XXIX. Entendiendo los rumores

1K 71 20
                                    

Acabado su relato, el silencio inundó la habitación. Él, con la mirada fija en su rodilla, con aire perdido, ausente. Yo, con lágrimas y los puños apretados de la rabia. Con esa confesión todo cobró sentido. Las noticias que había escuchado en mi período de máxima oscuridad, en las que decían que él se había quedado sin discográfica, los múltiples rumores de los motivos, incluso cuando habían insinuado que yo era la culpable, dando por hecho que yo tenía más poder dentro de la firma y tras nuestra ruptura había obligado a los directivos a cancelar el contrato de mi ex pareja en un ataque de despecho. Todo era mentira por supuesto, yo me encontraba demasiado hundida como para molestarme siquiera en pensar en la carrera de nadie. En ese entonces, me sentía tan rota que la venganza no fue una opción a plantear.

Así que esa bruja de Marian había sido la culpable de que él volviera a perderse en el anonimato de la música durante unos meses... Hija de puta... Para él la música era su vida, y le había hundido solo por un calentón. Podía imaginar cómo se encontraba, solo, sin mí, y sin poder compartir su música con la gente. Con la depresión del fracaso y la horrible tarea de tener que volver a empezar de 0. Con la losa de unos rumores infundidos y la inmensidad del trabajo pendiente.

La bilis inundó mi garganta al recordar esos momentos, en parte por volver a sentir el desgarro que en esos días dominaba mi vida, y en parte por conocer lo que había sufrido él por culpa de esa "mujer". Las "conejitas" habían desatado los recuerdos, y yo ahora mismo las odiaba tanto como a Marian. Si me las hubiera encontrado de nuevo, las orejitas y los rabitos hubieran acabado introducidos en cierta parte de su anatomía de forma no muy agradable... Estaba furiosa. Pero no podía dejarme llevar por el color carmesí que nublaba mi visión. No valía la pena. Ellas no valían la pena. Ahora estábamos solos los dos. Juntos. En su habitación. No podíamos permitir que las sombras nos cubrieran de nuevo. Yo acababa de empezar a ver en colores y no podía renunciar a ello. No por una mujer rastrera que nos había llevado al pozo de los recuerdos y que había pretendido acabar con la música de mi vida. Porqué él era mi vida, desde que lo encontré lo había sido, y su música era él. Ergo, esa bruja había pretendido robarme mi vida sin yo siquiera ser consciente de ello.

No iba a consentir que nos afectara. Los dos nos habíamos recompuesto del infierno.

Él había conseguido salir del pozo gracias a sus canciones cada vez mejores, tan buenas que otra discográfica no había podido negar la evidencia, y olvidándose de las falsedades vertidas en el mundillo, había confiado en él. Y no se habían arrepentido. Desde ese momento, concatenó un éxito con otro. Y yo en la distancia me alegraba. Siempre le había amado, independientemente de que le odiara por lo que pensaba que había hecho.

Yo había aprendido a pasar el día a día sin su presencia, aunque no viviera, aprendí a sobrevivir. Y ahora con él de nuevo rondando en mi vida, todo parecía haber encajado de nuevo.

El destino podía jugar con nosotros, pero nosotros éramos expertos en ese póker y siempre guardábamos un as debajo de la manga.

Moví una de mis manos para acariciarle la mejilla desde el lunar que me señalaba el camino a casa en mis momentos de éxtasis, hasta sus labios de melocotón. Obligándole así a levantar la mirada. Su mirada triste me confirmó que su cabeza era un hervidero de recuerdos infames. No se atrevía ni a mirarme avergonzado de lo que me acababa de narrar. Yo no podía estar más en desacuerdo. Precisamente ahora me inspiraba tal ternura y amor, que solo quería abrazarle y prometer que aunque el mundo era una mierda juntos nos protegeríamos.

Me acerqué lentamente y le besé el lunar para después llegar a sus labios. Un beso íntimo, cargado de connotaciones y de silencios a voces. Y mientras nuestras bocas se fundían en un vals lento, un calambre recorrió mi espalda. Le necesitaba, y necesitaba demostrárselo. Intensifique el beso introduciendo mi lengua ávida de su contacto. Choqué con la suya. Al sentirme tan intensa, me separó con un movimiento seco. El desconcierto se dibujaba en sus ojos. No entendía cómo podía querer estar con él después de confesarme que había dejado que una mujer jugara con su sexo mientras él pensaba en la situación. Él no la había apartado de inmediato, había sucumbido a su acoso durante unos minutos hasta que encontró el valor de frenarla. Y vi en su mirada que se odiaba por ello. Por haber sido débil. Por no parar sus insinuaciones des del primer día de los botones de más desabrochados.

Su miraba volvía a aferrarse a su rodilla, y yo le levanté de la barbilla, obligándole a mirarme. No podía permitir que ni el más leve indicio de culpa nublará su ser. Y así se lo dije. En aquella situación él no era el culpable de nada. De nada. Era una víctima. Ella se había aprovechado de la situación de poder que ostentaba sobre él, aguijoneándolo en sus sueños. Ella era la despreciable. No él.

Me miraba cómo si no entendiera mis palabras, como si estuviera intentando comprender mi visión de su historia. Y yo le sonreí, demostrándole que para mí él no había cambiado. Él seguía siendo él, y aún le quería un poquito más por desnudar su interior para mí. Lentamente, entrelacé sus dedos con los míos y le pregunté si estaba bien. Quería sentirlo cerca, que ningún espacio por mínimo que fuera nos separara, pero me daba miedo que su regreso momentáneo a su infierno personal le hubiera alterado de tal manera que no quisiera tolerar ninguna aproximación física. Haciendo gala de nuestra telepatía recientemente reencontrada, entendió mis dudas y con una chispa de comprensión me besó la comisura de mis labios ya entreabiertos por la ansiedad de quien desea un dulce y no sabe si lo podrá devorar.

Me preguntó si a pesar del descenso a sus miserias seguía queriendo compartir cama, y sin separarme ni un milímetro, le respondí contra sus labios que ahora más que nunca quería recorrer cada centímetro de su cuerpo para borrar las huellas de ese recuerdo asqueroso que había compartido conmigo. Si él me dejaba. Si él quería.

Perdida en élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora