Capítulo 10

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La excursión a la ciudad salió peor de lo que Hummel hubiera podido imaginar. Cuando regresaron al auto, Odalyn se mantuvo callada y él, extrañamente, conservó un regusto muy similar al de la culpabilidad.

Los días anteriores a la salida se preparó para una efusividad que le parecía incómoda; incluso sintió punzadas de migraña al pensarla señalando todo cuanto viera, desde los montes en la lejanía, hasta otros vehículos que se encontraran en la carretera y, con ellos, los humanos que se extrañarían al ver a una jovencita asomándose por la ventanilla con una sonrisa que no le cabría en el rostro. Mas esa escena nunca llegó.

—Odalyn, yo... —comenzó inseguro—. Lo siento.

Aunque lo dijo sincero, no supo identificar por qué se disculpaba. Tal vez fuera por decirle las cosas de una manera un tanto ruda, o por no haberlo hecho antes, o porque no podía protegerla de la tristeza que la había inundado.

—No es tu culpa —respondió, mirando el exterior—. Trataste de evitarme el dolor y ya no te culpo por eso. Creo que hasta hubiera preferido que nunca lo dijeras, ¿sabes?

En un amago de deshacerse de la tensión acumulada, Einar intentó algo a lo que no estaba acostumbrado hasta que empezó a vivir con ella: bromear.

—Yo también lo hubiera preferido. Pero me habrías acosado día y noche; y por si fuera poco, me habrías echado el champú en la cara mientras dormía, o algo peor.

—¿Dices que soy mala y acosadora?

Hummel suspiró al ver que su triste intento fue en vano.

—No. Es solo que eres muy insistente.

—¡Eres un mentiroso, Einar! —alegó, recuperando un poco de alegría.

—¿Me acabas de pegar? —exclamó el Coronel con verdadera incredulidad al percatarse del empujón amistoso que le dio Odalyn en el hombro al defenderse. Ella ni se inmutó—. Y no es mentira, ¿o niegas haber permanecido en mi recámara durante horas cuando yo, claramente, te pedí que me dieras privacidad, pero no lo hiciste porque estabas viendo las luces?

Odalyn sonrió ante el recuerdo. Eso había sucedido días atrás y, como bien dijo Hummel, se negó a dejar la habitación porque estaba entretenida viendo el portal; en parte fue el bello fenómeno que solía cambiar de un día para otro, y en parte fue que el encierro la había estado afectando y necesitaba contacto social, por lo que quiso divertirse un rato a costa del Coronel; claro que él no reaccionó como cualquier otro lo habría hecho y la dejó en paz hasta que por fin se fue.

—Si te hubieras sentado conmigo a verlas me habrías comprendido. ¡Eran distintas ese día!

—Raramente son iguales a las del día anterior.

—Y ni siquiera sé por qué me querías fuera. De todos modos ya sé dónde guardas tus cosas de súper espía.

Aquello sí lo tomó por sorpresa. Siempre que abría el compartimento del piso se aseguraba de cerrar la puerta para que la Princesa no lo viera.

—¿Cómo es que...?

—El suelo se siente distinto cuando lo pisas. No he visto lo que tienes ahí y no me interesa, así que no tendrás que buscar un nuevo escondite porque, de todos modos, no tienes más opciones. A menos que tú mismo lo construyas y...

—Ya lo sé, Odalyn. Solo... —interrumpió molesto—, no lo veas, ¿quieres?

No volvieron a hablar hasta que aparecieron las primeras construcciones de Ålen. Bien por el nuevo descubrimiento o por el enfurruñamiento de Einar, Odalyn se descubrió apenas interesada en su alrededor. Había sido cierto que era muy similar a las comunidades del Norte; las casas también eran sencillas y la naturaleza no se alejaba mucho de la sociedad porque había verde por doquier debido a los valles y montañas escarpadas que rodeaban el municipio.

Hessdalen: ExilioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora