Si había algo que caracterizaba a Oleg Rómanov aparte de su evidente frialdad, eso era su amor por la comida grasa. Como todo residente de Hessdalen, seguía la dieta que excluía la carne animal, pero no por eso se conformaba con los platillos más ligeros porque un militar y regente de su talle necesitaba gran aporte calórico.
Por eso mismo, quien lo invitara a comer sabía que en el menú debían incluirse gran cantidad de vegetales fritos, tostadas, panes, quesos y postres frutales que fueran más carbohidratos que fruta. Las tartas de frambuesa eran sus favoritas.
Oleg miró el postre estrella, calculando en silencio cuánto más podría comer antes de dejar el hueco necesario para disfrutar esa delicia. Sus predicciones resultaron favorables, por lo que partió una generosa rebanada de queso brie y la colocó con cuidado sobre la galleta salada que sostenía entre los dedos callosos.
La exclamación placentera que emitió resonó potente en el gran comedor, causando que Garm sonriera satisfecho.
—Supongo que ahora sí podremos hablar de lo que te trajo hasta aquí, mi querido amigo —dijo el rey del Sur, haciendo grandilocuentes aspavientos.
—Se te ve muy contento, Garm —atajó Oleg, cortando un trozo del queso con sus propias uñas—. ¿Buenas noticias?
Nadie que conociera al monarca Swenhaugen le diría que ese día se le veía particularmente contento; de hecho, Baldessare, el único que podía presumir de aquello, le había advertido que no era seguro tomar audiencias mientras estuviera bajo esa sombra de repentina inestabilidad.
Las facciones de Garm funcionaban como una balanza que estaba siempre en busca de equilibrio. Cuando su sonrisa se ensanchó, la oscuridad de sus ojos incrementó; era un pago justo a cambio de mostrar su mejor faceta ante su invitado.
—Es un día bello, Oleg —respondió alegre—. Amanecimos con una nevada como hace semanas no se veía; cubrió, en su totalidad, los árboles de blanco. ¿No te parece maravilloso?
—Sí, sí. Por supuesto. ¿Te importaría pasarme esa rebanada de pan? —Al mismo tiempo, se acercó él mismo el frasco con mermelada de mango—. Me extrañó que tu muchacho fuera visto en la Cámara de Archivos.
—No le veo lo raro —respondió de inmediato.
—Indagando sobre la declaración de Kol. —Cuando se permitía regocijarse en la tragazón, perdía un poco su seriedad. Pero aquello lo había dicho con tal formalismo que Garm supo que su mente no estaba del todo en los alimentos—. Curioso, si me lo preguntas.
—¿Curioso? —Ambos aguzaron la mirada.
—Sí, bastante. ¿Me pasas ese cuenco de frutas? No, olvídalo, yo mismo puedo hacerlo. —Todo lo dijo sin darse las pausas que le dieran credibilidad. Se levantó y caminó hasta el otro lado de la mesa; con una mano tomó una manzana cubierta de caramelo y con la otra el hombro de Garm. Si la primera hubiera sido aplastada con la misma fuerza, no sería más que un puñado de puré y cristales de azúcar rotos—: Tu familia se involucra mucho con licántropos, ¿no crees?
Garm se quedó inmóvil y digno.
—No. ¿Tú sí?
—Compraste los servicios de la hetaira.
—Tú lo has hecho más que yo, Oleg —bromeó peligroso.
—Y de repente tu hijo se interesa en un ataque perpetrado por una de esas bestias. —Palmeó el hombro de Garm; al dejar en claro la amenaza implícita, regresó a su lugar—: Por cierto, Coquerelle me negó los servicios de Nicky, dijo que ha estado indispuesta.
El rey Swenhaugen, quien ya había previsto que alguien tarde o temprano notaría su ausencia, tomó sus precauciones. Sobornó a la madama para que excusara a su trabajadora cuando la pidieran.
—¿A dónde quieres llegar, amigo? —Todo rastro de amabilidad desvanecido, casi tanto como el interés de Rómanov por los alimentos.
—¡Fuera! —bramó, haciendo uso de su autoridad.
Ante la orden, sus dos guardias, que durante toda la comida habían permanecido inmóviles en un rincón, salieron del comedor y se alejaron hasta la pared más distante, no sin antes cerrar la pesada puerta de madera. Oleg suspiró.
—Este es el asunto, Aron —soltó sin desviar la mirada—: Kol no es estúpido y tarde o temprano atará cabos. Cualquier trato que estés haciendo con esas bestias, será descubierto si continuas con tu imprudencia. —El inesperado golpe que soltó con el puño cerrado contra la mesa sobresaltó a Garm. Golpear cosas, de preferencia duras, lo ayudaba a relajarse. Ya más calmado, continuó—: No deberías mover las aguas que ya están turbias, ¿me escuchas? Ese bastardo ha estado cuestionando a mis muchachos, preguntas simples, hasta cierto punto inocentes. Lo sospecha, no sé si por el antiguo rencor que le tienes y que fingiste dejar atrás, o porque, por lógica, tu tierra es el único medio de entrada que tienen.
—Yo no... —contraatacó tranquilo. Él negaría todas las acusaciones que hicieran en su contra mientras no hubiera pruebas.
Oleg Rómanov había crecido junto a Kol y Garm; desde muy jóvenes habían coincidido en la Capital y los intereses particulares de cada uno los habían unido a tal grado que, cuando el último de ellos ascendió al poder, el Consejo se sintió aliviado porque se tuvo la creencia de que sería una época de paz y prosperidad.
Así fue al principio. Pero el choque de egos ya traía un historial que, con el tiempo, se endureció; los antiguos hilos de disputas pasadas se fortificaron hasta volverse alambres rígidos que tensaron los lazos de amistad.
El rey de la guerra se levantó de su lugar y avanzó hasta Garm, lo tomó de las solapas de su uniforme y lo jaló hasta que ambos estuvieron a la misma altura. Había cólera y frustración en sus ojos.
—Ya déjalo ir, ¿quieres? —le espetó con fuerza, como cuando se encontraba delante de los nuevos escuadrones y tenía que ponerlos en orden—: ¡Ella no volverá! ¡Ya no deberías conservar su fantasma en el palacio! —Con el índice señaló la amplitud del comedor. Una vez que estuvo seguro de que Garm lo había entendido, le enterró el dedo en el pecho—: Así como tampoco deberías preservarla aquí.
Eso quebró a Swenhaugen. Los ojos azules se le inundaron y, por primera vez en mucho tiempo, dejó que su amigo lo viera vulnerable. Habían pasado décadas desde esa última vez.
—Extraño a Valeska —confesó dolido. ¿Cómo no hacerlo? Si era el rayo de sol que salía por la mañana en sus alegrías y la luz estival que hacía de su oscuridad menos profunda—. La extraño demasiado.
—Lo sé, colega. Yo también la echo de menos. Pero ni todo el amor del mundo te la devolverá.
Si había algo que Garm Swenhaugen odiara, eso era que alguien le dijera aquella cruda verdad; por lo que, de inmediato, volvió a poner su barrera. El azul de sus ojos se enfrió rápido, advirtiéndole a Rómanov que disponía de poco tiempo:
—¡Escúchame! —siseó tan bajo como pudo. Sabía que sus guardias estarían lejos, sin embargo, no quiso arriesgarse—: Sé que confías en que Coquerelle guardará el secreto que compartes con Nicky, pero no estaría de más que le hicieras una visita. —Las manos de Oleg dejaron el uniforme para encontrar la de Garm, de piel marcada y dura. Por si no lo había comprendido, le dio un fuerte apretón—: Me entiendes, ¿verdad?
El rey del Sur asintió. Tenía que cortar los cabos sueltos.
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Hessdalen: Exilio
FantasyTras ver su vida en peligro, Var Aneeta Odalyn Landvik, heredera del reino del Norte, es exiliada de su natal Hessdalen. No le queda otra opción que cruzar el portal que la llevará a un mundo del que su gente se alejó muchos años atrás. En compañía...