debía prohibirle, me esforcé al máximo para recuperar el control de mi misma. Le miré a los ojos y correspondí al saludo con dos besos que él me ofrecía. Al separarnos me percaté de que él también me había revisado, y parecía ligeramente descolocado. Le había gustado. Me felicité por haberle dado hoy importancia a mi aspecto, y escribí una nota mental a mi yo del futuro, diciendo que debía invitar a Aitana a cenar donde ella quisiera, se lo merecía.

Me obligué a dejar mi ensimismamiento y tras el saludo formal de rigor, le pregunté si llevaba mucho esperándome. Me moría de vergüenza por no haberle visto antes y que hubiera tenido que presenciar mi vuelta a las estrellas. Él se disculpó por no haberse dado a notar, escudándose en que para él escuchar mi música era una experiencia mística que no quería desperdiciar. De hecho, para mi total estupor, me confesó sin quererlo que tenía todos mis trabajos y que incluso no se había podido resistir a acudir a un par de mis conciertos, eso sí, yendo totalmente de incógnito para evitar a la prensa.

No sé porqué esa información me emocionó. Estaba preparada para tener las emociones a flor de piel durante nuestro encuentro, pero no esta precavida para escuchar de sus labios que seguía admirándome como siempre me recordaba cuando nuestras vidas estaban enlazadas. Desde luego yo no podía decir lo mismo. Había evitado a toda costa cualquier referencia a él en mi vida, incluyendo cualquiera de sus proyectos musicales. Ni siquiera me llevé en mi huida las copias de sus CD que me había dedicado en su momento. Este detalle que parecía insignificante, consiguió descubrirme como habíamos vivido cada uno nuestra separación: él buscándome, yo huyendo.

Obligándome de nuevo a salir de mis pensamientos, me di cuenta de que si queríamos avanzar, debíamos ir de frente. Fuera máscaras y gestos de educación. No éramos extraños, nos conocíamos y mucho. Los dos habíamos cambiado, pero nuestra esencia seguía siendo la misma, y a ninguno de los dos nos gustaba dar rodeos innecesarios para engañarnos. Así que tomando las riendas de mi vida, por primera vez den tres años, le pregunté si quería tomar un café y lo llevé a la sala donde antes había estado bromeando con Javi. Por suerte estaba vacía, así que le serví su cortado descafeinado con la leche fría y yo me hice un café solo. Necesitaba despejarme.

Al recibir su bebida, una nueva sonrisa le llegó a los ojos. No me había olvidado de cómo le gustaba el café... ¡Había tantos pequeños detalles de nuestra rutina que seguían incrustados en mí! Su sonrisa me contagió y un pequeño escalofrío me recorrió la columna. ¡Cómo había echado de menos provocar esas sonrisas y disfrutar de su mirada dedicada a mí! Nueva reprimenda a mi corazón. STOP. Ese camino no estaba asfaltado, estaba prohibido el paso. Debía recordar quien era él y qué nos pasó.

Él parecía estar librando una batalla interna semejante a la mía. Su concentración en el sobre del azucarillo vacío y la arruga de su frente le delataban. Esto estaba siendo complicado. Ninguno de los dos se atrevía a sacar el tema que debíamos abordar. Llevábamos más de dos horas hablando entre recuerdos y nuevas historias, riéndonos en las partes dónde nos debíamos reír, callando ante los relatos del otro. Observándonos, midiéndonos, recordándonos, disfrutándonos de nuevo. Nos habíamos echado de menos. Con mi marcha, perdimos nuestra conexión romántica, pero también la amistad. Y estando los dos compartiendo de nuevo espacio y palabras nos dimos cuenta de que siempre íbamos a ser amigos. No importaba lo que hubiera pasado, quién tuviera la culpa o hacía dónde fueran nuestros recorridos, la amistad que surgió antes que el amor estaba tan arraigada en nosotros que a poco que nos miráramos esa calidez de la confianza sin límites surgía de nuevo. No me lo esperaba. En todo este lapso sin saber de él, no había entendido que su ausencia me desgarraba por representar una perdida doble. Había perdido al hombre del cual estaba enamorada y a mi mejor amigo, todo en unas imágenes. Unas fotos de las que teníamos que hablar, pero costaba la vida afrontarlas sabiendo que el dulce momento de buenas vibraciones que estábamos compartiendo acabaría.

Perdida en élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora