XXXV. Otra vez

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La conversación con él me dejó devastada. Cuando tras dos tonos me cogió el teléfono, su voz denotaba la alegría y la sorpresa de quien no se espera una llamada tan pronto pero está feliz de recibirla. Aunque al percibir el temblor de mi voz, sus alertas se dispararon y conectó el modo precaución, a la espera de que yo diera el paso de afrontar el motivo real de mi llamada. Me costó un mundo poder pronunciar el discurso que había ensayado unas cien veces en mi habitación durante toda la noche antes de decidirme a llamarle. Cuando empecé, no paré. No quería que él me interrumpiera y me cortara todo lo que quería decirle. Explicarle lo que había hecho y mis motivos para hacerlo, pedirle disculpas por ser desconsiderada y no haber pensado en cómo le podía afectar a él...muchas palabras que se quedaron solo en eso en cuanto su silencio me indicó que le había dolido. Únicamente 7 palabras salieron de su boca: "Ahora no quiero hablar. Ya te llamaré". Y mi mundo se paralizó con la línea cortada.

Había sentido perfectamente la decepción en su voz, su respiración agitada intentando controlar sus miedos. Él sentía que le había traicionado y yo no podía rebatírselo. Tenía razón. Estaba tan imbuida de felicidad en mi universo de unicornios y purpurina que no le había dado importancia a lo que estaba desvelando. No eran mis secretos, eran suyos. Era una historia personal llena de angustia, dolor, rabia, impotencia y remordimientos. Una historia que aún no había superado y yo era plenamente consciente de ello.

Odiaba cuando no era capaz de darme cuenta de cosas importantes, me sentía como una niña egocéntrica que solo piensa en sus problemas, pero no da importancia al sufrimiento exterior. Creía que había madurado, que mi época oscura había contribuido a hacerme más mujer, más sensible, más fuerte...pero ahora me daba cuenta de que era solo fachada. Había recuperado los colores del amor de mi vida y los había borrado en un par de días. Yo solita, sin nadie. Esta vez no podía culpar a terceros. Lorena no entraba en la ecuación.

Las lágrimas no cesaban de emborronar mi visión. Solo esperaba que él hubiera madurado de verdad y pudiera perdonarme. Aunque con su perdón no llegara su amor. Necesitaba tenerlo en mi vida. Como amigos, como conocidos, como compañeros de profesión...me conformaba con cualquier espacio que estuviera dispuesto a concederme. Él tenía el poder de decidirlo y yo no podría hacer otro movimiento que acatar su decisión.

Aitana me encontró echa un ovillo en mi cama. Otra vez rota. Como amiga tampoco se merecía la angustia de verme así. Otra vez. Pero no podía remediarlo. El destino volvía a retorcerme en otra vuelta de tuerca. Mi amiga no sabía de qué iba el drama, pero tenía claro quién era el protagonista de mi pesadilla. Habíamos pasado muchas cosas juntas, pero únicamente me veía al borde del abismo cuando el drama estaba relacionado con él. Me abrazó con sus bracitos de hada y me acurruqué contra ella. Necesitaba absorber su calor y su amor. Me estaba quedando fría de ambos. Ella me estaba otorgando su tiempo y su apoyo, y me estaba contagiando de a poquitos de su luz. Y así, en esa posición, unidas, nos quedamos dormidas, exhaustas de unas emociones que a mí me torturaban y a ella la salpicaban solo por quererme.

Un par de horas más tarde, el timbre de la puerta nos desveló. Yo no tenía ni fuerzas para levantarme, pero Aitana estaba totalmente rendida a sus sueños. Estaba preciosa, sonriendo y disfrutando de un merecido descanso. Según me había explicado la noche anterior había tenido una gala de esas que bailas mucho y comes poco, y debía estar exhausta. No quería despertarla. Ella me estaba cuidando, y ahora yo tenía que mimarla un poco.

Así que haciendo un esfuerzo sobrehumano, me levanté de la cama, y me puse las zapatillas. Seguían llamando a la puerta, y mi cuerpo no respondía más rápido. No quería que Aitana se despertara con el ruido, pero mi mente daba órdenes de acelerar a unos miembros prácticamente inertes. Casi arrastrándome, salí de la habitación y cerré la puerta después de comprobar que mi hadita particular seguía durmiendo cual bebe adorable. No tenía ni idea de quién podía ser, pero quien fuera no iba a ser recibido. Solo alguien con una gran terrina de helado de chocolate pasaría ahora mi criba. Si no traían chocolate ya podían irse por donde habían llegado. Me dolía la cabeza y me sentía totalmente embotada de tantas lágrimas vertidas. Hasta notaba la garganta arenosa del llanto. Necesitaba agua, pero primero tendría que abrir la puerta, sino quería que la tiraran abajo. ¡Qué insistencia!

Arreglándome el pelo que tenía en ruinas, me hice una coleta alta y abrí la puerta. Era Roi. Llevaba unas bolsas. Aún tenía esperanzas de que hubiera traído algo de chocolate, así que le dejé pasar. Me dio un abrazo de oso, de los que solo él sabía dar. Te envolvía con sus brazos desmadejados y te sentías protegida. Como él gustaba de alardear, tenía ese superpoder.

Mi amigo dejó las bolsas en la encimera de la cocina, y yo me abalancé sobre ellas, necesitaba helado, chocolate, cualquier cosa dulce. Pero pronto me di de bruces con la realidad. Las bolsas estaban atestadas de botellas de alcohol. Nada más. Ni una triste chocolatina. Roi miraba interrogante mis investigaciones en sus bolsas en silencio. Solo cuando vio mi cara de decepción logró preguntarme qué era lo que buscaba y reparó en mis ojos llorosos. De reacción rápida después de años de entrenamiento me avisó de que no perdiera mi tiempo buscando helado y me volvió a envolver en su abrazo de oso. Siempre conseguía que me calmara. Pero los problemas continuaban fuera de sus brazos, y yo no quería que él se viera involucrado. Así que disimulando lo mejor que pude, me separé y empecé a ordenar las botellas que había comprado sacándole el tema de la fiesta del viernes. Mi táctica funcionó a medias, ya que sabía perfectamente que algo me pasaba, pero también me conocía lo suficiente como para saber que no quería hablar de ello. Así que decidió obviarlo, de momento.

Empezamos a hablar de los planes que tenían para el viernes, a quién iban a invitar y qué faltaba por comprar. Iba a ser una reunión de amigos según él, algo íntimo. Traducción: unas 50 personas bebiendo como posesas en mi casa, dándolo todo con el reggaetón y ensuciando rincones que no sabía ni cómo hacer para limpiar. Todo muy íntimo, sí. Las fiestas de por si me gustaban, siempre había sido de salir, pero desde mi época oscura las había ido desplazando de mis planes favoritos, hasta el punto de solo acudir a aquellas que me obligaban por trabajo o de las que, como ésta, no me podía escabullir porque se montaban en mi territorio. Me apetecía nada y menos tener que fingir alegría y despreocupación delante de algunos de mis amigos y de otros que no lo eran, pero no podía negarme. Quizás pudiera buscar asilo en casa de Javi. Era una idea.

El timbre rompió mis pensamientos. Sin pensar demasiado, pues aún estaba en modo ausente barajando mis alternativas de escapatoria para no tener que enfrentarme a una diversión que no me apetecía cuando solo quería lamerme las heridas, abrí la puerta y mi boca se abrió al mismo tiempo.

Allí estaba él. En persona. No era una imaginación. Estaba impresionantemente guapo, con su chupa de cuero negro, unos vaqueros claros y una camiseta negra con serigrafía de John Mayer. Me quedé helada. Con la puerta en la mano y bloqueándole el paso con mi cuerpo. Así nos quedamos casi dos minutos. Mirándonos, valorando nuestras emociones. Hasta que Roi llegó por detrás y me apartó para saludarle. Me comentó de pasada que le había llamado para preguntarle mi dirección y que como sabía por Aitana que las cosas estaban bien entre nosotros se había ofrecido a quedar con él. Por lo visto a Aitana no le había dado tiempo de darle el último parte de nuestra relación.

Roi sin percatarse de la tensión del momento, le acompañó a la cocina donde aún estaba colocando las bebidas en los estantes, mientras le explicaba entre chascarrillos que no nos habíamos alcoholizado de repente, que eran suministros para una fiesta que dábamos el viernes y a la cual por supuesto estaba invitado. Él apenas hablaba, solo asentía a su amigo mientras me clavaba con la mirada. Yo aún no me había movido, seguía estando al lado de la puerta. Mis pies habían perdido la conexión con mi cerebro y estaban en guerra. No sabían si marcharse corriendo y huir lo más lejos o quedarse plantados a la expectativa de que él diera el primer paso. Optaron por la segunda opción. Al fin y al cabo, era él quien había venido a mi casa. Necesitaba saber qué quería. Esperaba que no hubiera venido a decirme a la cara todo aquello que por teléfono se había callado. No lo podría soportar. Quizás la huida sí que iba a ser la mejor opción.

Mis pies ya se empezaban a mover en dirección al lavabo donde había planeado encerrarme argumentando algún problema intestinal, cuando él me detuvo simplemente diciéndome que había venido para verme. Se acercó a mí y rozando mis dedos me pidió de hablar a solas.

Perdida en élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora