Capítulo 25

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Cada mes, dentro del Parlamento se ofrecía una cena para estrechar lazos y, de manera informal, tantear el estado del equilibrio que se mantenía entre los cuatro humores que gobernaban Hessdalen.

El Gran Consejo estaba conformado por el líder del Consejo Terrestre y los antiguos regentes de cada reino en representación de sus intereses; esto siempre y cuando dispusieran de buena salud física y no mostraran signos de inestabilidad mental ni emocional.

Frey Swenhaugen, padre y antecesor de Garm, pese a sus noventa y cinco años, gozaba de una vitalidad sorprendente que solo era opacada por sus ideas claras y doctrinas radicales.

Zinerva Landvik, por otro lado, no podía presumir de tener mucho tiempo restante. La muerte, para alguien cuyo trayecto fue largo y se manchó con unos cuantos arrepentimientos, supondría un alivio. No obstante, en cuanto ella falleciera, Kol o Assa tendrían que tomar su lugar, lo que implicaría ceder el trono a la heredera, quien, por cierto, estaba desaparecida y, de todos modos, comprometida con el joven Frey Erland.

También existía la posibilidad de nombrar a algún representante provisional, pero nadie, pensaba la pasada monarca del Norte, lo haría como ella. Y, de tomar alguna elección, prefería mil veces dejar el dominio a su nieta aunque eso también implicara compartirlo con el intento de príncipe que desposaría. No, no estaba segura de que le conviniera o quisiera morir.

La representante del Este era Duscha Rómanov, tía de Oleg que obtuvo ese privilegio porque su hermana, antes de fallecer, le heredó su posición en el Consejo; no porque entre ellas existiera gran afecto, sino porque, al notar a su escuálida nieta, supo que su hijo no estaba en disposición de dejar su mandato hasta que su otro nieto tuviera la edad suficiente.

Luego estaba el miembro más joven de todos; su nombramiento, asimismo, era temporal por necesidad. Vasilios Zafereilis, hermano menor de Amethyst, apenas tenía treinta y cinco años y recién disfrutaba de las mieles del matrimonio cuando tuvo que hacerse responsable de tan semejante honor. La política le interesaba menos que cualquier otra cosa, pero la devoción por su hermana lo llevó a esa situación y ella era la única que podía absolverlo. Estaría ahí hasta que ella así lo estipulara.

Por último, el representante del Consejo Terrestre era Akwetee Nzeogwu, un hombre maduro que había sido separado de su natal África para ocupar uno de los cinco puestos que controlaban los vínculos que existían entre Hessdalen y su propio mundo. No era ambicioso y se había acoplado muy bien a su deber; sabía escuchar y, sobre todas las cosas, había aceptado que su posición tenía un límite de poder; no como el líder del continente Europeo o, peor aún, del Americano, que siempre que podían alzaban la voz para clamar sus disparatadas exigencias.

Cuando la hora llegó, las puertas del comedor se abrieron para dejar pasar a los invitados. La mesa rectangular de madera de adansonia estaba pulcramente decorada con candelabros de oro cuyas velas expelían su dulce olor a miel, mango y cardamomo, y arreglos florales sencillos, pero exóticos para quien supiera apreciarlos.

Assa Landvik apenas si notó que su esposo le recorría la silla de respaldo alto porque estaba absorta viendo las Epiphyllum oxypetalum; los tersos e impolutos pétalos eran una rareza que pocos podían darse el lujo de apreciar porque eran especímenes que florecían solo por una noche.

—Tus favoritas —le comentó amoroso, sin molestarse en bajar la voz.

Las mejillas de Assa se encendieron cuando los labios de Kol se posaron sobre su mejilla en un gesto inocente.

—¡Qué gusto verte, querida! —comentó Garm con burla, dirigiéndose a la esposa de su amigo. En cuanto uno de los meseros le sirvió vino en su copa, la vació como si de agua se tratase—: ¿Cómo has estado? Espero que tus días sigan colmados de... ¿qué era? Ah, sí, dicha y prosperidad.

Hessdalen: ExilioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora