XXII. Compartiendo postre

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Los cafés hacía rato que se habían acabado, solo los restos de azúcar mojados quedaban en las tazas vacías. Pero nuestra "conversación" seguía como al principio. Habíamos avanzado en nuestras vidas, habíamos hablado de todo y nada, hasta del tiempo. Todo de forma superficial. Yo no le había explicado la miseria de mi vida en estos últimos años, y él tampoco había querido profundizar en ello. Era un primer contacto, y estaba yendo bien. Nos sentíamos cómodos y habíamos creado una atmósfera de buen rollo, lo cual teniendo en cuenta nuestros antecedentes era casi una utopía.

Pero los dos sabíamos que la "conversación" de verdad aún no había llegado, estaba sobrevolando nuestros pensamientos y los dos instintivamente estábamos preparando el terreno para empezarla. Habíamos entendido que para afrontar los temas espinosos con garantías de no retroceder al odio y al rencor, debíamos recuperarnos primero a nosotros. Y lo estábamos logrando.

Por eso, cuando él mirando su taza vacía, comentó que el café le había abierto el apetito y me preguntó como quien no quiere la cosa si quería acompañarle a comer, no lo dudé. No tenía ganas de separarme de él, aún no estaba preparada y tenía la excusa perfecta para engañar a mi ser racional, aún no habíamos hablado del "tema".

Salimos del estudio ante la mirada curiosa de las recepcionistas. Vernos juntos debía ser como poco chocante para todos aquellos que vivieron nuestra historia y nuestro final a través de los medios. Yo no sabía dónde íbamos, pero él parecía seguro. Cogimos un taxi y en diez minutos llegamos a un restaurante en el que no había estado nunca. Parecía nuevo y muy funcional. No era el típico sitio donde la gente pensaría que dos "estrellas" de la música como nosotros elegirían para una comida importante. Nada más entrar me encantó. Era de esos espacios pequeños y acogedores, en los que el olor de la buena comida te asalta nada más entrar por la puerta. Un rinconcito perdido en Madrid de decoración dudosa pero que a mí me resultaba totalmente familiar. Él me miró y sonrió, sabía que me gustaría el sitio. Me comentó que lo había descubierto hacía un par de meses y que pensó en mí. Era el típico lugar en el que hubiéramos compartido postre años atrás. Y ahora aquí estábamos, de momento compartiendo mesa. No me pasó inadvertido que había pensado en mí. Había recordado mis gustos, igual que yo recordaba cómo le gustaba el café. Una sonrisa bobalicona escapó de mis labios y él la imitó. Definitivamente, íbamos por buen camino.

Pedimos lasaña de carne y verduras y sendas copas de vino tinto para acompañar y esperamos. Esperamos mirándonos a los ojos el próximo movimiento del otro. Mi ritmo cardíaco rozaba la arritmia y los nervios se estaban apoderando de mi estómago hasta el punto de dudar que pudiera ni tomar un bocado de la lasaña que había pedido. El vino sí que entró bien. Lo necesitaba.

Espoleada por la sensación de calor que la copa me produjo, decidí abrir yo la caja de Pandora. Demasiados rodeos estábamos tomando para no llegar al punto álgido.

Un trago más de vino, y le retuve la mirada. Empecé tanteando sus reacciones y le pedí perdón por haber nombrado a Lorena el sábado por la noche. Él aceptó el envite, y se percató que nuestro momento llegaba, así que tomando aire me pidió perdón por estos tres años de infierno. Así, a bocajarro. Oírle pronunciar esas palabras desataron el nudo de mi estómago, y las lágrimas acudieron raudas a mis ojos listas para salir ante el más sutil parpadeo. Y yo continué. Le pedí perdón por haberme marchado sin querer explicaciones, sin darle opción a arrepentimiento. Ahora, más madura, creía que mi vida hubiera sido más sencilla si le hubiera escuchado a él, si al menos un "lo siento" hubiera calmado mis noches en vela ahogada en lágrimas.

Las fotos de la revista fueron nuestro siguiente objetivo, le relaté cómo me habían sido presentadas, el dolor y la esperanza de no estar viendo una realidad en ellas, y cómo al llegar a casa esperando que él me desmontara esas imágenes diciendo que eran una falacia, les encontré abrazados en el sofá dormidos y felices.

Perdida en élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora