XXXIV. Miedo

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Las miradas se centraron en nosotros nada más entrar en la sala técnica donde Javi, Marian y el resto del equipo estaban escuchando mis últimas creaciones. Mi hermano se sonrojó hasta la punta de la nariz al ver las caras de felicidad post orgásmica que los dos portábamos, y Marian reaccionó instaurando una sonrisa falsa que pretendía ocultar la profunda envidia que me tenía en aquel momento. Él me había proporcionado dos orgasmos brutales hacía tan solo unos minutos y ella nunca iba a probar semejante delicia. Punto doble para mí.

Era tan evidente lo que había sucedido en la sala del piano, que todos decidimos ignorarlo y seguir con el trabajo. Así que nos centramos en la escucha de las canciones y en las posibles modificaciones que podíamos introducir para mejorarlas. Todos opinaban, pero al único que realmente escuchaba era a él. Confiaba plenamente en su criterio musical desde el momento en que nos conocimos, en aquel casting entre nervios y repasos de última hora. Me sugirió un par de acordes nuevos y unos arreglos diferentes incluyendo vientos y percusión, que en un principio rechacé por no perder la comodidad de mis últimas composiciones, y que acabé disfrutando al mostrarme cómo sonarían. Con un par de cambios, trastocó mi base y me hizo saltar al vacío para conseguir los sonidos que antes siempre había luchado por obtener pero que por resultarme más arduos había llegado a desplazar de mi música. Me obligó a olvidarme de la comodidad donde me había instalado últimamente. En todo. Había llegado de nuevo el torbellino a mi vida, y no podía estar más feliz.

Tras varias horas de pequeñas discusiones y juegos con los acordes, donde Marian había intentado por todos los medios llamar la atención y había fracasado estrepitosamente, nos despedimos del mundo y cogimos un taxi. Él tenía que regresar al hotel para hacer una videollamada importante, y yo tenía que volver a casa. Le debía muchas explicaciones a Aitana, y ponerme ropa interior. No iba cómoda sintiendo como mis pezones se marcaban a través de la fina tela de mi camiseta semitransparente, ni cómo los pantalones rozaban mi clítoris demasiado receptivo debido a su proximidad. Así que había llegado el momento de separarse. Habían pasado tantas cosas en el día y medio que habíamos compartido, que nos costaba un mundo volver a la realidad. Pero teníamos que hacerlo. La mirada lasciva del taxista era un indicio claro, no podía seguir mostrando mis encantos tan alegremente por la calle, cualquiera podía hacerme una foto en esas condiciones y las redes sociales en unos minutos arderían.

La primera parada fue en mi casa que estaba relativamente cerca del estudio. El taxi paró y yo no quería bajarme, ya le echaba de menos. Qué patética me sentía! Tan independiente y feminista que siempre me había creído. Tres años de soledad, construyendo el personaje de la mujer del siglo XXI que no necesita a nadie para ser feliz, y me encontraba pegada con velcro al asiento de aquel coche, ante la mirada socarrona del taxista y los ojos de purpurina de aquel que me atraía como un imán. Tras la última mirada del taxista a mis pezones me arranqué por dignidad de aquel coche y dejando un beso y un "hablamos" en el aire, corrí hasta mi portal evitando girarme y que la escasa fuerza de voluntad que había encontrado se evaporara y mis pies volvieran atrás para devorar la boca del que me había devuelto la ilusión.

Subiendo las escaleras cual posesa llegué a casa dando un portazo y me abalancé sobre los brazos de una Aitana que hablaba por teléfono y que alucinó ante mi efusividad. Tras el abrazo, me fui a mi habitación y empecé a desvestirme para meterme en la ducha, me sentía pringosa, y cuando recordaba el motivo, mi entrepierna volvía a las andadas y una sonrisilla lasciva aparecía en labios. ¡Cómo había disfrutado en ese piano! Con él siempre llegaba al orgasmo pero lo de hoy había sido superior, había alcanzado el éxtasis y llegado al cielo empujada por su cuerpo. Estaba empezando a sentir mucho calor y la ducha iba a ser de agua helada.

Con estos pensamientos inundando mi piel impregnada de su olor, me encontró Aitana totalmente ausente. Mi amiga sabedora ya de mis desvaríos y de mi imaginación portentosa cuando se trataba de él, se acercó sigilosa por detrás y me dio un golpe en el cachete haciendo que mi mente viajera volviera a mi habitación. Aitana me abrazó y se sentó en la cama, todo oídos para que le relatara mis andanzas en estas poco más de 24 horas que había permanecido desaparecida y en el cielo de sus brazos, de sus labios, de su... tenía que frenar o tendría que meter cubitos directamente en la bañera para bajarme el calentón. Aitana, ante mi cara de éxtasis, me golpeó en la pierna para que volviera a la realidad, riéndose y avisándome de que parecía que no había aprovechado el tiempo si llegaba tan necesitada de "cariño".

Perdida en élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora