XXVII. ¿Hablamos?

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Un cuarto de hora más tarde, sentados los dos en la cama, parecía que su respiración volvía a acompasarse. Los ojos los mantenía cerrados y no podía ver si aún estaban brillantes o habían recuperado su purpurina. No me atrevía a hablar. Romper el silencio que él había impuesto con sus gestos me asustaba. No sabía si su gesto de apartar mis manos, había sido fruto de la ansiedad o el rechazo se había producido por mis risas anteriores. Cinco minutos más tarde, seguíamos igual. Él respirando mejor, y yo casi sin respirar. Me estaba empezando a agobiar y mucho. No podía creer que un día tan maravilloso como el que habíamos vivido acabara así. Durante el transcurrir del día las ilusiones había empezado a nacer en mi interior casi sin querer. Después de tanto tiempo en gris, él con sus palabras y sus acciones había vuelto a colorearme. Y ahora viendo como me ignoraba completamente, cerrado en su mundo sin saber el motivo, mis ilusiones volvían a hacerse añicos y los colores se empezaban a desvanecer. No podía quedarme quieta. Las lágrimas pugnaban por salir y yo quería esconderme, hacerme un ovillito en mi cama y dejarme inundar por ellas. Esperaba que Aitana no tuviera planes, el helado de chocolate compartido llegaría antes de lo previsto.

Me levanté para recoger mi bolso e irme. Cuando me estaba poniendo la chaqueta, por fin me miró. Tenía los ojos tristes, apagados, lejanos, pero no lloraba. Esperaba que hablase, pero no me dijo nada, así que acabé de colocarme la cazadora y le dije que me iba, que entendía que le había ofendido y reiteraba mis disculpas. Las palabras salían atropelladamente de mí, medio roncas por las lágrimas contenidas. Había sido bonito volver a compartir con él momentos de siempre. Volví a mirarle, pero sus ojos enfocaban el suelo.

Así iba a acabar mi vuelta al mundo de los "vivos", huyendo de la habitación después de haber hecho trizas los sentimientos del que siempre ha sido mi vida. ¡Cómo puede cambiar todo en unas horas! El día había comenzado con dudas, con miedo, con canciones que lo eran todo para nosotros desgarradas al piano, había seguido con conversaciones de amigos y confesiones de amantes, enredados en las sábanas habíamos disfrutado de nosotros hasta el punto de querer que el día no acabara e irnos a cenar para celebrar el reencuentro. Felices. Dos horas más tarde, los dos rotos y a punto de separarnos de nuevo. El destino estaba jugando...otra vez.

Recogí el bolso y cuando estaba abriendo la puerta, me llamó. Mi nombre en su voz quebrada me produjo un escalofrío. No quería escuchar lo horrible que había sido. Prefería irme y cerrar la puerta a todo. Me esperaba el helado de chocolate. Así que no me giré, simplemente murmuré un rápido adiós y continué mi salida.

Una mano me frenó, asiendo mi muñeca. Me paré y mirándole a los ojos le pregunté sin voz. Me pidió que me quedara, más bien me lo imploró por el tono de su voz. Lentamente me guió de nuevo a la cama, y sentados entre las sábanas aún revueltas de nuestra sesión de la tarde, desplazó su mano de la muñeca a mi palma y empezó a hacerme caricias. Estaba totalmente desconcertada. No sabía a qué venía ese cambio. Le concedí tiempo para recomponerse, y me sorprendió con un beso, dulce, suave, perfecto.

Y habló. Sin apartar la mirada me pidió perdón por no haber sabido gestionar sus emociones en las últimas horas. No quería hacerme daño. Y sobre todo no quería que me fuera. Había sido el mejor día de los últimos años para él y odiaba que acabara así.

En un momento de pausa, le pedí perdón de nuevo por mis risas. Le expliqué que había reaccionado con carcajadas por el nerviosismo pasado. En ningún momento había pretendido ofenderle ni restarle importancia. Simplemente no lo había pensado. Debía asumir mi error al no ver cómo le había afectado el acoso de las "conejitas". Interrumpió mi discurso colocando un dedo en mis labios. Negó con la cabeza y me volvió a besar.

Separó nuestros labios, y entrecruzando sus dedos con los míos me pidió paciencia. Quería explicarme por qué había reaccionado así. No me consideraba culpable de su ansiedad, al contrario, agradeció sentirme a su lado. Y con un suspiro, empezó a recordar...

Perdida en élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora