Erland Swenhaugen se subió la bragueta del pantalón con un movimiento ágil. Ver la curvilínea silueta de la mujer que lo miraba desde la cama lo hizo considerar si la reunión con su padre sería tan importante como para dejar tan exquisita compañía. Vagamente se preguntó por qué, cualquier cosa que le quisiera decir, no se la dijo de camino al palacio tras ver a su prometida desaparecer en medio de la nada. Dejó salir el aire al tiempo que se abotonaba la chaqueta de su uniforme real y, de soslayo, vigilaba los movimientos que se notaban bajo las sábanas de seda.
—A partir de hoy tendrás que salir por la puerta de servicio —le espetó sin sentir culpa. También ignoró el breve respingo que dio la de ojos celestes antes de aguzar la mirada.
Evgenia Gólubev, duquesa del mayor y uno de los pocos ducados de las Tierras del Este, sonrió con malevolencia.
—No solo debemos usar una de las habitaciones de la servidumbre, sino que ahora también debo salir del palacio como tal —afirmó sin ofensa—. Acepto solo una de esas condiciones, cariño. Elige.
Si Frey Erland rio, no fue porque apreciara en absoluto el nulo sentido del humor de la Duquesa, sino por la posible ingenuidad que le hizo creer a Evgenia que él aceptaría ceder ante su amago de ultimátum.
—Ahora, más que nunca, debes evitar ser vista —aclaró con la intención de recordarle su lugar—. Y sabes bien que mi lecho solo será compartido con mi esposa. Tu prima, por si no estabas al tanto.
Odalyn, poco después de enterarse de su compromiso, acudió a su prima en quinto grado, Evgenia, para compartirle la noticia. Claro que sus intenciones habían sido encontrar un poco de desahogo a la fuerte impresión, por lo que no reparó en lo que esto podría provocarle a lo más cercano que tenía de una mejor amiga.
Tampoco es como si, de cualquier modo, hubiera podido hacer algo. Evgenia, pese a ser un año menor que Odalyn, tenía un estatus que la eximía de las severas reglas sociales que se aplicaban a los círculos más altos de la realeza; por eso había podido presumir del gozo de una vida social en la Capital a pesar de que aún no cumplía la mayoría oficial para hacerse partícipe en eventos políticos en los que no tardaba en estar en boca de todos, ya fuere por su gusto por bebidas alcohólicas, la inhibición en su actuar, o el romance con el príncipe Erland que era un secreto a voces. Un secreto, por cierto, que siempre terminaba en la frase "de seguro su boda será la más fastuosa".
—Estaba enterada. Mucho antes que tú —comentó con cizaña, recordando que justo el día anterior, el heredero le había mencionado, entre las charlas insustanciales que mantenían durante el sexo, su apresurado compromiso con una chica desconocida. Tras el primer golpe, la Duquesa arremetió con otro—: Una lástima, si me lo preguntas.
—No lo hice.
—El serio Swenhaugen desposando a la viva encarnación de la alegría e... ingenuidad.
El calificativo no ocultó el desdén de la verdadera palabra que iba a utilizar.
—Bueno, no es tan joven como tú y eso ya es ganancia. —Si el Príncipe defendió a su prometida fue más por orgullo que por genuina caballerosidad. Admitirle a Evgenia que no encontró atracción, ni cultural ni sexual, por Odalyn, le daría a su amante poderosas armas que utilizaría a su conveniencia—. Y la experiencia con el tiempo se aprende. No me molestaría enseñarle.
La expresión de la Duquesa no se modificó. Para disgusto de Erland, si había alguien que lo conocía de pies a cabeza, esa era Evgenia, quien descubrió el desagrado que la propia idea causaba en la personalidad impaciente del hombre. Este, a su vez, intentó no demostrar lo que le provocaba comparar la figura escuálida de Odalyn, con la silueta bien desarrollada que a más de uno gustaba en el Parlamento.
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Hessdalen: Exilio
FantasyTras ver su vida en peligro, Var Aneeta Odalyn Landvik, heredera del reino del Norte, es exiliada de su natal Hessdalen. No le queda otra opción que cruzar el portal que la llevará a un mundo del que su gente se alejó muchos años atrás. En compañía...