Capítulo 04

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Para cuando Odalyn abrió los ojos, fatigada como si hubiera recorrido a pie todos los campos de cosechas, el coronel Hummel ya había despertado de su siesta e incluso había salido de la cueva por un breve período para registrar los alrededores.

Debajo de su cabeza, sintió la dureza de la tierra que impregnaba su olor húmedo a su cabello y su vestido. Se sentía mareada, débil, con cada músculo de su cuerpo laxo y doloroso.

—¿Qué sucedió? —preguntó la chica con voz ronca—. ¿Dónde estamos?

—En el Hessdalen de la Vieja Tierra, Alteza. ¿Cómo se siente?

—No me puedo mover —le respondió entre confundida y espantada.

Hummel le agradeció la aparente calma que estaba mostrando. Él, resistente a las más duras y exigentes pruebas físicas a las que se vio sometido durante su formación en el ejército, no podía ser empático con la experiencia que a una chica, con vida de muñeca de aparador, le habría supuesto el paso por el portal.

De entrada, el dolor corporal; y sumado a esto, la incertidumbre de despertar en completa oscuridad sin saber qué es lo que había ocurrido o cuánto tiempo habría pasado. Fortaleza fue el primer término que se le ocurrió al Coronel para describir a la señorita Landvik.

—No se preocupe, es normal. Ha pasado unas cuantas horas sin moverse. Intente con sus dedos.

Para no entrar en pánico, Odalyn se concentró en la ronca tesitura de Hummel, bastante apropiada para un sujeto de su apariencia. Luego, intentó de nueva cuenta activar los músculos; poco a poco sintió que le respondían, hormigueando por el súbito incremento en la actividad del torrente sanguíneo.

Pasaron varios minutos para que, con ayuda del Coronel, se pusiera de pie, un poco mareada y desorientada. Lo peor vino cuando emprendieron la salida de la cueva, debido a que los pasos torpes de la chica la rezagaban tanto que en más de una ocasión Hummel tuvo que regresar para que ella, con su brazo extendido, volviera a tocarle la espalda y pudiera seguirlo.

El aire fresco de la hora previa al amanecer fue bien recibido por la piel de Odalyn, pegajosa por el esfuerzo realizado. Los altos árboles frente a ellos se erigían como una barrera impenetrable de sombras aterradoras; más allá, el cielo rebosaba de estrellas, muy distintas a las de su tierra. Ahí, parecían puntos vibrantes, no como las que por toda su vida vio, orbes estáticos que al amanecer perdían su fulgor, pero que no desaparecían del todo.

La novedad fue apabullante para la Princesa e insignificante para Hummel. Mientras la primera intentaba asimilar lo poco o mucho que sus ojos veían, para poder procesarlo con calma después, Einar procuraba cortar la distancia entre la cueva y la casa en la que vivirían; no había espacio en su mente calculadora para detalles insustanciales.

Por varios minutos se adentraron en la espesura del bosque que cubría el cerro en el que estaban. Extrañamente, la actividad animal en esa zona era nula; no había mamíferos salvajes buscando sus madrigueras, ni aves nocturnas emitiendo sus trinos.

En algún punto, a poco de llegar a las faldas del monte, los árboles dejaron un espacio bastante amplio que les permitió ver lo que, a distancia considerable, flotaba en el cielo, pacífico e imperturbable.

El portal en la Tierra no era como el del reino del Sur. La luz que prometía el regreso a Hessdalen era una sola, alargada, amarillenta y estática. Lejana y particular por sí misma, puesto que no la rodeaba un claro. Era como ver una gigantesca lombriz durmiendo en el aire.

—¿Es ese el portal a...? —La pregunta entusiasmada de Odalyn Landvik se convirtió en un grito ahogado de terror cuando su boca se vio amordazada por algo cálido y agresivo.

Hessdalen: ExilioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora