XXX. Borrando recuerdos

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Sonrió con su sonrisa de medio lado, haciendo que se me arrugaran hasta los dedos de los pies. Sus pupilas dilatadas, oscuras, me miraban contestando mis dudas sin pronunciar sonido alguno. Sin permitirme salir del embrujo de su oscuridad, retuvo mi mirada mientras con sus manos hábiles caían a la vez la chaqueta que aún llevaba puesta testigo de mi intento de huida, y mi camiseta. Al ver mi piel desnuda, cubierta solo por el sujetador de encaje que poco ocultaba gracias a las transparencias, sus pupilas se agrandaron aún más. Su boca se entreabrió conteniendo apenas un sonido gutural de placer. Mis pezones reaccionaron al instante, y luchaban por salir de la fina tela que los contenía. Estaban rígidos y sensibles, hacía mucho que no los notaba tan firmes y tan necesitados de atención. Querían llamar la atención de aquel que los había despertado solo con su mirada de deseo. Y lo consiguieron. Sin apartar sus ojos que devoraban mis pechos, trasladó sus manos de dedos firmes y largos hasta mi sujetador, y desabrochándolo hábilmente, lo dejo caer en la cama sin ni siquiera mirarlo. Su oscuridad seguía fija en mí, y yo totalmente perdida en ella.

Noté un pellizco suave e intenso en mi pezón derecho y di un respingo de sorpresa. Una sonrisilla traviesa dibujó sus labios, y repitió la operación en mi otro pezón. Esta vez ya preparada para la envestida, un calambre me recorrió entera, y un gemido alteró el silencio de la habitación. Él, reaccionó jadeando, estaba totalmente excitado. Cogió mi mano y fue guiándola lentamente hacia el sur, recorriendo su pecho y su abdomen hasta que me lo mostró. Estaba duro. Muy duro. Notar su erección entre mis dedos aún entrelazados a los suyos, me desató. Sentí la humedad de mi interior liberarse entre mis piernas indecisas que no sabían si abrirse para incitarle, o cerrarse para intentar calmar un poco el ansia que guardaban.

Perdí la paciencia. Le necesitaba, le quería, ahora. Ataqué su miembro sin piedad masajeándolo con fuerza mientras con la otra mano me quitaba los pantalones y las braguitas que me molestaban. Él percibió el cambio de ritmo y decidió seguirme. Acercándose a mi oído me susurró muy cerca si lo quería "fuerte". Otro gemido le contestó, y empezamos un baile rudo, sin delicadezas, una lucha donde los dos ganábamos si dejábamos mandar al otro. Su camiseta blanca se perdió entre las sábanas del mismo color, sus pantalones acabaron arrugados a los pies de la cama y los bóxers que apenas le contenían duraron unos segundo más mientras yo seguía con mi tortura.

Cuando él decidió que estorbaban, acabaron en el suelo, junto con las demás prendas olvidadas, molestas. Desnudos, con la respiración agitada que provocaba movimientos nada sutiles en nuestros pechos, empezamos el baile. De un golpe, me tiró a la cama, sin romanticismos, ni preparaciones, y de la misma manera, me abrió las piernas y se introdujo en mí. Directamente, sin besos ni flores. Grité de dolor por la primera embestida, de placer en las siguientes. Estaba perdido en mí y yo en él. Cada vez más fuerte. Sus testículos chocaban contra mí provocando el sonido rítmico de nuestro encuentro, solo amortiguado por nuestros jadeos e improperios. Estaba siendo salvaje y me estaba poniendo a mil. Estaba chorreando literalmente, tanto que se paró, salió de mí, y cogiendo la sábana me limpió. Se dejó caer encima mío y tras mordisquearme los pechos y el ombligo, me susurró que estaba tan mojada que no me sentía, que deseaba notar hasta la última fibra de mi ser. Y sin más explicaciones, cogiéndome de los tobillos los subió hasta su cuello, sin soltarlos, apretándolos. Y se hundió en mí de golpe, otra vez, sin reparos, sin un aviso. En esta postura la penetración era total, me estaba haciendo daño y elevando al cielo a la vez. No podía pensar, no podía hablar, ni siquiera sabía qué tenía que sentir, era tal la sobre exposición de sensaciones que me estaba saturando y sin darme cuenta un calor como una ola de puro fuego empezó a crecer en mi interior. Y fue a más hasta que me arrasó, y grité, chillé sin abrazarme a la almohada, sin morderme los labios, sin utilizarle de silenciador. Me dejé ir de la misma forma que habíamos jugado, fuerte y salvaje.

Y él continuó sus embestidas, azuzado por las contracciones de mi orgasmo en su erección, cada vez más rápido, sin freno. Bajó mis tobillos, y sin moverme se tumbó encima mío, aplastándome, reclamándome. Continuó con su baile sin música y mi excitación creció de nuevo. Ahora se recreaba, seguía intenso, pero no quería correrse, se estaba conteniendo. Lo veía en su mirada que ahora bebía de mis ojos. Sus caderas seguían marcando un ritmo duro, pero estaba espaciando las embestidas, creando olas en su cuerpo y acunándome con cada invasión en mi interior. De forma premeditada estaba rozando mi clítoris con su pubis, y con cada ola mi "botoncito" crecía y se hinchaba esperando el siguiente movimiento. Mis manos viajaron a su culo, apretándolo más contra mí, como si eso fuera posible. Entre nosotros no había ni espacio para las palabras. Mi cuerpo era todo suyo, y me estaba acercando de nuevo al abismo, aprisionada como estaba entre su cuerpo y el colchón, mi excitación volvía a estar por las nubes y yo volvía a estar a punto de rozar el cielo con mis dedos. Él lo notó e incrementó el ritmo, frotándome más, por dentro y por fuera. Las piernas empezaron a temblarme y el calor arrasador volvió para acompañarme en mi segundo éxtasis. Esta vez sí se dejó ir, y acompañando los últimos movimientos en mi clítoris perdido al placer, se corrió jadeándome en el oído, con su aliento en mi cuello y sus dientes en mi lóbulo.

Resoplando por la intensidad vivida, nos quedamos desmadejados en la misma posición varios minutos, hasta que el aire empezó a ser un bien preciado para mis pulmones, y le susurré medio entre sueños que necesitaba levantarme. En ese momento fue consciente de que me tenía atrapada y se desplazó en medio segundo, quedando tumbado a mi lado.

Estábamos los dos medio inconscientes, satisfechos, ronroneantes y exhaustos por el esfuerzo realizado. Pero felices, inmensamente felices. Habíamos enterrado a Marian y a las "conejitas" entre nuestros orgasmos. Las inseguridades de nuestro pasado habían quedado relegadas a un tercer plano. Íbamos por buen camino para recuperarnos. En la lista de posible puntos de ruptura íbamos ganando: Alejandro, fuera. Marian, fuera. Me había permitido curarle del recuerdo de esa bruja, y yo le había demostrado que mi cuerpo era suyo, siempre lo había sido. Por muchos hombre con los que hubiera estado nunca ninguno me había hecho tocar el cielo como él. Él sabía dónde y cuando, él escuchaba y sentía mis preferencias antes de que yo misma las conociera. Me conocía tanto que solo con ver si se erizaba o no mi piel ante una caricia sabía por dónde debía continuar. Era una conexión total.

Hombres...mis "amigos"...otro punto que tendríamos que hablar si queríamos ser de nuevo uno. Tendríamos que hacerlo, quería ser sincera. Pero no hoy, no ahora. Todo llegaría. Habían pasado demasiadas cosas desde que volvimos a encontrarnos, teníamos derecho a disfrutar de nosotros esta noche. Nos lo habíamos ganado.

Y acurrucándome a su lado, puse la mano en su pecho y le besé los labios. Ya dormido, sonrió, y entre suspiros entendí un "T'estimo".

Perdida en élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora