XXV. Alejandro

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El agua caía acariciando nuestros cuerpos hipersensibles por la intensidad de los momentos anteriores. El deseo seguía latente y se respiraba entre el escaso espacio que nos permitían las paredes que conformaban la ducha, pero los dos lo ignorábamos a propósito. Ya habíamos disfrutado de nuestros cuerpos de esa manera. Dos veces. Ahora necesitábamos recuperarnos en el terreno espiritual. Necesitábamos saber si aún quedaba algún resquicio de la conexión que siempre nos había unido, aunque fueran trazas inconexas nos servirían para determinar si podíamos crear algo o simplemente quedarnos con el perdón de nuestras almas cansadas y continuar con nuestras vidas por otros derroteros.

Sin separar nuestras miradas, nos enjabonamos cuidadosamente. Él poniendo especial énfasis en mis pechos que creía particularmente sucios, y yo recreándome con la esponja por su espalda y bajando. No teníamos remedio. Nos perdíamos el uno en el otro y nos costaba contenernos saliendo a la superficie. Siempre había sido igual. Esta vez, yo tenía la firme intención de descubrir el alcance de la brecha y para eso necesitábamos despegar nuestros cuerpos para poder razonar. No sé porqué cuando le sentía tan cerca me costaba pensar...

Acabamos de lavarnos sin caer en la tentación de deslizar manos jabonosas a lugares íntimos gracias a la acción del agua más fría de lo habitual en el aclarado. Envuelta en una de las típicas toallas esponjosas de los hoteles de cierta categoría, me dejé caer en la cama gigantesca, mientras él se afeitaba poniendo caras interesantes en el espejo. Tenía que dejar de mirar ese rostro de niño bueno con tintes de malote, esos ojos que brillaban con la intensidad de las estrellas, esos labios carnosos que según la posición de la cuchilla acababan siendo mordisqueados por sus paletitas separadas...

Me di la vuelta en la cama para evitar tentaciones, solo mirándole a través del espejo me había vuelto a humedecer. Tendría que volver a ducharme y aún no me había secado. Una melodía salvadora resonó en la habitación. Rebusqué en mi bolso, y encontré mi móvil brillando en el fondo. Descolgué rápidamente para no perder la llamada y Aitana histérica embotó mis oídos regañándome por no haber dado señales de vida en todo el día. Le tranquilicé diciéndole que me encontraba bien, más que bien en realidad. Ante mi sentencia, Aitana paró en seco su retahíla y pareció darse cuenta de las connotaciones de la alegría que estaba mostrando. La siguiente pregunta vino sola. "¿Estás con él?". El silencio se apoderó de la línea mientras una sonrisa de pura felicidad inundaba mi cara. La pausa fue interpretada correctamente por mi amiga quien empezó a chillar de alegría haciéndome complicado que pudiera entender las frases inconexas que me dedicaba. Cuando se tranquilizó, le dije que no tardaría en llegar a casa y ya hablaríamos. No quería que él me oyera dando unos detalles que quizás no hubieran sido vividos de la misma forma. Las inseguridades volvían a mí.

Como si hubiera adivinado mis pensamientos, se acercó a mí por detrás. Me abrazó erizando el nacimiento del cabello en mi nuca, y dándome un beso eternamente dulce en el hombro me cogió el móvil para decirle a nuestra amiga que no me esperara despierta, aún tenía planes para nosotros. De momento ir a cenar a un restaurante cercano, y después ya se vería. Ante sus palabra mis ojos se abrieron de sorpresa porque en ningún momento me había hablado de continuar con nuestra "reunión". Él percatándose de mis dudas, me preguntó sin voz si me apetecía. La respuesta se la dieron mis labios en forma de beso. Me sentía viva. Quería que esta maravillosa sensación no tuviera fin, así que ante su propuesta solo había una respuesta posible.

Aitana des del otro lado de la línea estaba a punto de llorar. Se le notaba en su voz medio rota cuando me dijo que me lo pasara bien, que disfrutara, y que sobretodo no pensara. Los arrepentimientos ya llegarían si tenían que llegar. Quería verme feliz, y solo con las risitas tontas que oía de fondo y que se me escapaban al notar como él me daba besitos en el cuello, estaba segura de que al menos hoy lo estaba. Para ella eso era lo importante. Me ánimo a vivir diciéndome que si había que comer helado de chocolate, ella me acompañaría de nuevo. Era mi amiga. Mi hermana de adopción.

Colgué con el espíritu libre. Me giré cambiando mi nuca por mis labios y él apreció el cambio con pequeños mordiscos en mi labio inferior. Me preguntó si estaba todo bien y yo le respondí recorriendo sus labios con la punta de mi lengua. "Hoy no pienso comer helado de chocolate" le dije, y él no lo entendió, me dijo que pidiera lo que quisiera de postre, pero le extrañaba que hubiera dejado de gustarme el chocolate. Antes lo adoraba. Con una risa le dije que en la cena se lo explicaba y él accedió. Dándome un azote en el culo me instó a vestirme. Estábamos hambrientos y desnudos. Mala combinación si queríamos cenar comida y no a nosotros mismos.

Sentados al final de un restaurante estilo América años 50, en una mesa con sillones de cuero rojo y música de Grease de hilo musical, estábamos devorando sendas hamburguesas con queso y bacón mientras compartíamos un gigantesco vaso de batido de fresa. La conversación no cesaba. Enlazábamos un tema tras otro y en menos de una hora ya nos habíamos puesto al corriente a grandes rasgos de nuestras vidas en estos tres años de ausencia. Aún quedaban muchos detalles que hablar y temas complicados de tratar, pero viendo la ilusión en sus ojos de purpurina no quería ni siquiera traerlos yo a mi mente.

Una pregunta que podría parecer casual pero que no lo era enturbió su purpurina. Un nombre sobrevoló el momento. Alejandro. Su pregunta sin responder quedó congelada en sus labios. Mi silencio empeoró sus nervios y sus cejas lo padecieron. Callé en un primer momento por la sorpresa del cambio radical de tercio que estaba viviendo nuestra cena. Pero entendiendo que él necesitaba que mis palabras frenaran el círculo vicioso en que estaría convirtiéndose su mente, dejé que mis ojos le tranquilizaran y mis dedos buscaron su mano. Cómo había supuesto, él había presenciado mi salida del "Fever" con Alejandro siguiéndome a corta distancia. No sabía quién era y preguntó a Brays. No estaba tranquilo sabiéndome en manos de un desconocido viendo el estado etílico en el que me encontraba. Salió a buscarme, pero solo llegó a ver mi melena cobriza entrando en un taxi rodeada por un brazo musculoso de bronceado cubano. Y se quedó esperando toda la noche mi vuelta hasta que el "Fever " cerró y los Javis lo acompañaron al hotel entre palabras de consuelo y tranquilidad. Ellos conocían a Alejandro y nunca me haría nada que no quisiera yo. Y ese era uno de sus temores: lo que yo querría hacer en ese momento. Me explicó cómo esperó al amanecer dando vueltas en su cama imaginando mil puestas en escena en las que todas aparecía yo desnuda, en brazos de la perfección masculina que me había acompañado a casa.

Acabado su relato, miraba al plato donde solo tres patatas habían quedado olvidadas. Sin atreverse a subir la mirada, esperaba que diera luz a sus temores, aunque sabía que no tenía ningún derecho a preguntar y yo podía no responder. Pintaba de curiosidad casual una pregunta que necesitaba saber. Sus manos retorcían una servilleta de papel haciendo formas geométricas imposibles. Me produjo una ternura incontenible. Tuve que hacer esfuerzos reales por contener mis manos y no rodear su cuello. Los besos en sus labios mullidos con sabor a frescura llegarían después. Él necesitaba oírme y yo por suerte podría decir la verdad.

Le expliqué todo lo que yo sabía de la noche. No quería mentirle. También le expliqué el miedo visceral que me inundó al no saber si había compartido cama. Mi sinceridad le pilló desprevenido y una mueca fugaz cruzó sus facciones. No le gustaban los detalles, pero me los agradeció. Habíamos crecido y yo se lo quería demostrar. Se acercó a mi banco, se sentó junto a mí y sus besos borraron las dudas que su reacción me había provocado. Y así Alejandro se convirtió en una anécdota de sábado noche. Y yo respiré. Un obstáculo superado.

Perdida en élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora