XXXIII. El piano

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Al quedar solos, le abracé lo más fuerte que pude, tenía los brazos en su cuello y quería fundirnos en uno solo, demostrarle que ya no tendría que luchar solo. Entre mis latidos desbocados, noté como sus respiraciones se acompasaban y retirándome lo justo para alcanzar mis labios, me empezó a devorar. Entendí que la urgencia que me mostraba era fruto del deseo de eliminar de su mente los recuerdos asquerosos que Marian había traído a la palestra.

Y por supuesto yo le iba a ayudar. Sin dejar de besarle nos movimos hasta la puerta de la sala y la cerré por dentro, alcancé al interruptor que vestía de un manto opaco los cristales para cuando los artistas no queríamos ser distraídos en nuestros momentos de comunión con las musas de la composición, y lo pulsé, dejándonos a oscuras para el resto del mundo.

Él, prácticamente no se dio cuenta nada, estaba enfrascado en el sabor de mis besos, en poseer mi boca con su lengua conquistadora, mientras sus manos viajaban insolentes por debajo de mi camiseta ya completamente arrugada. En ese momento no pensaba en nada, únicamente sentía, y me estaba sintiendo a mí.

Sin separar nuestras bocas acabé el trabajo que habíamos empezado antes de que la bruja entrara en escena, y le desabroché la camisa, dejándola caer por sus hombros moldeados. Interpretando mi movimiento como una luz verde para poder cumplir sus intenciones, colocó sus manos de dedos largos y firmes en mi cintura y recorriendo con sus yemas mis laterales, subió mi camiseta hasta mi cabeza para despojarme totalmente de ella. Con el sujetador a la vista, un rugido de depredador se le escapó entre dientes. Dejó mis labios huérfanos y bajó para mordisquear mis pezones por encima del encaje rosa. Éstos le saludaron efusivamente marcándose duros y erguidos, prácticamente atravesando la tela que los retenía, suplicando en silencio ser liberados para poder disfrutar de esa lengua que los volvía locos sin intermediarios. Pero él no les hizo caso y siguió bajando, inundando mi ombligo con su lengua traviesa mientras sus manos se aferraban a mi trasero obligándome a permanecer quieta.

Con suma facilidad acogió mi cuerpo en sus brazos y me elevó hasta sentarme en el piano que presidía la estancia. Estaba temblando de excitación y preocupada por el tiempo que Javi podría disculpar nuestra ausencia. Mi mente no paraba de pensar en lo que acababa de pasar, en las repercusiones de la presencia de esa mala pécora en nuestras vidas, y en las repercusiones de la "aventura" que estábamos viviendo en la sala del piano. Por suerte, mi cuerpo era más inteligente y estaba única y exclusivamente centrado en él, en sus labios, sus manos, su torso desnudo cuyos ricitos acariciaban mi estómago... Estaba completamente excitada, mojada y lista para recibirle dentro, pero mis pantalones seguían en su sitio y por primera vez en muchos años me maldije por no llevar falda y optar por la comodidad. La falda hubiera subido sinuosa hasta mis caderas y ya lo tendría dentro de mí llenándome y calmándome este infierno que comía mi entrepierna.

Pero no, hoy llevaba pantalones y yo estaba encima de un piano de cola precioso semidesnuda de cintura para arriba y con un dios del sexo devorando mi boca de nuevo. No contaba con su destreza y su nueva fuerza adquirida por las sesiones agotadoras del plan Magali. Con solo un par de movimientos me volvió a subir, deslizó mis pantalones hasta el suelo y otra vez encima del piano atacó mi clítoris sin piedad, aprovechando que mis braguitas habían quedado perdidas en el caos del hotel. Estaba sólo en sujetador y al borde del abismo. No le hacía falta desnudarme para que rozara el cielo y olvidará mi nombre pero no el suyo. Con su boca mordiendo el punto más erógeno de mi anatomía, mis piernas empezaron a temblar descontroladas, mi corazón latía al borde del límite y mi respiración se aceleró para nutrir de sangre mi cabeza que hacía rato ya había perdido entre oleadas de placer. Y grité, grité su nombre sin poder contenerme, mientras el líquido de mi propio placer rebosaba y se expandía por mis muslos. Floja y saciada me dejé caer sobre la superficie negra del piano, creando una imagen en mi mente bastante bucólica.

Perdida en élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora