Capítulo 15

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El olor dulzón de la mantequilla que cubría los gofres sería el primer recuerdo que Odalyn guardaría de Oslo. Al abrir los ojos, el amanecer le provocó un suspiro involuntario; el cielo estaba teñido de varios colores, sobre ellos era de un azul celeste bastante tenue, y más allá, en el horizonte, el rosáceo se entremezclaba con un púrpura conmovedor.

Al mirar a su alrededor también notó los edificios altos, bañados en luz dorada, y la actividad que acontecía fuera del auto. Unas cuantas personas caminaban en la acera, con los rostros tranquilos y una atmósfera de bienestar general.

A su lado, no obstante, Einar miraba un mapa con el entrecejo fruncido.

—¿Ya llegamos? —preguntó, ahogando un bostezo. Ante su asentimiento, volvió a observar el escenario y se percató de que el olor provenía de un puesto callejero. La dama regordeta removía una mezcla amarilla con una cuchara de madera, al tiempo que vigilaba la máquina que tenía frente a sí—: ¿Esos son gofres? ¿Puedo ir a comprar uno? ¿Tú también quieres?

Hummel apenas si volteó al escuchar la emoción de Odalyn; al ver que el puesto estaba a menos de cinco metros, asintió y le dio un billete de cincuenta coronas. Entre sus cálculos y el mapa que estudiaba, se permitió pensar un momento en la facilidad con la que le daba libertad; no era como si uno de esos días le fuera a permitir recorrer la ciudad por sí misma, pero al menos ya le notaba una madurez que no lo ponía ansioso al perderla de vista por unos minutos.

Dejó de mirar el papel lustroso para observarla a ella. Tenía las manos detrás de la espalda y se inclinaba sobre el puesto ambulante de los gofres, demasiado cerca de la dama que la miraba entre divertida e intrigada por la repentina violación a su espacio personal y negocio. Regresó a sus asuntos cuando la vio pagar y volver con dos platos de cartón, humeantes y de aroma apetitoso.

—¿Chocolate con crema o miel y frutas? —le preguntó contenta.

—Elige el que más quieras—respondió escueto.

Odalyn encogió los hombros, puso el de chocolate en su regazo y el otro en el tablero, sin embargo, lo pensó mejor y lo intercambió.

—Si tanto quieres el otro, deberías comerlo —comentó Einar, quien ya había dejado de estudiar el mapa y en ese momento trazaba círculos en puntos determinados.

Si bien estaba atento a sus asuntos, las miradas que la chica le lanzaba al plato sobre el tablero habrían podido poner celoso al gofre que comía con entusiasmo.

—Tú necesitas las endorfinas que el chocolate genera. Aunque... ¿podría nada más comer un trozo para no quedarme con el antojo?

Hummel dividió el pan a la mitad, sin importarle que sus dedos se mancharan, y dejó una de las partes en el plato de Landvik, quien, conforme con la tregua, también le dio la mitad del suyo.

—¿Puedo ver? —cuestionó con curiosidad, cuidadosa de haber tragado el bocado antes de pronunciar palabra alguna.

En realidad, a Odalyn le importaba más que Hummel comiera algo que el plano en sí; pero de igual forma, una vez que él se lo entregó y lo vio tomar el plato, intentó descifrar los garabatos escritos.

—¿Debo suponer que nos quedaremos en el Frogner House Apartments?

—De momento no —contestó, todavía masticando. Entonces, al recordar los modales de la señorita, se arrepintió de no tener la misma consideración. Tragó antes de disculparse—: Lo siento, las comidas en el Este eran de los pocos ratos que teníamos para socializar. Un mal hábito, supongo.

Hessdalen: ExilioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora