Capítulo 40

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La temperatura descendió conforme el calendario avanzaba. Para la primera semana de noviembre se vieron los primeros atisbos de una nevada que maravilló a la princesa desde la cocina del albergue.

Sirvió croquetas en las charolas y bostezó, cubriendo su boca a pesar de que no había nadie más en la habitación que pudiera juzgar sus modales.

Ese día había sido muy largo para ella; por la mañana fue a su clase de cocina, luego estuvo unas cuantas horas en la recepción —atendiendo a unos proveedores particularmente molestos—, y por último había ido al refugio para apoyar a Ebba porque Gulbrend se había ido una semana a Hordaland a visitar a su hermana quien, según lo que le contó el muchacho un día mientras limpiaban el excremento de los canes, había perdido a un buen amigo un año atrás y quería estar junto a ella por si la fecha la ponía triste.

Odalyn escuchó los ruidos de los perros al otro lado del pasillo y sonrió pese al cansancio. No solo se había levantado temprano, sino que también los días ya eran mucho más cortos y, aunque apenas eran las siete, el cielo parecía boca de lobo. Sentía que había estado despierta por demasiado tiempo.

Vagamente se preguntó a qué hora llegaría Einar por ella. Después de dejarla iría con Magnus por unas refacciones y de ahí al taller para ponérselas al auto en el que trabajaban.

—Ya se metieron todos —dijo Ebba, entrando a la cocina—. ¿Te ayudo a llevar la comida?

—Sí, gracias. Lamento que Sersjant consuma más de lo que la cortesía aprueba. Einar prometió traer otro costal cuando venga.

—¡Tonterías! —Le restó importancia con un movimiento al aire—: Es una dulzura y verlo siempre me pone muy contenta. Me recuerda que hay gente que sí cuida y quiere a sus mascotas.

—Todos deberían hacer eso —respondió la muchacha, sabiendo que en la mente de ambas estaba el más reciente inquilino del refugio.

Una semana completa les tomó a Odalyn y Hummel lograr que Warrior se adaptara a la presencia de los demás perros y dejara de temer a las personas que ahí laboraban. Con los días sus afecciones también fueron mejorando, las infecciones de su cuerpo fueron tratadas con medicamentos y su aspecto general se vio más sano. Dejó de llorarles cuando se iban y hasta intentó jugar un día con Sersjant, solo que esto último no rindió muchos frutos porque el cachorro tenía una energía y ánimos que él no podía seguir con tanto ímpetu.

Después de supervisar que todos comieran, Odalyn ayudó a Ebba con cuestiones administrativas; se encerraron en la oficina para clasificar formatos de todo tipo, organizaron los reportes de seguimiento de adopciones, revisaron solicitudes de posibles adoptantes y también hicieron bastantes cuentas relacionadas con recibos, comidas, e impuestos.

Poco antes de las nueve, el otro chico que de vez en cuando ayudaba en la recepción notificó la llegada de una visitante. O al menos esa era su intención, puesto que ella misma se anunció, entrando directamente a la oficina apenas el muchacho abrió la puerta.

Nina llegó como si entrara a algún exclusivo centro nocturno. El vestido ceñido apenas si le cubría lo necesario y las botas estilo militar, pese a ser toscas, le definían las piernas de una forma bastante llamativa.

—No sabía que estabas organizando una fiesta, Ebba —dijo Odalyn.

—Ella no, pero yo sí —respondió Nina, ignorando la broma y sentándose sobre un archivero metálico. Una simple mirada logró que el recepcionista tartamudeara una disculpa a las otras dos y se fuera con las mejillas rojas—. Iré al grano: Finn hizo una tontería con el cableado de una Chevrolet-no-sé-qué y están varados en Hamar, a dos horas de aquí. Einar dijo que viniera por ustedes y pensé que sería buena idea que tuviéramos una noche de chicas. Entonces, ¿a qué hora estarán listas?

Hessdalen: ExilioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora