XX. Preparándome para él

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Un ruido ensordecedor inundaba mis oídos. Era rítmico y estridente. No cesaba. Me revolví buscando un poco de paz pero el timbre seguía vibrando dentro de mí. Enfadada con el mundo, por permitir que un ruido tan molesto irrumpiera en mi tranquilidad, empecé a tomar conciencia de mi propio cuerpo. Abriendo primero un ojo y después el otro, dejé que la luminosidad de mi ventana acabará de despertar mis sentidos adormilados. El ruido continuaba. No era un sueño. La videollamada sí. En realidad era un recuerdo, y bastante real por cierto. Mi pantalón de pijama era prueba de ello, aún seguía húmedo tras los embistes de placer que él me había provocado en mis sueños.

El ruido cada vez se me clavaba más en el cerebro, hasta que la realidad me llevo a percatarme de que era mi despertador. Por suerte, en algún momento de lucidez tras mi derroche de lágrimas, antes de caer profundamente dormida, programé el despertador para evitar llegar tarde a la reunión con Javi. Era importante y no quería fallarle... aunque sino me mentía a mí misma, la auténtica razón por la que había conectado la alarma no era mi hermano. Habíamos tenido cientos de reuniones anteriores, y a no ser que estuvieran programadas para antes de las 9h, cosa sumamente improbable en el mundo de la música donde la mayoría de los profesionales eran aves nocturnas que no salían de su letargo hasta entrado el mediodía, no me ponía el despertador nunca. Nunca. Así que era obvio que mi despertar temprano no tenía que ver con mi preparación de la gala.

Mi motivo principal era mucho más terrenal. Él. En cuestión de horas le iba a ver en persona de forma programada. Lo iba a tener cerca e íbamos a "conversar". Esta vez sin sorpresas ni sobresaltos, no iba a ser un encuentro fortuito como los que el destino me había brindado en los últimos días. Era una cita, o una reunión de negocios, aún no lo tenía claro. Pero podía prepararme para verle, o al menos lo intentaría. En realidad no creía que nadie pudiera estar preparado para enfrentar una situación como la que yo viviría a las 12h. Yo seguía rota, y el responsable de mi vida en pausa era él.

No quería pararme a pensar demasiado en el pasado, recrearme en lo que había vivido no iba a servirme de nada, no me iba a preparar para enfrentame a una conversación que quizás tendría que haberse producido hace mucho tiempo. Teníamos que cerrar la herida, sin los puntos de sutura en forma de palabras no podía cicatrizar y por tanto seguiría sangrando hasta la eternidad. Estaba agotada de sentirme vacía, de no encontrar esperanza en un gesto romántico, de no otorgar a ninguno de mis "amigos" de cama, la duda de poder ser alguien en mi vida. Si para cambiar esta dinámica, tenía que tragarme el orgullo, y sentarme enfrente del ladrón de mi felicidad, lo haría. Así que, preparada para morir matando, salí de la ducha con ganas de lucir preciosa. Necesitaría ayuda.

Fui corriendo a la habitación de Aitana y llamé a la puerta. Era una norma de la casa, siempre había que llamara antes de entrar por si estábamos ocupadas darnos un margen de tiempo para no estar avergonzadas durante el resto de la semana. Por suerte para mí, esta norma solía ser importante solo para Aitana. Yo solía escoger mis noches de distracción cuando ella estaba fuera de casa, lo cual era a menudo por las largas giras que tenía que realizar en Latinoamérica. Eso me evitaba tener que dar explicaciones, y convertía a mis "amigos" en fantasmas efímeros que pasaban por mis sábanas sin ser vistos ni oídos por nadie. De hecho, ni siquiera Aitanta conocía mis aventuras múltiples. Sabía que mi tristeza no me había afectado hasta el punto de hacer voto de castidad, pero desconocía mi desenfadad colección de historias de una noche. Mejor así. El secreto siempre era una ventaja.

Aitana contestó con un gruñido parecido a "entra" confirmándome que aún seguía presa de los sueños. Abrí la persiana, e inundé su habitación con los rayos de sol que emergían entre algunas nubes tontorronas. Sorprendida por la agresión lumínica que estaba sufriendo, se desperezó y sentándose en la cama me preguntó a qué venía tal arrebato de vitalidad.

Perdida en élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora