XVI. 44 palabras

860 41 10
                                    

"No creía que llegara el momento en que te pondrías en contacto conmigo. Me alegro de que aceptes mi proposición. Creo que será bueno para los dos que después de tanto tiempo nos sentemos a hablar. Solos. Mañana. Dime el sitio y la hora."

44 palabras escritas que releí unas 200 veces antes de asumir lo que mi interlocutor quería transmitirme. Totalmente neutras. Después de tres años, su primer mensaje se reduce a unas frases que podían ser escritas para contestar una oferta de trabajo. Me siento decepcionada. Yo fui más expresiva. Quizás demasiado. El vino siempre me hace ser más pizpireta. Pero él parece haber puesto su modo entrevista. Entiendo que después de mi "pullita" de anoche mencionando a Lorena cuando intentó tener una charla amistosa conmigo, los recuerdos se hayan magnificado acrecentando el muro que construí al marcharme. Soy consciente de que él venía en son de paz, y yo le hundí con solo un nombre. Pero en ese momento fue mi instinto de supervivencia quién tomó las riendas de la situación y me dirigió al recuerdo de aquellas fotos para evitar que cayera en el influjo de la oscuridad de su mirada. Porqué siendo sincera conmigo misma, tengo que reconocer que me hubiera rendido a él sin ninguna duda. Mi cuerpo gritaba en silencio la necesidad de ser explorado de nuevo por sus manos de dedos largos y firmes, mis ojos quedaron hipnotizados con la sonrisa de medio lado que me dedicó, recordando las maravillosas sensaciones que esos labios llenos, carnosos y mullidos, habían conseguido despertar en mí.

A pesar de su engaño, de llevar casi tres años estancada en una especie de purgatorio auto impuesto, rota por el dolor que su traición me provocó, mi cuerpo era suyo. Desde que nos conocimos, cualquier roce provocaba que mi piel más sensible se erizara, anhelando que su tacto se intensificara y sus caricias encontraran zonas escondidas. Era una conexión innata, no fue entrenada. La química que el público descubrió cuando la ciudad de las estrellas se cruzó en nuestro camino, era una mínima parte de la intensidad de las emociones que compartíamos y que quedaban ocultas en las penumbras de la escasa privacidad que podíamos conseguir en nuestros inicios.

Mi respuesta natural a su cercanía, a su olor, fue olvidarme del mundo. Por suerte, tantos años apartando cualquier indicio de sentimiento romántico por mi parte, había creado un mecanismo de autodefensa que se activaba sin tener en cuenta mi voluntad. La mención a Lorena en el preciso instante que su oscuridad me estaba engullendo, era una buena muestra de ello.

Ahora contaba con 44 palabras que me llevaban de nuevo a ese encuentro, a esa oscuridad, a ese peligro. Y no podía rechazarlas. Taparme la cabeza con la sábana y volverme a dormir. Él había hecho la proposición de forma casual en la cafetería, seguro de que yo la evitaría como era mi intención. Me conocía a la perfección, o eso creía. Mi yo había cambiado en estos tres años, el dolor me había modificado, y aunque en esencia seguía siendo la misma chica adicta a la música y desordenada por naturaleza, había pausado mi ritmo de vida, y mi felicidad nunca había vuelto a instalarse, probablemente siguiera en Barcelona.

Él me había sugerido conversar. Yo estaba dispuesta a romper la promesa. Ninguno de los dos podía prever que mis dedos teclearían un desafío para nuestra historia en forma de mensaje. Sin retroceso. No podía dar marcha atrás a una situación que yo misma había creado. Y él esperaba una respuesta. Había sido directo, conciso, expeditivo. No me había dado opción con el día. La hora y el lugar sí habían quedado a mi elección.

Ante el silencio que les llegaba a través de la puerta entreabierta, Roi y Aitana, decidieron golpearla suavemente. Estaban allí para mí, y querían que lo supiera. Mi móvil descansaba en la cama, a mi lado, con la pantalla negra, ya no necesitaba leer su mensaje para conocer el contenido, lo había memorizado. Había repasado en los últimos minutos sus 44 palabras en innumerables ocasiones, las había montado y desmontado, buscando alguna de esas metáforas que él siempre gustaba de esconder en sus escritos, ya sean en forma de poemas o de canciones. Pero nada. Era un mensaje plano. Sencillo. Informal. No quería decir nada más allá de lo que cualquiera pudiera leer. No se había esmerado tanto. Tenía que reconocer que me había decepcionado. Esperaba que por mí al menos hubiera pensado las palabras que iba a escribir. Pero estaba claro que yo no era nadie, aunque para mí él aún lo fuera todo. Mi vida patética.

Mis amigos, apartaron el móvil y me rodearon para darme calor y cariño. Estaba fría. La sorpresa y el desasosiego que se habían instalado en mí desde que abrí su mensaje, habían retirado el poco color que mis mejillas habían logrado recuperar minutos antes. La pregunta volaba sin alas, no se atrevían a llevarme a ese lugar. No sabían en qué estado me encontraba puesto que desconocían qué me había dedicado él.

Abrí el móvil, y cuando el cristal se iluminó, lo deje a la vista de las dos personas que se merecían ser testigos de este contacto. Por las noches lloradas, y las risas apagadas, por la paciencia infinita y la esperanza nunca perdida.

Aitana se quedó muda, algo que nunca creí que vería. Verla callada era totalmente antinatural como ver a una liebre corriendo por el mar como dice la cancioncilla infantil. Y Roi... bueno Roi empezó a reír. Una risa histérica, descontrolada, que le confería un aire de psicópata poco atractivo. Una risa que se contagia por la absurdidad del momento. Acabamos todos doblados en mi cama, con las manos apretándonos el diafragma para evitar que se nos rompiera del esfuerzo inútil de unas carcajadas que no éramos capaces de detener. Y entre el llanto histérico del ataque, distinguí a Roi tartamudeando:"Hasta para pedir una pizza se enrolla, y para volver a verte te manda un puto telegrama". Más risas. Doblados sin podernos controlar empezamos a soltar barbaridades. Era el momento de desahogarnos. Por la ridiculez de la situación, por las horas pasadas hablando de él, por las putas 44 palabras que me había dedicado, por la tensión que se había instalado en mi vida ante cualquier superflua coincidencia que me acercara a su imagen, por él, por nosotros.

Perdida en élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora