XXVIII. Marian

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Poco después de nuestra separación, roto por la situación que no sabía manejar, se había centrado en el trabajo. Acudía cada día al estudio para componer, grabar y retocar canciones, que salían de él a centenares. La tristeza le había convertido en un surtidor de música y quería invertir su dolor en algo que mereciera la pena. Tantas horas encerrado en el estudio mitigaban su percepción de vacío. Estaba vacío de mí, pero lleno de música. El material era bueno, muy bueno, y en la discográfica se dieron cuenta, así que le asignaron a una de las directivas de la firma para que le hiciera un seguimiento. Los números no les eran favorables y querían revertir la crisis, por lo que habían adoptado la política de que los jefes controlaran personalmente cualquier indicio de super éxito. Y así entró Marian en escena. Una de las directivas con mayor rango de la discográfica y que se convirtió en su sombra casi un mes. Cada día seguían la misma rutina, se encontraban en el estudio y mientras él se concentraba en su música, ella hacía ajustes en el ordenador y hablaba por teléfono. Al mediodía comían juntos en un restaurante cercano y comentaban los cambios hechos en el material trabajado por la mañana. Todo iba bien, hasta que Marian después de una semana empezó a introducir cambios sutiles en la rutina. Un día, dos botones de la blusa de ejecutiva desabrochados enseñando el sujetador de encaje, otro día, un roce disimulado en la pierna mientras él tocaba la guitarra, llamadas fuera de hora simplemente para comentar algún detalle insignificante...Cada día era una gotita que ella dejaba caer y él trataba de ignorar.

Con esos pequeños envistes los días fueron pasando, y la tensión se fue acumulando. él no cambiaba, pero Marian ya estaba cansada de los desplantes de "su" cantante. Ella era una mujer poderosa, acostumbrada a coger lo que deseaba. Así que un día, harta ya de dar rodeos innecesarios, lo esperó en el estudio a primera hora. Cuando él llegó estaban solos. Se quedó extrañado, porque el técnico de sonido siempre estaba antes que él para preparar los instrumentos, pero no le dio importancia, pensó simplemente que habría pillado uno de los famosos atascos que inundaban las vías de Barcelona en hora punta.

Saludó a Marian y se dispuso a servirse un café como cada mañana. Ella rompiendo el protocolo se acercó a él y le propinó dos besos en la mejilla demasiado cerca de la comisura de los labios. Lo dejó totalmente descolocado, pero prefirió no hablar y dirigirse a la cafetera. Serían imaginaciones suyas. Hacía tiempo que no compartía espacio con una mujer y seguramente había confundido un simple saludo.

Pero Marian no se dio por vencida y continuó su ataque. Siguiéndole de cerca, se colocó a su espalda mientras esperaba la taza de cafeína y le rodeó la cintura con sus manos. Del respingo que él dio, la taza cayó al suelo junto con el líquido que empezaba a contener. Nervioso, se apresuró a recoger los trozos y a limpiar el suelo del estudio con un rollo de papel que encontró en la mesa. Marian se acercó y puso sus piernas enfundadas en medias de seda ligeramente separadas a la altura de sus ojos. Si levantaba ligeramente la vista podía ver perfectamente las braguitas negras con bordados que cubrían la entrepierna de su jefa.

Las manos empezaban a no poder contener el temblor de sus nervios y temía levantarse por que no sabía cómo reaccionar a semejante despliegue de erotismo sin solicitar. Se recreó todo lo que pudo en la mancha, hasta el punto de que parecía que iba a borrar el dibujo marmolado del suelo, pero cuando estaba ya inmaculado tuvo que levantarse. Sin mirarla en ningún momento tiró los restos del desastre a la papelera. Se disponía a salir de la sala del café cuando Marian anticipando sus movimientos cerró la puerta y recostándose en ella le dijo remolona que si quería salir debía pagar peaje. Él estaba alucinando. Marian podría ser su madre. Era muy atractiva, pero aunque fuera la modelo más famosa del planeta, seguiría sin conseguir que la mirara con deseo. Para él era pronto. Aún tenía el recuerdo de nuestro último encuentro juntos y mi imagen era la única que conseguía animar sus noches de soledad. No quiso entrar en el juego, y la trató como si estuviera de broma. Pero ella no se movió, seguía en la puerta, con la blusa medio desabrochada (suponía que los botones habían caído mientras él desintegraba el suelo) y los labios entreabiertos. Se notaba que estaba realmente excitada. Él estaba incómodo, quería salir, no solo de la sala, del estudio, del edificio. Darse una ducha y meterse en la cama donde aún quedaba algún rastro de mi olor.

Se acercó a ella y Marian pensó que había ganado, pero él sólo quería acceso a la salida, intentó apartarla, pero se le abalanzó. No entendía cómo podía moverse con tanta agilidad y tener las manos tan veloces. En menos de un minuto sus dedos recorrieron su culo, su espalda, su abdomen...No podía reaccionar. Hasta que notó cómo una mano ávida le desabrochaba el pantalón y se apartó de un salto. Marian sonrió ante la reacción, y le conminó a dejarse llevar por su experiencia. Era una mujer de mundo y le podía hacer disfrutar cómo nunca lo había experimentado. Él siguió reculando, y ella sintiéndose dominadora de la situación se envalentonó explicándole que hacía mucho que se había fijado en él, pero como yo estaba en medio, y a la discográfica le interesaba vender nuestra relación, no había podido utilizar sus armas antes. Había sido ella quién se había ofrecido a "controlar" sus progresos con las nuevas canciones, esperando que la proximidad les decidiera a dejarse llevar por la tensión sexual del estudio. Pero no había contado con encontrarlo tan reacio, a ella nunca la habían rechazado. Estaba buena y lo sabía, se vestía para lucirse y cuando se lo proponía conseguía que cualquier hombre pasara por su cama.

Él la escuchaba con los ojos completamente dilatados de la sorpresa. Pero viendo que ella se volvía a acercar como si fuera una pantera y él la liebrecilla asustada, decidió plantarle cara y decirle que sentía rechazarla pero que con él podía cesar el juego porque no iba a conseguir nada más que el saludo de rigor de las mañanas.

Lo que él no esperaba es que su reacción estaba proporcionando adrenalina a Marian que como buena depredadora adoraba que sus futuras víctimas se resistieran. Relamiéndose los labios, se le acercó y le susurró al oído que no tenía opción. La puerta estaba cerrada, estaban solos y ella tenía la llave de su carrera. Con solo una conversación telefónica podía hacer que el álbum no saliera y que la discográfica rompiera su contrato. Cantantes había muchos.

El pánico empezó a atenazarle, no podía creer lo que estaba viviendo. Estaban condicionando la carrera por la que tantos años había trabajado, a ceder ante una propuesta sexual de su jefa. Estaba inmóvil pensando en su próximo movimiento, midiendo en su cabeza el alcance de las consecuencias de lo que Marian le acababa de decir y mientras ella, interpretando su silencio como un consentimiento tácito, empezó a bajarle el pantalón llegando a su miembro. Se sorprendió al ver el gran tamaño y ante todo se sorprendió porque su tamaño no se debía a que se encontrara erecto. No entendía cómo aquel niñato podía ser totalmente ajeno a sus encantos. Le había enseñado piel, ropa interior e intenciones . Esa combinación nunca le había fallado. Y ahora se encontraba de rodillas presenciando que no había excitado lo más mínimo al chico que tenía enfrente y con cuya expresión inescrutable parecía totalmente ausente.

Sin darse por vencida, decidió aplicarse más de lo usual y agarrándole el miembro empezó a masajearlo y a lamerlo con ganas. A pesar de estar flácido, ella estaba tan al límite que estaba a punto de correrse solo con sentir como llenaba su boca. Cómo veía que aún no reaccionaba, se dedicó a acariciar sus testículos y a pellizcarlos ligeramente. Fue entonces cuando él salió del trance, y se apartó bruscamente, provocando que ella prácticamente quedara sentada en el suelo.

Le gritó que no quería eso, que él no había dedicado su vida y sus horas de trabajo para acabar siendo el consolador de una señora que utilizaba su poder para conseguir amedrentar a aquellos que no conseguía camelarse por sus propios medios. Prefería no hacer conciertos, no tener discos ni ser famoso. Él seguiría como antes, con su música, llegando a quién quisiera escucharle, pero sin ser de nadie. Con el discurso enfurecido y subiéndose los pantalones, llegó a la puerta y para su alivio comprobó que Marian mentía. Estaba abierta. Y salió. Salió de allí para no volver. Y Marian cumplió su amenaza, un informe negativo hizo que la discográfica considerara que no era un artista apto para sus filas y se encontró de un día para otro solo y sin trabajo.

Todas las canciones les pertenecían, aunque legalmente no pudieran usarlas, pero él tampoco las podría llevar a ningún sitio. Y así empezó su descenso a los infiernos.

Perdida en élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora