XXXI. Dos muertos vivientes

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Un leve roce semejante a una pluma recorriendo mi cuello me despertó. Abrí los ojos medio adormecida, intentando situarme al encontrarme nada más abrirlos un armario de color oscuro que no era el mío. Y recordé. No estaba en mi habitación, estaba en un hotel. Con él. Una sonrisa nació de mí sin poder retenerla al recordar cómo acabó la noche. Cómo caímos rendidos el uno en el otro entre esas sábanas de hilo que ahora me cubrían a medias.

Otra vez la pluma en mi cuello. Me giré sobre mí misma, y me quedé sin aliento al ver la imagen más bonita del mundo. Sus ojos de purpurina me miraban derrochando felicidad, y sus labios esponjosos estaban preparados para darme los buenos días. Me besó con dulzura, dejando besitos de enanito en las comisuras y en mi cuello, y descubrí que habían sido sus travesuras en mi cuello las que me habían despertado. No había ninguna pluma.

Con los ojos contagiados de su felicidad, miré el reloj digital que había en la pared, y casi me caigo del susto. Eran las 11.10h. Hacía 10 minutos que tendría que haber estado trabajando en el estudio. El pánico se apoderó de mí. Javi me iba a matar. Hoy era uno de esos días importantes porqué venía no sé quién de los jefazos de la discográfica a hacer acto de presencia y garantizar que su artista trabajaba. Javi me advirtió que no llegara tarde, y aquí estoy yo, enredada entre sábanas blancas y piernas morenas. Aparté las dos con tanto ímpetu que casi le tiró al suelo. Le pedí perdón y rodé hasta el borde de la cama, para empezar a vestirme de manera frenética. El sujetador estaba encima de la cama, la camiseta y los pantalones desperdigados, pero mis braguitas no aparecían por ningún lado. Harta ya de perder tiempo, decidí prescindir de ellas. Total, llevaba pantalones, nadie se daría cuenta. Él alucinado con mi cambio de ritmo tras verme remoloneando a su lado, a estar vestida en 1 minuto, intuyó que algo iba mal. Me preguntó con la mirada, y mientras me hacía una coleta alta intentando arreglar el pelo desordenado que sus dedos habían enredado, le expliqué mi urgencia.

Inmediatamente se puso en marcha, y aún más veloz que yo, dejó claras sus intenciones de acompañarme vistiéndose con unos vaqueros y una camisa de rallas azules en tiempo récord. Aguantando con sus converse la puerta de la habitación, me cedió el paso al exterior. Salimos a toda prisa y un taxi nos dejó en el estudio que había sido testigo de nuestro reencuentro menos de 24 horas antes. Ahora, juntos, atravesábamos las puertas de cristal y no fue hasta que Javi me miró con los ojos como platos cuando reparé en que íbamos con las manos entrelazadas. No lo habíamos pensado. Nuestros cuerpos habían regresado a la costumbre, y para nosotros, antes, estar unidos en algún punto de nuestra piel era lo natural.

Con la mirada alucinada de mi hermano, la vergüenza empezó a invadirme y comencé suavemente a deslizar mis dedos fuera del alcance de los suyos, aunque mi piel gritaba en silencio su ausencia. Él se percató y me miró a los ojos interrogándome, midiendo mi reacción y el alcance de mi compromiso. Miró también a Javi fijamente. Ellos habían sido grandes amigos, y la complicidad al parecer no había desaparecido. Se entendieron con gestos y Javi acabó recibiéndolo con un abrazo. Yo me sentía espectadora de mi vida y necesitaba que dos de los hombres más importantes en mi destino me explicaran qué acababa de suceder. No había habido tensión. Javi no se había abalanzado sobre él para defender el honor de su hermanita pequeña cómo había imaginado en mis momentos oscuros, ni siquiera le había puesto mala cara. Algo no cuadraba. Yo estaba dándole vueltas a todo, y ellos sonrientes abrazándose y compartiendo golpecitos en la espalda. Definitivamente, algo se me estaba escapando. Así que exhausta ya de ir siempre por detrás en los acontecimientos de mi vida, me cuadré delante de ellos y pregunté directamente qué me había perdido.

Los dos de repente, se dieron cuenta de mi estado de ánimo y Javi volviendo a ejercer de mi protector, me tomó de los hombros y me explicó que hacía tiempo que estaba en contacto con él. No me lo había querido explicar porqué creía que necesitaba desintoxicarme de todo aquello que él representaba para mí, tanto lo bueno como lo malo, para poder apreciar las cosas desde la distancia y empezar a ser feliz.

Mis ojos debían reflejar la rabia que estaba carcomiendo mi interior, porque Javi súbitamente se calló. Abrumado por la expresión que mi rostro estaba adoptando. Estaba furiosa. Hacía siglos que no estaba tan enfadada con él. Mentira. Creo que nunca en la vida había albergado tanta ira dirigida a mi hermano. Javi empezó a excusarse y acabó boqueando como un pez, sin palabras.

Él se miraba la discusión fraternal en la distancia relativa de la sala del piano donde habíamos acabado sin darnos cuenta. Intentó intervenir para que mis ojos que parecían haber adquirido poderes, no fulminaran a mi hermano/representante. Empezó a hablar y mi mirada se clavó en él. Pero él no se acobardó. Los demonios que habíamos enterrado entre gemidos hacía una horas le daban valentía. Nada podía ser peor que eso. Así que me cogió la mano, y tirando ligeramente de mí me sentó en sus rodillas, tras acomodarse él en la banqueta del piano. Me acarició la mejilla y me pidió que entendiera a mi hermano, que le dejara explicarse. Yo, apaciguada por la felicidad de su purpurina, asentí y me dejé acunar. Había vuelto a mi vida, y esa sensación tan maravillosa calmaba mis instintos asesinos de momento...aunque mi hermano tendría que trabajarse muchos los argumentos que me iba a dar si pretendía que mi furia interna desapareciera.

Javi carraspeó y empezó a relatar cómo hacía poco más de dos años que había contactado con él, rabioso tras presenciar uno de mis episodios de muerta en vida que él tanto odiaba. Le llamó y le citó para hablar. Iba con el ánimo de arrancarle la cabeza, pero cuando llegó al restaurante y se encontró a una réplica en femenino de lo que había dejado en casa, supo que tendría que escuchar. Y escuchó. Escuchó durante más de dos horas la otra versión de la historia, la misma que yo había oído hacía unas horas mientras comíamos. Y supo, por su estado, que era verdad. Que no podía culparle por una mala jugada del destino. Pero no se sintió con fuerzas de explicarme nada antes. El psicólogo había dicho a mi familia que no me hablaran de él, que debía recomponer mis heridas antes de enfrentarme a ellas y así fue como silenció la verdad y cómo empezó a tener relación de forma esporádica con él. Había sido su amigo y también le dolía verle en aquel estado. Obviamente su prioridad era yo, pero ver a un chico fuerte y alegre convertido en un ser sin sangre ni luz le había dejado tocado. Y pasaron los meses y yo fui recomponiéndome. Él cada vez me veía más fuerte. Volvía a ser dueña de mi vida y de mi carrera. Escribía y tocaba como nunca, e incluso parecía que empezaba a disfrutar. Y creyó que por fin me estaba curando.

Por eso se alegró cuando le dije que había quedado con él ayer. Le escribió deseándole suerte. Aunque no se esperaba en ningún caso la imagen que había encontrado al vernos juntos llegando al estudio, superaba todas sus expectativas. Ayer había dejado a su hermana nerviosa, aporreando el piano, con las mejillas encendidas pero aún sin el brillo que me había caracterizado casi toda mi vida. Hoy, se había topado con su hermanita de verdad, la que con ojos de chispitas y sonrisa del alma, resplandecía dejando una estela de felicidad que nadie podía evitar. Cogida de la mano del otro muerto viviente que había llegado a querer como un hermano, y que a mi lado brillaba como una luz más.

Escuchando a mi hermano, mi mano apretaba inconscientemente la mano que me sostenía. Una mezcla de rabia, tristeza, sorpresa y frustración me zarandeaba y no sabía qué hacer para no sucumbir. Las imágenes que Javi habían planteado en mi mente cobraban vida por duplicado, ya no solo me veía a mí misma como un despojo humano, también lo imaginaba a él viviendo sin vida, hueco como yo estaba. Y dolió. Más de lo que dolían mis recuerdos. Una lágrima oscura por el rímel cayó mojando su rodilla, y girándome me preguntó con la mirada. Me curó el alma con un beso eterno, y perdiéndome en sus brazos, cerramos esa herida con un portazo. Otra más. Habíamos decidido seguir adelante, no dejarnos vencer por la porquería que el pasado pudiera hacernos recordar, y así me lo estaba recordando él con sus labios en mi cuello. El roce de pluma me conectó con mi nueva realidad. No importaba cómo habíamos estado. Los dos habíamos descendido a los infiernos, ya lo teníamos claro. Pero eso nos había hecho más fuertes, más maduros. De momento, habíamos conseguido calmar los impulsos que años atrás nos hubieran separado en medio de una discusión y un portazo.

La felicidad de esa realidad se extendió en mi pecho y le besé con todo mi ser, sin importarme que Javi estuviera presente y que las paredes de la sala fueran cristales poco discretos. Él también perdió el norte, y su mano asió mi cintura para no dejar aire entre nosotros. Nuestros labios estaban marcando el ritmo frenético de nuestras respiraciones, y nos sobraba la ropa por el calor acumulado. Cuando mi mano empezó a desabrochar los botones de esa camisa que le quedaba tan sumamente sexy, noté como alguien entraba en la sala y tosía para darse a conocer.

Perdida en élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora