XXXVIII. Abriendo límites

2.4K 84 22
                                    

Tenía cosquillas. Me picaba muchísimo la nariz y no podía rascarme. Intentaba mover mi mano pero no podía, un peso muerto la aprisionaba. Me estaba empezando a preocupar. Me molestaba mucho y era inquietante que mis brazos no respondieran a mis órdenes.

Sobresaltada me desperté. Y me encontré de bruces con el culpable involuntario de mi inquietud onírica. Él estaba abrazándome como un niño pequeño a su osito favorito, tenía sus brazos totalmente envolviendo mi cuerpo, imposibilitando que me moviera. Tenía la cabeza situada entre mi pecho y mi cuello, de manera que su pelo despeinado quedaba justo a la altura de mi nariz y era quien estaba patrocinando los picores agudos que me atacaban. Intenté sin éxito desasirme de su abrazo, pero estaba tan sumamente tierno así dormidito, que temía despertarle si lograba moverle, por lo que la solución que encontré fue restregar sin demasiado glamour mi nariz contra su cabeza. Esperaba que estuviera seca, porque sino luego me maldeciría al despertar...con lo que cuidaba él su pelo!!

Remediado el malestar que me había despertado, me relajé en sus brazos. Aún me dolían las muñecas que habían soportado su agarre en uno de nuestros momentos más intensos de la noche, cuando me había inmovilizado y mostrándome una destreza que me había sorprendido, con una mano había asido mis muñecas fuertemente, mientras con la otra se había encargado de abrirme las piernas que yo mantenía cerradas a cal y canto como parte del juego. Con una sola mano había conseguido retenerme y aunque había intentado escabullirme me había sido imposible. Había notado en mis forcejeos que sus bíceps se habían tensado, pero en ningún momento había flaqueado, demostrando así que la rutina que instauró de ejercicios desde nuestra ruptura le había servido no solo para distraerse, sino también para conseguir que me volviera loca con sus músculos marcados. No sé muy bien por qué, pero este nuevo él, me ponía a mil. Antes solo con una sola mirada de las suyas de medio lado me desmontaba y conseguía que las piernas me temblaran y mi clítoris se derritiera. El sexo nunca había sido un problema para nosotros, más bien, la ausencia de él. Si algún día no habíamos podido estar juntos por tema de trabajo, las ansias del reencuentro eran tan brutales, que más de una vez los vecinos nos habían pedido discreción al día siguiente. Ahora en cambio, no es que me derritiera por él, es que cuando lo tenía cerca podía sentir como cada poro de mi piel me alertaba de su presencia, mi sangre hervía y mi entrepierna gemía directamente.

Esta noche y parte de la madrugada me había abordado con muchos movimientos que yo desconocía. Se había recreado conmigo y yo había cumplido mi papel de regalo a la perfección puesto que en ningún momento un "No" había salido de mis labios, a pesar de que algunos de los juegos que tenía en mente habían representado una novedad para mí, y había roto incluso algún tabú.

La noche había empezado con su mirada rabiosa de deseo cuando al dejar caer la toalla que me envolvía, había contemplado su regalo sin barreras. Había recorrido con sus ojos cada centímetro de mi cuerpo. Sin tocarme, me había llevado al borde del abismo al sentir su fuego abrasándome. Cuando por fin, se había decidido a tocarme, sus besos de pluma habían recorrido mi columna vertebral, empezando en la nuca y terminando en la antesala de mi trasero. Justo detrás de mí, colocando una palma encima de mi espalda, me había acompañado para que me doblara, de manera que mi culo quedara totalmente expuesto a él. Con su otra mano libre, introdujo dos dedos en mi hendidura, encontrando que éstos se movían sin dificultad por lo lubricada que estaba. Un tercero se sumó a la fiesta y comenzó una cadencia salvaje que me llevó al primer orgasmo de la noche. Las piernas apenas me sostenían y cuando finalicé mi subida, intenté levantarme para cambiar de posición y devolverle un poco de lo que él acababa de regalarme. Pero no me lo permitió. Se dobló encima mío, de manera que noté su dureza rozándome el trasero, e inmediatamente mi clítoris volvió a palpitar. Me acababa de correr y ya estaba dispuesta a más. Con él me estaba volviendo insaciable.

Perdida en élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora