Capítulo 02

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Einar Hummel, Coronel del segundo cuartel de las Fuerzas Armadas de Hessdalen, se obligó a abrir los ojos pese a que su cuerpo se sentía quebrado en más de un sentido. 

A sus treinta y un años, Hummel había aprendido a ignorar tanto el dolor físico como el cansancio mental en pos de aquello que lo hiciera conseguir lo que quería, no por nada había alcanzado ese rango a una edad tan joven.

Desde pequeño adquirió el conocimiento de que las cosas no llegaban a uno por voluntad o designio divino, sino que el trabajo constante un día rendiría sus frutos. Esa era la promesa del esfuerzo. Esa era la enseñanza del maestro que un día le juró darle la paz que siendo bastante joven conoció.

Sus dedos se enterraron en la espalda de la chica que reposaba sobre su pecho. Einar, conocedor de lo que sucedía en el paso por el portal, consideró necesario protegerla de algún modo, ya que la caída hubiera podido lastimar un cuerpo tan frágil como el que se presumía debajo del fastuoso vestido. Hummel cumpliría su misión, cuidar a la señorita Landvik, lo mejor que pudiera.

La escena que los envolvía era sublime. Sobre ellos, la luz del portal flotaba serena, con el cielo estrellado de fondo, creando la quimera de que cualquiera que estuviera bajo su protección no tendría la necesidad de moverse nunca, puesto que ahí había sosiego, paz.

Entre el debacle de permanecer unos segundos en esa posición, a su siempre nítida mente llegó el miedo paralizante que comparten todos los animales ante el peligro. La supervivencia le recordó lo que debía hacer, o de lo contrario tendría más problemas que algunos moretones en la piel lechosa de Var Aneeta.

Tanto sus músculos gemelos, como los bíceps y cuádriceps femorales, se resistieron rígidos a efectuar cualquier clase de actividad. Aun así, logró ponerse en pie con la chica inconsciente en brazos y con el agradecimiento interno de que su peso fuera ligero.

Hummel avanzó en la oscuridad lo más rápido que pudo, sorteando las altas figuras de los árboles y rezando a una deidad que quizás ni existiera, que el caos se desatara cuando estuviera a una distancia prudencial.

Tras examinar el cielo el tiempo necesario, suspiró de alivio al notar que al menos el portal había estado cerca del refugio. Detrás de él se escuchó el movimiento humano justo donde hasta hacía poco había estado recostado sobre la tierra, con las piedras enterrándose en la piel de su nuca y una pequeña prominencia bajo su espalda, formando un arco antinatural con su columna.

Para cuando el sonido de las naves voladoras que los terrestres solían llamar helicópteros se acercó peligrosamente a su posición, ya casi había llegado a la cueva oculta en la colina sobre la que habían aparecido. La vez anterior, cuando el rey Swenhaugen mandó al escuadrón de reconocimiento para preparar la estancia de su futura nuera, el portal había estado a más de dos kilómetros del refugio. El peligro que eso implicó casi le cuesta la vida del Mayor Vólkov, subordinado, dedicado militar y gran amigo.

Con el cuidado pertinente para no rozar la cabeza de la muchacha con los rasposos bordes de la estrecha entrada a la cueva, se las ingenió para hacer pasar dos cuerpos donde solo cabía uno. Avanzó con cuidado por la natural hendidura hasta que el espacio se fue haciendo más grande. El olor ahí dentro no estaba contaminado como el del exterior, al igual que los sonidos que, dejando de lado el de las dos respiraciones, eran inexistentes.

Hummel dejó el cuerpo lánguido sobre el suelo. Agotado por el viaje y la caminata, se sentó cerca de la Princesa, con la cabeza escondida entre las rodillas y sus dedos presionándose el cráneo.

En completa oscuridad, relajó los hombros por primera vez desde hacía mucho tiempo y se dio el lujo de dormir. De cualquier forma, pasarían unas cuantas horas para que esa zona volviera a ser segura para ellos. 



Hessdalen: ExilioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora